Las sociedades son como los ríos, que salidos de sus cauces buscan volver a ellos. El 27 de febrero de 1989, la sociedad venezolana, con la explosión social de ese día, demostró su grado de frustración y descontento con el sistema político y las reglas del juego imperantes. Sin duda alguna, se experimentaba una crisis política donde las elites políticas no daban respuestas a las exigencias de la sociedad, lo que trajo como consecuencia una pérdida de legitimidad de las mismas.
Ese momento lo podemos denominar como un fenómeno sociopolítico de la sociedad venezolana, que expresaba y daba inicio a la búsqueda de un cambio. Sin duda alguna, los líderes no estuvieron a la altura de las circunstancias. La sociedad demandaba ser tomada en cuenta en las decisiones del Estado y respuestas a los problemas sociales que confrontaban. El liderazgo lejos de dar respuestas, generando una mediación que permitiera dar una confianza social, y que por ende generara una confianza institucional, dio muestras de no asumir un compromiso reivindicativo con las exigencias.
El conjunto de causas políticas, económicas, sociales que dieron lugar a esa reacción del 27 de febrero de 1989, no recibieron respuestas adecuadas por parte de la dirigencia política y ello constituyó un “caldo de cultivo” para los eventos posteriores que desembocaron en las asonadas militares del 4F y 27N del año 1992.
Bueno es resaltar en estos días de tragedia política y desgracia social, que en lugar de las enérgicas condenas que esas asonadas militares demandaban, en los órdenes éticos y políticos, a actores y representantes de la otrora extraviada pero perfectible democracia venezolana, valga precisar: actores que se suponían formados y comprometidos con valores y principios democráticos compartidos por más de cuarenta años, presenciamos, por medios televisivos, defensas y justificaciones de las mismas, manifestadas por una dirigencia irresponsable, que, con exceso de pragmatismos y nada de recato, sin medir las consecuencias de sus actos, decidió apostar al cálculo político y al oportunismo electoral, sacrificando esos valores y principios democráticos que sin duda constituían nuestra mayor riqueza.
Las condiciones, variables y coyunturas que influyeron en el desarrollo de los ciclos de protestas se agudizaron, y la clase política en vez de avocarse a una búsqueda de soluciones de los graves problemas que padecía la ciudadanía, desvió la discusión a un enfrentamiento entre el liderazgo y el presidente de turno para el momento Carlos Andrés Pérez, lo cual terminó en su salida del poder y con ello en la consumación de un grave error político cuyas incalculables consecuencias e implicaciones el despiadado tiempo sigue increpándonos a diario.
A partir de ese momento, se abrieron diversos escenarios que no dieron al traste con los problemas que demandaba la sociedad venezolana ni mucho menos lograron un cambio que permitiera superar la crisis que venía confrontando el sistema político venezolano, todo lo contrario, tales eventos condujeron a un total desquebrajamiento de la institucionalidad democrática.
Efectivamente, esa ruptura en la cohesión de las elites políticas condujo a un cambio en el sistema político venezolano, dando lugar, primero, al rompimiento con el bipartidismo, experimentado con la alternancia en el poder por los dos grandes partidos de nuestra democracia, AD y COPEI, eligiendo a Rafael Caldera, presidente, quien había roto lazos con el partido COPEI, de quien había sido su fundador, y conformando lo que se llamó el “Chiripero”, esta presidencia no cristalizó reformas políticas sustanciales en la que nuestra sociedad pudiera ver satisfechas sus exigencias y que le permitieran volver a la pasividad original, en el entendido que el sistema político había experimentado cambios sustanciales. Luego, la sociedad al no observar cambios siguió en la búsqueda de estos, y es elegido como una esperanza para alcanzar los mismo a Hugo Chávez, pero hoy los resultados están a la vista y la situación puede resumirse con la típica frase de que fue peor el remedio que la enfermedad.
Bajo esta perspectiva es que afirmamos que ese fenómeno sociopolítico que se inició en Venezuela a partir de esa explosión social del 27 de febrero de 1989, con un carácter transicional, tuvo un repliegue, albergando una esperanza de cambio que condujera a unas mejores condiciones de vida; al ver que sus exigencias reivindicativas no fueron asumidas este movimiento ha vuelto a resurgir, y en este año que cursa parece haber retomado un nuevo impulso, pero el ciclo de movilización que estamos observando en modo alguno es lo mismo que el ciclo de protestas que experimentó nuestra sociedad en aquel momento. Hoy vemos un país movilizado en las calles buscando un liderazgo que encarne y pueda conducir a ese cambio anhelado, esto es una de las razones que explica el fenómeno político en que se ha convertido María Corina Machado.
Lo cierto que la lucha por el cambio persiste, no se detiene y nunca se detendrá, por ello se ha conformado un capital social que observa con confianza a este liderazgo encabezado por María Corina Machado, y se comienza a establecer una relación de cooperación donde se cristalizan esa expectativas que ha venido buscando nuestra sociedad desde aquel entonces. Este capital social que hoy se une a ella, es producto de toda una disponibilidad de prácticas y condiciones sociales que nuestra sociedad ha experimentado durante todo este tiempo en la búsqueda para lograr su objetivo aún no alcanzado, por tal razón este fenómeno es irreversible, está operando una memoria histórica, lo sociedad no se ha detenido en la búsqueda del cambio, hoy ese anhelo lo representa María Corina Machado.