La historia del guitarrista nace en Liverpool, un 25 de febrero de 1943. De niño no tenía baño en la casa. Cómo consiguió su primera guitarra y aprendió a tocarla. El tardío reconocimiento de la banda a su trabajo como compositor y el día que su mujer lo dejó por su amigo Eric Clapton y quedaron todos amigos. Su paranoia tras el asesinato de Lennon y el loco que entró a su mansión para matarlo
Lo llamaron el Beatle silencioso. Pero no fue un tipo callado. Sólo que ocultaba, o carecía, o no veía inteligente, el descaro vociferante de sus compañeros de aventura: John Lennon y Paul McCartney, dos genios de la música. Él, George Harrison, también fue un genio de la música, un genio esforzado, un labrador del pentagrama, al contrario que sus compinches que parían música como frases altisonantes.
Por Infobae
Hoy, todo aquel mundo está casi en el olvido. Pronto será leyenda. Pero Los Beatles eran gente ostentosa, enfática, punzante: tenían veinte años y eran dueños del mundo. Cuando visitaron Estados Unidos, en febrero de 1964, dijeron que iban a tener éxito “siempre que no vayamos a Dallas”. En Dallas, dos meses y medio antes, habían asesinado al presidente John F. Kennedy y el mundo estaba de duelo todavía. Los Beatles hablaban por decreto.
Dos años después, en 1966, Lennon anunció que el cristianismo estaba en decadencia y que los Beatles eran más populares que Jesucristo. Eran los días en los que el grupo se volcaba al hinduismo, a la cultura oriental y a los gurúes. Entre Kennedy y Jesucristo, en junio de 1965, la reina Isabel II les había otorgado en el Palacio de Buckingham la Orden del Imperio Británico que los cuatro aceptaron sin ironías, sin zafarranchos de combate, sin indolencia y como buenos caballeros.
Harrison, que hoy hubiera cumplido ochenta años, estaba alejado de tanta ampulosidad. No era inocente, si algo tenían los Beatles es que no eran inocentes, pero este Beatle atinaba a sacar con cierta prudencia la cabeza de aquellas olas encrespadas de egos en trinchera, que terminó como debía terminar, con el adiós, el rencor, el remordimiento y la ruptura de la lámpara mágica: no la frotes más que el genio se hartó. El primero en pronosticar el desastre había sido Harrison, el callado.
Su historia empieza en Liverpool, devastada por los bombardeos nazis, el 25 de febrero de 1943. Tres años antes y bajo las bombas alemanas, había nacido Lennon y siete meses antes que él había nacido McCartney. Era hijo de un ex marino mercante que manejaba un colectivo en la ciudad y el menor de cuatro hermanos en una familia católica y con ascendencia irlandesa por parte de madre, y pobre de toda pobreza. “No teníamos baño –recordó en una de sus autobiografías- Lo que teníamos era una bañadera colgada en la pared del patio trasero. La entrábamos a la casa y la llenábamos con el agua caliente de ollas y pavas”.
Estudió sus primeros años en la escuela infantil Dovedale Road a la que también iba Lennon. No se conocieron: tres años es mucha diferencia a esa edad. A los once años, después de dar una prueba, George ingresó al Liverpool Institute for Boys, que hoy es el Liverpool Institute for Performing Arts, donde conoció a McCartney. Ambos crearon esos lazos de infancia que no se olvidan ni aunque se quiebren. Y este lazo no se quebró.
Harrison fue un chico, y un adulto, de salud frágil saboteada por los excesos de alcohol y drogas. Lo mató un cáncer en noviembre de 2001. A los doce años, una nefritis lo mandó al hospital y con los riñones entre algodones, juntó moneda por moneda para comprarle a otro chico, Raymond Hughes, su guitarra Egmond usada: tres libras y diez chelines. De paso, le pidió a Raymond que le enseñara los acordes básicos. Se dice fácil, pero no lo es: poné el primer dedo en tal cuerda del primer traste, el segundo dedo en tal cuerda… Un trabajo de picapedrero, pero así pasaba la música, de boca en boca y de dedo en dedo, entre los chicos que no tenían bañadera, entre otras cosas. “Incluso la música basura que odiábamos, nos gustara o no, tuvo alguna influencia entre nosotros”, recordó Harrison en su biografía I, Me, Mine. La correa de transmisión de la música en aquellos tiempos era la radio. Un día, mientras andaba en bicicleta por las calles de su barrio, George oyó Hotel de corazones destrozados en la voz y la guitarra de Elvis Presley: “De pronto, salió de la radio de alguien y se metió en mi cerebro para siempre”.
Con una guitarra nueva, Harrison formó su primer conjunto, conjuntito si se quiere: lo integraba junto con su hermano Peter y con Arthur Kelly. Hacían “skiffle”. Buscaban. Tenían gran influencia de la música americana. El skiffle era un tipo de música que en los años ‘20 había puesto de moda los trabajadores negros y pobres que usaban instrumentos acústicos sencillos, baratos, caseros, con armonías también sencillas y caseras: música para no iniciados. Lo que ocurría que el rock and roll empujaba como un tren, borraba del mapa lo viejo, lo antiguo, lo formal. Era otra cosa, no skiffle. Elvis Presley, Bill Halley primero, Chuck Berry, Little Richard, Buddy Holly… esa gente representaba en la música lo que la flamante carrera espacial, la URSS había enviado al espacio un satélite artificial en 1957, representaba en el mundo que cambiaba por horas.
George dejó la escuela en 1959, a los dieciséis años, y aprendió los rudimentos del oficio de electricista, un salto hacia la música por llegar. En febrero de 1958 había visto en el Wilson Hall de Liverpool, frente a la estación de micros, a su amigo McCartney y al conjunto que integraba, The Quarrymen, el embrión de los Beatles. Supo que quería tocar con esa gente. Lo bochó Lennon, lo juzgó demasiado chico para ser parte de la banda. A esa edad, Harrison quince años y Lennon dieciocho, tres años también es mucha diferencia. McCartney insistió. Había en Lennon, y en parte de la banda, cierto desdén hacia el mocoso que quería ser uno de ellos. Finalmente Lennon dio el sí; tampoco fue un acto de generosidad: si bien Harrison todavía no era un virtuoso de la guitarra, su talento impresionó a quien sería el mandamás de Los Beatles, si es que hubo uno. Igual, se lo pusieron difícil. Primero fue seguidor de The Quarrymen, iba a los conciertos, estaba en los ensayos, ayudaba en todo lo que podía: nunca pudo evitar que lo vieran como al benjamín, que lo era, y como a un aprendiz, que no lo era, siempre a la sombra de Lennon y McCartney.
McCartney creía que Harrison iba a ser fundamental en el paso del skiffle, que también tocaba The Quarrymen, al rock, que era lo que se venía encima como una tromba. No se equivocaba. Cuando se incorporó a la banda, Lennon valoró mucho y tarde el talento de Harrison. Y años después, muertos Los Beatles y zarandeados todos por el rencor, Harrison diría de Lennon: “John ni siquiera sabía que las guitarras debían tener seis cuerdas”. Así fue como George Harrison fue parte de la formación inicial de Los Beatles. Como menor de edad, no debió tocar en algunos, varios, de los sitios donde se presentaron Los Beatles: cuando la banda viajó a Alemania en su virginal salida fuera de Inglaterra, Harrison fue deportado porque, además de ser menor, había entrado al país de manera ilegal.
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