Se cumplen este lunes 65 años de la gesta del bravo pueblo venezolano. O mas realmente del alzamiento militar contra el Gobierno del general Marcos Pérez Jiménez. No puedo analizar si fue cuestión de la nueva conciencia militar o de infiltración adecomunista o de cansancio popular. Tal vez una mezcla de los tres elementos. Nunca antes, hasta las elecciones de diciembre de 1998, Venezuela había cambiado tanto.
Estudiante de primera categoría en la Academia Militar, el tachirense Marcos Evangelista Pérez Jiménez se había convertido ya con el grado de mayor en líder militar junto con Carlos Delgado Chalbaud, oficial asimilado tras graduarse de ingeniería en Paris –St. Cyr, para más detalles, e hijo del permanente rebelde y siempre fracasado contra Gómez, Román Delgado Chalbaud- y también mayor, los hermanos Vargas igualmente mayores y otros oficiales jóvenes como Luis Felipe Llovera Páez también mayor (autor de una frase famosa en la noche entre 22 y 23 de enero de 1958, “¡vámonos, Pérez, pescuezo no retoña!”). Se habla mucho de que el 1º de ese enero amaneció con el aullido de los cazas Venom Vampire como bandera de la rebelión militar que con todo y tanques encerrados en Los Teques –error militar- y tropas por aquí y por allá, trató de derrocar a Pérez Jiménez con el pretexto –tomen nota los castromaduristas de ahora- de unas elecciones absolutamente manipuladas que ganó ilegítimamente el partido de Pérez Jiménez, el Frente Electoral Independiente, FEI, en las cuales se preguntaba si quería o no que el Presidente Pérez Jiménez cumpliera un nuevo período de cinco años. Tarjeta azul para “sí”, tarjeta roja para “no”. Abrumadoramente ganó la tarjeta azul, y estalló la rebelión, e incluso el mismo 23 de enero se armó otra trifulca popular cuando la gente se enteró que gobernaría una junta con 5 militares, y a la carrera tuvieron que sacar a dos generales y poner a dos civiles, Eugenio Mendoza, ejemplo de emprendimiento venezolano y fortuna consciente, y su alto empleado Blas Lamberti.
A lo largo de ese 1958 un –según algunas mujeres- bien parecido contralmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, se dejó arrastrar por las circunstancias y el populismo, mientras por su cuenta, en la casa de Rafael Caldera en Sabana Grande, Puntofijo, Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera redactaban y firmaban el pacto entre los tres grandes partidos que definió la democracia venezolana hasta que Hugo Chávez y unos cuantos oficiales más creyeron que podían hacerlo mejor y, en realidad, con petróleo y sin él, lo hicieron peor.
Pérez Jiménez, su familia y unos cuantos amigos salieron de Venezuela por avión en la madrugada del 23 de enero de 1958, regresó no demasiados años después despachado por Estados Unidos para estar unos años preso y después se fue a su mansión en La Moraleja de Madrid hasta morir apaciblemente –y rico.
A la democracia venezolana le pasó algo parecido, mientras vivieron y ejercieron los dirigentes importantes, funcionó, después esos partidos se desgastaron en cosa de cuatro períodos y se fueron debilitando hasta que Hugo Chávez, dejado en libertad por un envejecido y equivocado Rafael Caldera, ganó electoralmente la presidencia en olor de multitudes –incluyendo militares, profesionales, dueños de medios, veteranos políticos, periodistas y las masas.
En 65 años intelectuales, profesionales, políticos, empresarios, artistas, deportistas, han dejado a Venezuela sin ahorros, sin industria petrolera, sin militares, sin soñadores.
Sólo con Maduro y Diosdado.