Los 65 años de Alberto de Mónaco: el consejo a Harry, las bromas que le hacían por su hermana y el odio a los fotógrafos

Los 65 años de Alberto de Mónaco: el consejo a Harry, las bromas que le hacían por su hermana y el odio a los fotógrafos

El príncipe Alberto de Mónaco junto a su esposa, la princesa Charlene y sus hijos, el príncipe Jacques y la princesa Gabriella antes de la presentación del podio después del Gran Premio de Mónaco, celebrado el 29 de mayo de 2022 (REUTERS/Benoit Tessier)

 

Hasta 1955 salvo algún apasionado de la geografía, pocos sabían algo de Mónaco. El territorio contaba con apenas 20.000 habitantes y el ejército más pequeño del mundo, solo formado por cuatro oficiales y 90 soldados. Además necesitaba imperiosamente que Rainiero, su príncipe, de entonces 26 años, se casara y tuviera un heredero, de lo contrario el pequeño principado, pasaría a formar parte de Francia. Al año siguiente todo cambió. Rainiero se casó con Grace Kelly, la gran estrella de Hollywood que logró llenar de glamour y millonarios al principado y aseguró la sucesión con el nacimiento de tres hijos: Carolina, Alberto y Estefanía. El varón ocupa el trono y hoy cumple 65 años.

Por infobae.com





Como a todo royal a Alberto no le faltan títulos nobiliarios. Es duque de Valentinois, marqués de Bauk, conde de Carlades, señor de Saint-Remy, conde de Thorigny, príncipe de Chateau Porcien, barón de Luthumiere, señor de Matignon, barón del Imperio, pero sobre todo y el más importante es príncipe de Mónaco. Nació el 14 de marzo de 1958, dos años después del casamiento de sus padres y recibió cuatro nombres: Alberto, por Alberto I de Mónaco; Alejandro, común en la realeza europea; Luis, por el príncipe Luis II de Mónaco; y Pedro, por su abuelo paterno, el conde Pedro de Polignac. Lo que no recibió tanto fue el amor de sus padres; él como su hermana mayor, Carolina tenían permitido verlos tres veces al día y no todos los días. Hasta que cumplió 14 años tuvo vedado compartir la mesa con ellos.

Alberto creció en el palacio y en un principado que apenas alcanza la mitad de la superficie del Central Park neoyorquino. Un lugar donde falta espacio y verde: el 100% del terreno está edificado. Cuando Alberto era chico, veía a su padre Rainiero preocupado porque el lugar acaparaba deudas. Entonces no llegó un hada protectora sino un gran inversor: el griego Aristóteles Onassis apareció a modo de salvador y adquirió el 50% del casino. Pronto otros millonarios llegaron para invertir atraídos por el glamour que empezaba a distinguir el principado y sobre todo y fundamental por haberse convertido en un paraíso fiscal, sin impuestos para residentes ni para empresas extranjeras. Hoy Mónaco cuenta con la mayor densidad de millonarios por metro cuadrado. De cada tres habitantes, uno es rico.

Mientras Onassis se convertía en imprescindible para el crecimiento de Mónaco, dos personas apuntalaban el crecimiento de Alberto. La primera era Maureen Wood, su niñera, la mujer que lo cuidaba desde que era un recién nacido y de la que solo se separaba el mes que debía veranear con sus padres. Su unión era tan grande que muchas veces, la mujer debió volver antes de sus vacaciones porque el príncipe la extrañaba. La segunda persona más importante en su vida era su hermana Carolina, su gran compañera. Con ella recibía las clases en el palacio que solo compartían con otros tres niños elegidos por pertenecer a familias de la aristocracia monegasca. Con ella escuchaba atento cuando su padre les decía que no debían confiar en los demás, excepto en su familia. Con ella compartían el odio a las largas sesiones de posado oficial en las que su madre no cedía hasta lograr la foto que consideraba perfecta. Con ella sentían la misma aversión por los fotógrafos. “Cuando íbamos de vacaciones juntos, le regalábamos una hora de nuestra primera mañana a los fotógrafos. Les dejábamos tener esa hora y en compensación ellos nos dejaban seguir con nuestras vidas en vacaciones”, explicaría entre furioso y resignado.

A Carolina también le debe la cicatriz que luce en su cara fruto de la herida que le provocó cuando ella enojada le lanzó un tocadiscos. Y a Carolina también le debe muchas bromas que soportó. Cuando la princesa era una jovencita que encandilaba a todos con su belleza, Alberto integró un equipo de famosos que jugaban al fútbol para recaudar fondos o caridad. En el equipo estaban Michel Platini, Yannick Noah, que aunque era tenista jugaba muy bien, y Jairo, el cantante argentino que triunfaba en Francia. El artista le contó a Infobae que en los vestuarios “le hacíamos chistes a Alberto -bastante machirulos- para que la trajera a los entrenamientos”, a los que el príncipe respondía con una sonrisa resignada.

Entre aversión a fotógrafos y eventos de caridad, Alberto pronto supo lo que era ser un príncipe heredero. A los tres años, se asomó por primera vez al balcón del Palacio Grimaldi a saludar a la multitud. A los seis le explicaron que, aunque su hermana era la mayor, a él le correspondía el trono por ser varón y a los 16 asistió a su primera reunión en el Parlamento. Ante la belleza incuestionable de su madre y la autoridad que emanaba su padre, Alberto se notaba tímido. Para colmo cuando hablaba tenía una voz algo aflautada lo que hizo que en la adolescencia mostrara un ligero tartamudeo, que desaparecería con el tiempo.

Si Carolina decidió cursar sus estudios universitarios en Francia, Alberto decidió poner el océano de por medio. En 1977 se marchó a estudiar a Amherts College en Massachusetts, Estados Unidos, donde vivía toda la familia de su madre. Curioso, cursó materias Economía, Música y Literatura Inglesa y en 1981 se graduó en Ciencias Políticas. Además se perfeccionó en idiomas. De chico hablaba inglés con su madre y francés con todos. Sumó español, alemán e italiano.

Universitario, con su padre firme en el trono, todo parecía fluir pero el 14 de septiembre de 1982 cambiaría su vida para siempre. Estaba desayunando con Carolina cuando su padre apareció en el salón algo completamente infrecuente. Desencajado les contó que su madre y su hermana Estefanía habían protagonizado un accidente. “Ni lo pensé, nos fuimos al hospital, Carolina también. Fue un momento muy impactante, no sabes bien qué pensar. Creés que las cosas van a estar bien, que el accidente no fue tan malo como piensas que es. Esas horas fueron muy tensas y emocionales. No fue sino hasta más tarde que fue evidente que el resultado no iba a ser uno bueno”.

Grace no sobrevivió al accidente. Alberto se convirtió en el sostén de su padre, como también se convirtió en el sostén de su hermana cuando Carolina enviudaba de su segundo marido, Stefano Casiraghi, en 1990.

Entre dolores y tragedias, el único hijo varón de Rainiero tuvo tiempo para vivir varios romances. En 1993 mantuvo una relación pasajera con la modelo alemana Claudia Schiffer y también se lo relacionó con Naomí Campbell. Mantuvo un breve affair con Diana Ross, -13 años mayor que él-, Tatum O’Neal y Angie Everheart. En la lista de relaciones sospechadas pero no confirmadas se suman Lisa Marie Presley, Kylie Minogue y Mónica Bellucci. “Créanme, me casaré… Pero cuando encuentre a la persona adecuada”, respondía Alberto cuando lo cuestionaban por su soltería crónica.

En 1992, estalló el escándalo cuando Tamara Rotolo, hizo una demanda de paternidad en contra del príncipe. Aseguró que luego de pasar unas vacaciones en la Costa Azul y tener un “touch and go” con Alberto quedó embarazada y tuvo a su hija, a quien llamó Jazmin Grace, una prueba ADN confirmó la paternidad. El príncipe conoció a su hija cuando cumplió 11 años, la reconoció como su hija a los 14 y le dio sus apellidos.

En el año 2000 se realizaba el Encuentro Internacional de Natación de Montecarlo cuando Alberto quedó impactado con una sudafricana que ganó los 200 metros de espalda. Ella se llamaba Charlene Wittstock y era veinte años más joven que él. Dos años después se encontraron en otra competición y recién entonces el príncipe la invitó a salir. “El no, no sería una buena respuesta”, dicen que le dijo para convencerla. La relación era compleja ya que vivían a 13 mil kilómetros de distancia uno del otro. Pero lo más complejo fue cuando en 2005, Nicole Coste, una azafata originaria de Togo, aseguró que durante seis años había mantenido una relación con Alberto y que habían tenido un hijo juntos, Alexandre. Pocos meses después se emitió un comunicado en el que el príncipe confirmaba la paternidad.

Pese a los hijos extramatrimoniales, la historia del monegasco con la sudafricana siguió y en 2006 hicieron público su noviazgo. Se casaron el 1 de julio de 2011 y como reseña Vanity Fair, Alberto tiró la casa -en este caso el palacio- por la ventana para su boda con Charlene. Tuvieron una torta de siete pisos decorada con 2.000 flores de azúcar. Se lanzaron cuatro toneladas de fuegos artificiales desde la terraza de la Ópera Garnier y el brindis lo hicieron con un exclusivo champán que cuesta más de mil dólares por botella.

Tanto lujo ayudó a opacar un poco el escándalo que rodeó a la boda. Trascendió que la novia había intentado huir de Mónaco y que fue obligada a firmar un contrato pre nupcial en el que se exigía darle al menos un heredero y pasar cinco años casada hasta poder optar al divorcio. Para colmo, Alberto en la boda no se portó como un príncipe encantador sino más bien como un señor bastante torpe. Se equivocó de mano al poner el anillo a la novia. Primero lo puso en la mano derecha de Charlene, para después rectificar y cambiárselo a la mano izquierda. Lo peor fue su discurso en el festejo cuando le dijo: “Eres maravillosa, sabes ser paciente conmigo, gracias por todo lo que aportas a mi vida y a Mónaco. Gracias por aguantar mis ausencias, particularidades e inconsistencias”. Y como frutilla del postre, cuando los periodistas le preguntaron por su matrimonio respondió que “esta boda contribuirá a corregir la imagen estereotipada de Mónaco, a que se conozca mejor la identidad monegasca y sus valores económicos, sociales, culturales, humanitarios, deportivos y medioambientales”, declaración que sonó más a folleto turístico que a hombre enamorado.

En diciembre de 2014, nacieron los hijos de la pareja: la princesa Gabriella y el príncipe Jacques, heredero al trono. Desde entonces él reside en Mónaco y su mujer pasa la mayor parte del tiempo en una casa situada en el sur de Francia. La no convivencia de la pareja acrecienta las especulaciones sobre un matrimonio que parece no tener punto final pero sí un permanente continuará.

Si como heredero al trono, Alberto no generaba muchas expectativas, como soberano logró ganarse el respeto de todos a fuerza no tanto de carisma pero sí de buenas decisiones. Consciente que sus tiempos no son los de su padre, declaró que “debemos continuar diversificando la economía de Mónaco, no podemos quedarnos en el turismo de lujo”: así aprobó un megaproyecto para ganar unos 350.000 metros cuadrados al mar, obra faraónica si se considera que el territorio total del Principado es de unos dos kilómetros cuadrados. Se trata de un barrio con calefacción y refrigeración solar, estaciones de carga eléctrica, bicisendas y rompeolas para proteger la costa.

Al ver que la economía se resentía, el monarca decidió reducir los gastos del Palacio: los trece millones de euros anuales se bajaron a ocho. Modernizó la administración y mantiene un compromiso muy fuerte con el medioambiente. Desde la Fundación Príncipe Alberto II subvenciona más de 470 proyectos de protección ambiental, desarrollo sostenible y cambio climático, promoción de energías renovables y biodiversidad.

Conserva autoridad plena sobre los miembros de su familia, tanto sobre sus hermanas como sobre todos sus sobrinos. Ninguno de ellos puede casarse sin su consentimiento y él administra sus finanzas. Sin embargo, nunca se opuso a las bodas ni los noviazgos de sus sobrinos ni de sus hermanas por más controvertidos que fueran los candidatos. Los fines de semana le gusta abandonar el Palacio y se queda con sus hijos en la granja Roc Agel, propiedad de su hermana Estefanía, en el campo donde convive con varios animales domésticos y hasta un par de elefantes que ella rescató.

Según cuentan, cuando el príncipe Harry anunció que se casaría con Meghan, Alberto le mandó a decir: “Por ahora lo están haciendo bien. El único consejo que les daría es la expresión británica ‘Keep calm and carry on’ (‘Mantén la calma y sigue adelante’)“. Máxima que al príncipe le funcionó y le funcionó muy bien.