La Crisis de los Misiles calentó a niveles nunca antes vistos la llamada “Guerra Fría” entre los Estados Unidos y Rusia en 1962. Una vez superado el episodio, los líderes de ambas naciones, John F. Kennedy y Nikita Kruschev, crearon un medio para comunicarse de inmediato que nunca utilizaron. Cómo se hizo, quienes lo usaron y qué cambió desde su instalación hasta la actualidad
Fue el duelo entre dos personalidades muy fuertes. Fue breve, intenso fragoroso. Los dos quemaron sus vidas en él. Pero los dos salvaron al mundo de una hecatombe nuclear que ellos mismos, y sus jefes militares y la grieta entre “halcones” y “palomas” en las dos cancillerías habían impulsado con cierta inconsciencia despreocupada y fatal.
Por Infobae
El duelo entre el presidente de Estados Unidos John Kennedy durante su breve presidencia, dos años y diez meses, con Nikita Khruschev, el primer ministro de la Unión Soviética en los inicios de la década de 1960, una década que prometió la luz y terminó en la sombra, fue primero verbal, chicanas y camorras, disputas y pendencias de los reyes de la cuadra, disimulado todo bajo el lenguaje formal de la diplomacia. Pero enseguida esos fuegos artificiales se convirtieron en riesgo nuclear y la música sonó diferente.
La historia es apasionante y el legado de ambos también lo es, aunque su símbolo haya sido un cachivache hoy perimido y sepultado en los arcones del olvido: un teléfono rojo. Un teléfono rojo que ni fue teléfono, ni era rojo, que se convirtió en símbolo de la Guerra Fría que ni fue guerra, ni fue fría.
En 1962 la URSS instaló en Cuba, volcada al comunismo desde la llegada al poder de Fidel Castro en 1959, misiles con capacidad de transportar misiles nucleares: todos apuntaban a Estados Unidos y podían llegar a Washington y, en la costa oeste, hasta Los Ángeles. La crisis mundial que desató ese desafío, conocido como Crisis de los Misiles, casi hace volar al planeta por los aires. Faltó poco. Muy poco.
Pero, sobre el final de la crisis y cuando apenas se avizoraba un acuerdo, casi todo se va al traste por la demora que había, sumada a la diferencia horaria entre Washington y Moscú, en traducir y hacer llegar las palabras de Kennedy a Khruschev y de Khruschev a Kennedy. Terminada la crisis, ambos acordaron comunicarse de modo directo.
En junio de 1963, ordenaron instalar una máquina de télex entre ambas capitales y ambas sedes de gobierno, el argot político bautizó al télex como “teléfono rojo”, para hablar sin intermediarios y sin burocracia, si llegaba a ser necesario.
No lo fue. Kennedy fue asesinado cinco meses después de inaugurado el “teléfono rojo” y Khruschev fue barrido del poder un año y cuatro meses después, en octubre de 1964.
¿Qué era y cómo nació el teléfono rojo? La línea de télex corría por cable submarino desde Washington a Londres, de Londres a Copenhague, y de ahí a Estocolmo, y luego a Helsinki y, por fin, a Moscú. Y viceversa. Precario, y en lo que era la edad de piedra de las telecomunicaciones, nunca fue usado para evitar una guerra nuclear, pero llevó un poco de tranquilidad y cierta seguridad, retórica si se quiere, a un mundo convulsionado por los vaivenes de la Guerra Fría. No fue antojo personal de Kennedy y de Khruschev, sino que Estados Unidos y la Unión Soviética firmaron en la sede de Naciones Unidas, en Ginebra, un “Memorándum de Entendimiento para el Establecimiento de una Línea Directa de Comunicaciones”, el cable Washington, Londres, Copenhague, Estocolmo, Helsinki y Moscú, ida y vuelta, más un enlace de radio Washington-Tánger-Moscú para tenerlo como reserva, que todo puede fallar, y para coordinar las operaciones de la línea principal.
Nació porque la URSS quería Berlín. En 1961 Alemania, consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, estaba dividida en cuatro partes: una Occidental y una Oriental. Y dentro del sector oriental, Berlín, la antigua capital del Reich de Adolfo Hitler, estaba dividida también en dos: un sector Occidental, a cargo de las antiguas fuerzas aliadas, y un sector Oriental en manos de la URSS.
Regía entonces, tal vez como hoy, la idea que afirmaba que quien dominara Berlín, dominaría Europa. Y Khruschev quería Berlín.
En junio de 1961, los dos líderes acordaron entrevistarse en Viena, en la que sería la primera y última vez que se vieron las caras. Antes de la entrevista en Viena, Kennedy pasó por Francia en visita oficial. Allí escuchó, entre otras cosas, dos sabios consejos del entonces presidente Charles de Gaulle que le dijo, primero, que abandonara Vietnam, donde Estados Unidos tenía “consejeros militares”. El segundo consejo estuvo reservado a Khruschev: “Lo va a amenazar con la guerra -dijo De Gaulle a Kennedy- Si hace eso, usted se levanta y se va. Khruschev no quiere la guerra.” Kennedy, que era un chico de cuidado, tomó en cuenta el primero de los consejos de De Gaulle y no le llevó el apunte al segundo. Cuando, en Viena, Khruschev lo amenazó con la guerra nuclear si los aliados no abandonaban Berlín y la dejaban en manos soviéticas, Kennedy le contestó “Entonces será un largo invierno, señor primer ministro”.
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