El ascenso de Hitler al poder, de cuyo nombramiento como canciller se cumplen este lunes 90 años, ha sido evocado en Alemania como una advertencia ante la fragilidad de la democracia lo que se une a llamadas a aprender la lección de no pactar con los extremistas.
“La democracia y la república necesidad ciudadanos que las aprecien y las defiendan y necesita un estado que tenga en la mira a los enemigos de la república y defienda la democracia con todas sus instituciones”, dijo el vicepresidente del Comité Auschiwtz, Chistopher Heubner.
El historiador Andreas Wisching, por su parte, ha dicho, en una entrevista con la Primera Cadena de la Televisión Alemana (ARD), que la llegada de los nazis al poder y el fin de la república de Weimar deben enseñarnos la lesión de que en ningún caso se debe hacer falsos compromisos con extremistas.
La llegada de Hitler a la cancillería fue precisamente el resultado de un compromiso aceptado y promovido por las fuerzas conservadoras en torno a Franz von Pappen y al entonces presidente Paul von Hindenburg.
Hindenburg, aconsejado por Pappen, nombró a Hitler canciller al frente de una coalición en la que, además de los nazis, también estaban el Partido Nacional Popular Alemán (DNVP) y los Stahlhelme.
El partido nazi se había convertido para entonces en un movimiento de masas y había sido el partido más votado en las elecciones de julio y de noviembre de 1932 con el 37,4 y el 33,2 por ciento respectivamente.
Actualmente muchos historiadores señalan que la caída de apoyos entre julio y noviembre apunta a que los nazis habían superado su cenit y que habría habido posibilidades de impedir el ascenso de Hitler al poder.
Sin embargo las elites conservadoras, lideradas por Pappen y Hindenburg, quisieron sacar provecho de la fuerza que tenían los nazis e instrumentalizarla para sus propios propósitos.
“Como es bien sabido esa estrategia fue un fracaso total. Hitler se impuso sobre las élites conservadoras. Por eso el 30 de enero es una advertencia para las democracias de que no se deben buscar acuerdos con ultraderechistas ni con otros extremistas”, dijo Wisching en la entrevista con ARD.
Por otra parte, el 30 de enero fue el resultado de un proceso en que participaron muchos factores. Tras un intento fallido de golpe de estado del 9 de noviembre de 1923, encabezado por el propio Hitler, los nazis cambiaron de estrategia y empezaron a buscar el poder por vía electoral.
Tras un resultado de solo el 2,6% en 1928 en 1930 los nazis lograron una votación del 18,3 %, en parte impulsados por las repercusiones económicas de la crisis de 1929.
Además el Partido Comunista Alemán (DKP) alcanzó el 13,1 % con lo que dos fuerzas contrarias a la República de Weimar sumaban más del 30 %.
Entre las otras fuerzas no fue posible lograr consensos por lo que vino una era de gobiernos sin mayoría parlamentaria, con cancilleres conservadores nombrados por Hindenburg que gobernaban por decreto y al margen del parlamento.
A esa crisis del sistema parlamentario se agregaban otros factores como una decepción de parte de la población ante las promesas del liberalismo y de la modernidad.
Todo ello, agregado al malestar que había dejado el Tratado de Versalles, llevó, como lo ha recordado el historiador Thomas Sandkühler en declaraciones a la revista “Stern” a que en los años 50 y 60 predominara la tesis de que la República de Weimar estaba de antemano condenada al fracaso lo que hacía ver el ascenso de Hitler como una fatalidad.
“Hoy la República de Weimar se ve de una forma claramente más positiva….Con ello el 30 de enero tiene aún más peso con esa caída en la dictadura porque la democracia hubiera tenido claramente posibilidades de supervivencia”, agregó Sandkühler.
Es decir, el 30 de enero ya no tiende a verse como algo inevitable sino como algo que se hubiese podido evitar si entre los dos extremos, los nazis y el DKP, hubiera habido disposición al compromiso.
EFE