Obras de Picasso, un palacio francés y la mafia corsa: la historia del “mayor robo de arte en tiempos de paz”

Obras de Picasso, un palacio francés y la mafia corsa: la historia del “mayor robo de arte en tiempos de paz”

Foto de 1976 en Marsella. De izquierda a derecha: Maya Widmaier-Picasso, Paloma Picasso, Bernard Ruiz-Picasso, Christine Ruiz-Picasso y Claude Picasso identifican los lienzos robados y recuperados (AFP)

 

Pablo Picasso es el artista más robado de la historia. Su obra fue (es) la más codiciada por los crimenes de arte. La razón es la rentabilidad de su producción. Sus lienzos cotizan en el mercado legítimo y en el otro. Su penetración cultural es anacrónica. Sus cuadros compiten en los ránkings -nunca unánimes y siempre en corrección- de los más caros del mundo: los casos, aunque difusos, coquetean con los récords. La última expresión de contemporaneidad del artista malagueño ocurrió el 23 de octubre de 2021: la casa de subastas Sotheby’s recaudó 108,87 millones de dólares con la venta en vivo de once piezas en conmemoración a los 140 años de su nacimiento.

Por infobae.com





Donna Yates, profesora asociada de derecho penal y criminología en la Universidad de Maastricht, le dijo a France 24 en julio de 2021 que hay más Picassos falsos que verdaderos. “Y eso que hay muchos Picassos reales”, validó. El periodista Milton Esterow escribió en Vanity Fair que el patrimonio de Picasso escondía 45 mil obras de arte sin vender: 1.885 pinturas, 1.228 esculturas, 7.089 dibujos, 30.000 grabados, 150 cuadernos de bocetos y 3.222 piezas de cerámica. Lo certifica el libro Guinness de los Récords: lo premió como el artista más prolífico de todos los tiempos. La escritora y crítica de arte independiente Florence Hallett recogió, en un artículo publicado en el medio británico The New European, estimaciones del diccionario de artistas Benezit: Picasso produjo 60.000 obras, una media de dos por día durante 75 años.

No firmaba todas: solo las que vendía. Esa variable más su vasta producción, su alta cotización y su predilección entre los amantes de la pintura recrea un escenario fértil para la delincuencia y la falsificación. Los robos de cuadros en museos, además de presunta sofisticación, son limpios, sigilosos, nocturnos, organizados. Hubo, una vez, un saqueo de más de un centenar de Picassos: un macrorrobo. Representó el estereotipo de actos cometidos por delincuentes de guante blanco: ambicioso, pulcro, preciso, coordinado, expeditivo y sin víctimas fatales. Las películas lo sintetizan bien.

El 8 de abril de 1873, Pablo Picasso murió en Mougins, Francia, en la misma casa donde vivió sus últimos doce años de vida, donde pintó obras como La Femme aux bras écartés, La silla, La mujer y los niños, Los Futbolistas y El rapto de las sabinas. Tenía 91 años cuando un edema pulmonar y una insuficiencia cardíaca, propio de su prolongada edad, lo dejó sin vida. Hasta sus últimos días, revisten sus biógrafos, le pedía a su esposa Jacqueline Roque que se fijara si aún había papel y pinceles.

Su producción no se detuvo nunca. Lo prolífico también supone una velocidad y una productividad notable. Entre septiembre de 1970 y junio de 1972, produjo un cúmulo de obras que donó al Palacio de los Papas de Avignon un mes antes de su muerte. El palacio concentra el esplendor de la iglesia en el Occidente Cristiano del siglo XIV: patrimonio mundial por la UNESCO, es el edificio gótico más grande de Europa, casa de exilio papal donde se sucedieron hasta nueve pontífices. Su primera exposición de arte se orquestó en 1948. Su quinta muestra, estrenada en 1970, honraba las obras de Picasso del año anterior. Su séptima, volvió a homenajear la obra del pintor español. Se inauguró a mediados de 1973, como una de las estrellas de la programación estival del célebre Festival de Avignon y con sentido decoro por la memoria del artista fallecido recientemente. La muestra siguiente, la octava, se exhibió recién cinco años después. La transición densa se justificaba por una muerte, una herencia y un robo.

“El señor Henri Duffaut declaró que los cuadros habían sido depositados en el palacio cuando Picasso aún vivía, y que el consejo cultural de la ciudad gestionaba la exposición desde la muerte del pintor, a la espera de que se resolviera el litigio entre los herederos”, apuntó la tapa del diario L’ Impartial el 2 de febrero de 1976. Henri Duffaut era el intendente de Avignon y la obra del artista consistía en 201 piezas: según Jacqueline Roque había toreros, retratos cubistas, parejas haciendo el amor, “los mejores de Picasso” -definió-.

La crónica del diario francés detalla lo ocurrido la noche del 31 de enero de 1976, hace exactamente 47 años. Jean Malleterre, de 40 años, guardia de la exposición, había cerrado las puertas del edificio quince minutos antes de las seis de la tarde de ese viernes. Volvió a abrirlas a las nueve de la noche, cuando Jacques Colas, de 46 años, llegó para sustituirlo en su turno. En ese momento, tres hombres armados y con los rostros tapados por pasamontañas los sorprendieron. Se estima que se habían escondido en las entrañas del edificio esa misma tarde. Cortaron la comunicación con el exterior. Golpearon a los guardias, los ataron y los amordazaron. A los dos custodios y a un tercero que cubría el patio interior del complejo: se llamaba Raymond Veran y tenía 56 años.

Los delincuentes gozaban información detallada del circuito de vigilancia y asumían un propósito: robar las obras de Pablo Picasso exhibidas en la gran capilla del palacio. Tomaron 136 de las 201 obras de la exposición. 119 llegaron a trasladar a una camioneta de reparto color blanca. Otras 17 piezas quedaron distribuidas en la escalera que conduce al primer piso: no entraban todas en el vehículo. Uno de los guardias escuchó que volverían por el tesoro olvidado. No lo hicieron. El custodio Malleterre se desprendió de sus ataduras y llamó a la policía que acudió rápidamente al lugar.

“La policía de Avignon dijo que el robo fue obra de profesionales. Pero el curador Paul Puaux dijo que no fue realizado por expertos en arte porque dejaron algunas de las mejores pinturas, que colgaban demasiado alto para quitarlas fácilmente”, reportó The New York Times el 2 de febrero de 1976. Un funcionario del museo también dijo: “No necesariamente se llevaron las mejores pinturas, simplemente las que eran fáciles de conseguir rápidamente”. Ninguno estaba firmado y el favorito del artista estaba en el cartel publicitario de la exposición: era el retrato de un joven pintor.

Puaux agregó que las pinturas estaban aseguradas con la compañía de seguros Bernier, de París, por “varios millones de dólares”. Según la publicación de L’Impartialla muestra estaba valuada en 10.897.000 francos franceses. Según el alcalde Duffaut, “el Consejo Cultural de la Ciudad era el custodio y, de todos modos, las pólizas de seguro acordadas con la señora Picasso no cubrirían los cuadros, de valor incalculable”.

El macrorrobo tenía la firma de la mafia corsa, una estructura de crimen organizado que se había instalado en la Francia continental importado de la región de Córcega. Era un grupo de delincuentes de guantes blancos que vivían de asaltos sofisticados, asesinatos por encargo, tráfico de drogas y prostitución. Controlaban el tráfico de heroína entre Francia y Estados Unidos y replicaban los mismos códigos de honor que la mafia siciliana. Hubo desprendimientos y ramificaciones de la familia corsa en Latinoamérica, sitios satelitales donde volvían a gozar de impunidad. “La mafia corsa, entre 1961 y 1962, tuvo fijación por los cuadros de Picasso y Cézanne, que marcaban récords de ventas en las subastas, lo que culminó en el macrorrobo de 119 Picassos en una sola noche en el Palacio Papal de Avignon”, acreditó Noah Charney, historiador de arte y fundador de nuevo campo de estudio: los crímenes de arte.

Pero el robo de los 119 cuadros de Picasso de la casa papal de Avignon duró apenas ocho meses. La policía regional tramó una investigación encubierta: un agente de policía se infiltró en el submundo del mercado negro de piezas de arte y concertó una cita con los ladrones. El encuentro se acordó para la noche del 6 de octubre de 1976 sobre la arteria La Canebière en el centro de Marsella. La trampa fue exitosa: siete delincuentes fueron detenidos y todas las piezas se recuperaron. Estaban en perfecto estado en una camioneta en las inmediaciones del lugar acordado para la falsa compra.

El diario Le Monde del 9 de octubre de 1976 informó que Theodorus Timmers, un belga de veinte años, murió en una celda de la comisaría luego de la detención. Las autoridades informaron que fue producto de un ataque al corazón. Los franceses Gérard Reynaud, de 35 años; Antoine Armao, de 37; Gérard Donadini, de 30; Gabriel Carcassonnes, de 55; y Heinz Pillmans, de 36 y de nacionalidad alemana, también fueron detenidos. Un séptimo hombre quiso suicidarse cortándose las venas cuando fue descubierto. Su identidad es un misterio.

La publicación del periódico francés no nombra a Didier Caulier. En 2013, a sus 73 años, escribió su biografía. En Confesiones de un ladrón narra cómo se plegó al crimen organizado para participar de dos audaces atentados: el golpe al banco de la Société Générale de Niza, donde un grupo encabezado por el mercenario Albert Spaggiari desvalijó 318 cajas fuertes, y el asalto al Palacio de los Papas. En su libro precisa que ingresaron al edificio mediante andamios, relata que las pinturas se escondieron en la ciudad de Pujaut e incluye entre los lienzos robados -otros informes consignan lo mismo- a Les Demoiselles d’Avignon, una obra creada en 1907 que cambió el arte para siempre.

Nunca mató ni hirió a nadie en contexto de robo. Se reconoce discreto: nunca presumió de sus adquisiciones. Estuvo preso pocos meses: fue sobreseído. Viajó por Sudamérica: adoptó dos hijos. Se retiró del hampa cuando uno de sus hijos se enfermó. Se dedicó a la construcción y al rubro gastronómico. Confesó porque quería ser real y honesto con sus seres queridos: no teme de las represalias de la justicia porque entiende que sus delitos prescribieron. Dijo, a la cadena de radio France Info, que su único miedo es la reprobación de la gente común. “Los que me aman de verdad se quedarán”, expresó uno de los autores del robo de arte más grande jamás registrado en Francia. O como describió Noah Charney: “El mayor robo de arte de la historia en tiempos de paz”.