Son las cinco de la tarde de un día de enero y la ciudad de Buenos Aires hierve. El calor se siente en la nuca como una fuerza que voltea, en un intento continuo de la Tierra por demostrar la gravedad. Si se tiene el privilegio, el mejor plan resulta quedarse quietecito bajo un aire acondicionado hasta que el infierno caliente afloje. A sus 81 años, sin embargo, Mónica Mowszowicz se sube al auto y maneja unos cuantos kilómetros desde Boulogne para contar, una vez más, su historia.
Por Infobae
“En el año 2000 comencé a dar testimonio. Son varias las razones, pero una de esas razones es que lo entiendo como mi manera de homenajear a mi familia y a los millones que fueron aniquilados. Parto de que si sobreviví, algo debo hacer con eso. No puede ser que haya sobrevivido y listo. Se hace imperativo a medida que corre el tiempo y vemos que se multiplican los negacionistas, a medida que crece la xenofobia, el antisemitismo y los discursos de odio. Todo eso hace que tenga… que tengamos que redoblar los esfuerzos”.
Mónica Mowszowicz maneja desde Boulogne para contar que sobrevivió al Holocausto, como se conoce al genocidio de seis millones de judíos europeos, entre otros grupos perseguidos, organizado y auspiciado por el régimen alemán nazi y sus colaboradores durante la segunda Guerra Mundial.
“Nací en un gueto de Lida a finales de 1941. Lida era una ciudad de Polonia hasta que en 1939 fue invadida por el ejército soviético y pasó a pertenecer a las Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero las cosas cambiaron cuando en junio de 1941 el ejército alemán invadió Lida. Uno de los primeros actos de la ocupación alemana fue asesinar en la plaza pública a 80 miembros referentes de la comunidad judía: médicos, abogados, rabinos y maestros. En septiembre de ese año todos los judíos fueron ingresados en guetos llevando lo que podían en las manos. Mi familia troncal estaba formada por mi mamá ?embarazada de mí cuando ingresó al gueto?, mi papá, mi hermana Ester de 10 años y mi hermana Neja de 8 años. Ester, también sobreviviente, suele decir que la asustaba el golpeteo de las botas de los nazis”.
El matrimonio Mowszowicz y sus hijas vivieron con dos familias, hacinados en una pequeña casa de uno de los cuatro guetos de Lida. Mónica nació en el sótano. Su abuela paterna ofició de partera. La llamaron Rojele Mowszowicz.
“Enseguida de mi nacimiento los nazis entraron al gueto para robar y romper lo que había en las casas. Las familias bajaron a esconderse al sótano. Menos yo. A mí me dejaron en una cama porque un bebé podía delatar a todos si lloraba. Los nazis entraron, rompieron, robaron, pero me dejaron viva. Mi hermana recuerda los llantos callados de mi mamá. Son situaciones especiales, son situaciones no normales, y frente a situaciones que no son normales las respuestas tampoco son normales. Pero es muy doloroso y mi hermana me pudo revelar esa escena luego de muchos años. No se atrevía. No es un cuentito decirme `A vos te dejamos arriba de la cama´”.
Mónica que fue nombrada Rojele por su mamá y su papá habla bajito, con la mirada gacha. Por sus ojos parece transcurrir la historia de gran parte del siglo 20, detenido el tiempo. Alrededor, en las mesas del bar, las charlas van y vienen; como en una dimensión distinta, indiferentes a la mujer testigo del horror.
“Después de esa acción de los nazis, mis padres decidieron entregarnos a familias no judías para protegernos. Primero me dieron a mí a los Schipula, una familia polaca católica y protectora que no tenían hijos. Ellos me bautizaron y registraron en una Iglesia como Irina Schipula. A Ester la entregaron a una familia polaca católica que vivía en una zona rural, donde quedó hasta el final de la guerra. Y Neja fue con una tercera familia. Pero era un poco más chica y lloraba porque quería volver con mi papá. En ese momento, quienes ayudaban a un judío corrían el mismo riesgo que un judío. Esta gente tuvo miedo, por eso devolvieron a mi hermana al gueto. En 1943, cuando los alemanes liquidaron el gueto de Lida, Neja y mis padres fueron enviados al campo de exterminio de Majdanek”.
Todos mis nombres
En el camino hacia Alemania, el ejército soviético liberó Lida antes de terminada la segunda gran guerra. Entonces los y las supervivientes comenzaron a asomar, a juntarse, a buscar a otros y otras excepciones con vida.
“Los pocos sobrevivientes de mi familia volvieron a la casa familiar para ver quién había quedado. Eran un tío y una tía ?hermana de mi padre?, y un primo. Quienes tenían a mi hermana Ester la llevaron a esa casa y ya se quedó con nuestra familia. Los Schipula, en cambio, no querían devolverme porque se habían encariñado conmigo. No tenían hijos, fui lo más cercano a una hija para ellos. Pero intervino el Congreso Judío Mundial y no les quedó otra que entregarme. Yo tenía cinco años”.
Con lo puesto, sin documentación y el miedo tatuado en los huesos, los tíos sobrevivientes prepararon su migración ilegal hacia Palestina, bajo mandato británico. Se llevarían a Ester, pero no podían hacerse cargo de la más chiquita de las hermanas Mowszowicz.
“El Congreso Judío Mundial me gestionó un pasaporte y me enviaron a un orfanato en Suecia mientras gestionaban a dónde y con quién reintegrarme porque teníamos familiares en Estados Unidos, en Argentina y en Uruguay ?tanto de parte de mi mamá como de mi papá? que habían emigrado entre guerras. Al principio no se sabía con qué nombre iba a viajar porque como nací en el gueto no estaba registrada en ningún lado. En cambio, figuraba en una Iglesia como Irina Schipula. Finalmente me anotaron como Rojele Mowszowicz, respetando el deseo de mis padres”.
Pero en el orfanato no fue ni Rojele ni Irina. La llamaron Mónica, como la conocen en la actualidad.
“No me preguntes por qué porque no lo sé. Mónica es un nombre común entre los suecos, pero nunca supe por qué razón en el orfanato no me dejaron alguno de mis nombres”.
La mujer que hoy relata su historia ?que es la propia y, a la vez, la de tantos y tantas? anuló la memoria de esas primeras épocas. Lo que sabe de aquello que vivió pudo reconstruirlo a partir de una laboriosa investigación de documentos, cartas, testimonios y libros.
“No tengo recuerdos de absolutamente nada. Mi primera imagen es de cuando llegué a Uruguay. Recuerdo la recepción que se hizo en la casa de mis tíos. La comida, un mantel blanco, una mesa muy larga y mucha gente. Incluso me quedó grabado el ruido del tranvía que circulaba por la puerta de la casa. Luego se me vienen a la mente momentos en Buenos Aires. Algunas salidas y reuniones con amigos de mis tíos. Recién a partir de ahí empecé a tener recuerdos”.
Mónica ?o Rojele o Irina? pasó varios meses en el orfanato de Suecia. Estados Unidos no permitió su ingreso porque alegaron tener cubierto el cupo de inmigración de judíos. Argentina tampoco: la Circular 11 prohibía cualquier tipo de visa “a toda persona que fundadamente se considere que abandona su país como indeseable o expulsado, cualquiera sea el motivo de su expulsión” de cualquier nación europea.
La grieta se encontró a través de Uruguay, que no habilitaba la entrada de judíos salvo por reunificación familiar. Un tío de Mónica, hermano de su mamá, que vivía en Montevideo la adoptó y así pudieron recuperarla.
Ya entre los suyos, la decisión de la familia fue que la pequeña Mónica se criara en Argentina con otros tíos ?Raquel y Jaime Mowszowicz, hermano de su papá?, que no tenían hijos.
Rojele. Irina. Mónica. Raquel.
La historia oficial
“Nada fue gratuito. Ni para mis tíos-papás, que siempre tenían el miedo de que se descubriera y me sacaran. Ni fue gratuito para mí, porque era una niña y nadie me hablaba de nada y había cosas del relato oficial que no me cerraban. Recién entre los 10 y los 12 años empecé a encontrar papeles, cartas y fotos. No entendía o entendía mal porque los papeles estaban en inglés, en alemán. Pero no preguntaba ni me contaban. A veces, además, escuchaba conversaciones de adultos del tipo `¿Esta es la nena que trajeron de la guerra?´ o `¿Esta es la sobrina que salvaron?´ En esa época los adultos creerían que los chicos éramos sordos”.
A sus 14 años, Mónica ?el nombre de orfanato que consiguió más adeptos? encaró a Raquel y a Jaime Mowszowicz.
“Les dije que iba a seguir llamándolos mamá y papá pero que sabía que no eran mis padres. Lloramos todos y me contaron un poco más. Aunque no pregunté mucho porque sentía que les hacía doler. Por otro lado, ellos no habían estado en esa época. Mi tío emigró a Argentina cuando tenía 17 años. No sabían bien lo que había pasado en la guerra. A partir de ese momento también pude hablar en detalle con mi hermana Ester, que siempre vivió en Israel y a la que no le dejaban explicarme nada. Para afuera, igual, era `de esto no se habla´ porque era peligroso hablar. Décadas después, amigos desde chicos no podían creer que no les hubiera dicho nada. Es que yo vivía una historia oficial”.
Recordemos
Mónica estudió, trabajó 40 años en su propia agencia de turismo, viajó, se casó ?y, siguiendo la costumbre, pasó a usar el apellido de su marido: Dawidowicz?, tuvo tres hijos, y formó parte ?junto con sobrevivientes y un equipo interdisciplinario de expertos? del diseño del Museo del Holocausto de Buenos Aires.
Como cada 27 de enero, en el marco del Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, el Museo del Holocausto de Buenos Aires y el Congreso Judío Latinoamericano llevan adelante la campaña global #WeRemember, para recordar a las seis millones de víctimas del Holocausto y generar conciencia contra la discriminación.
“En Europa no se oculta el nazismo. Alemania ha sido el país que más ha trabajado en el cuidado de los espacios de memoria, que antes que nadie ha llevado a todos sus estudiantes a los campos de exterminio, en donde se prohíbe el antisemitismo y, sin embargo, hay neonazis. Igual en Francia y en Italia. ¿Qué me pasa con eso? Me duele mucho, primero. Pero segundo me da fuerzas para luchar en contra de eso. Como digo en las escuelas cuando me invitan a dar una charla: existen las víctimas, y uno no elige ser víctima. Hay victimarios; esos sí eligen ser victimarios. Hay protectores, como los Schipula y tantísimos más, que por un ratito, por un día o por mucho tiempo protegieron a los judíos y a todos los que fueron perseguidos. Y finalmente están los indiferentes, aquellos que ven lo que está haciendo el victimario y no se meten. Puede ocurrir en la escuela, en el club, en la universidad, en un boliche. Las personas indiferentes… esas son las más peligrosas. Porque, encima, son masas”.
A los 81 años y con el calor a cuestas, Mónica Mowszowicz se sube al auto y maneja desde Boulogne para contar su historia. Los demás, recordemos.