Era de las peores noticias que se le podía dar a un ser humano. Sentados en una oficina, en compañía de un psiquiatra, tres fiscales llamaron a decenas de personas para decirles algo que cambiaría sus vidas y que, en su momento, era todo un tabú: usted puede tener VIH.
Por El Tiempo
En ese entonces, sin los importantes avances médicos de hoy, las palabras entrecortadas que salían de sus voces eran como si los estuviesen sentenciando a la horca.
En 1993, a las oficinas de la recién inaugurada Fiscalía llegó un caso extraordinario, por su rareza y la magnitud de la anomalía que sacudía, en ese momento, a la Clínica Palermo, una de las más prestigiosas de Bogotá. A esta institución la señalaban por la muerte de un bebé, supuestamente, por la contaminación con sangre que tenía VIH.
La situación era estremecedora. De oreja a oreja, y con mucho temor, se rumoreaba entre los vecinos de Bogotá que un hombre andaba por la calle con una jeringa, buscando personas para inyectarles el virus. “¡Cómo es posible que pueda ocurrir esto!”, decían los preocupados.
Tal acontecimiento generó pánico colectivo entre los habitantes, por lo que la lupa de las autoridades entró a vigilar la situación con agudeza. Para ese momento, era imperativo esclarecer qué estaba pasando y que aquel rumor no era más que una mentira absurda.
Lo que sí era cierto era la muerte de la bebé Laura Espinel Leal. En ese entonces, EL TIEMPO describió su vida y agonía, cuando en 1992 –extrañamente– apareció contagiada de VIH sin que se diera una explicación médica o científica que explicara qué le había pasado a la menor de apenas dos años. El deceso de la niña fue el 21 de mayo de ese año y su familia comenzó una lucha para saber lo que le había pasado.
Para leer la nota completa, aquí