Los venezolanos tenemos millones de horas y de kilómetros acumulados de calle, en reiterada protesta contra el sojuzgamiento, la injusticia y el pillaje. Puede decirse que muchos nos conocemos y reconocemos de ya viejas faenas, siendo necesario enfatizar que se han prolongado, porque no es poca cosa la naturaleza, el propósito y la criminalidad de un régimen que no ha conseguido nuestra capitulación, como rápidamente ocurrió en otras latitudes.
A ella, la conocimos de vista entre las tantas movilizaciones publicitadas o no, aunque no imaginamos que compartiríamos tan cerca en esta lucha adelantada desde las trincheras de Encuentro Ciudadano. Y, conocida como la Abuela del Casco Rojo, descubrimos un ejemplo de humanidad, entrega y constancia.
De una vestimenta que tan particular, podemos divisarla en los actos de una genuina indignación de la caraqueñidad inconforme, pero también en el esfuerzo cercanísimo y personal de solidaridad con el prójimo que ella suele callar tan humilde al servicio de los demás. Recientemente, Delsa Solórzano comentaba sobre aquella ocasión ya lejana en la que la conoció, sugiriéndole contabilizar en el casco los días que lleva de brega opositora.
Lo más importante de la Abuela, es el afecto que genera aún en un medio tan áspero como el de la política. Ha logrado canalizar a través del partido sus legítimas inquietudes, esforzándose por luchar a favor de los derechos de la mujer venezolana, representando a la organización en la comisión correspondiente de la Plataforma Unitaria, pero no abandona ni abandonará a los trabajadores y sus más caras exigencias cada vez que la requieran.
Nos sentimos orgullosos de la mujer que empuña sus carteles, editorializando la calle, en franco reclamo de libertad, justicia y probidad. E, igualmente, nos sentimos orgullosos de la dirigente que empeñó el micrófono en el acto a plaza llena, la Alfredo Sadel de Las Mercedes, en respaldo de Delsa como aspirante a la presidencia de la República.