Una alarma bien fundada es la sustitución de puestos de trabajo por I.A. que, curiosamente, recrea aquellos artesanos europeos, de comienzos del SXIX, temerosos de ser desplazados por la máquina de vapor y el telar mecánico en los inicios de la Revolución Industrial.
No se vislumbran límites a la inmersión de la IA en nuestras vidas. Estas mentes digitales, sin duda, aportarán beneficios enormes a la humanidad, pero se teme el desbordado poder que pueden adquirir, su capacidad de lenguaje empleable como fuente nociva de desinformación, la posibilidad, atisbada ya por investigadores, de que algunas de estas mentes pudiesen albergar un “lado oscuro” (dark self), entre otras perturbaciones. Estas y otras inquietudes motivan el manifiesto de un millar de notables pensadores, influencers y académicos, entre ellos, Yuval Harari y Elon Musk, solicitando una moratoria para que nuevos desarrollos y usos, sean planificados y se evalúen sus efectos.
La IA crece a un ritmo exponencial que excede nuestra capacidad de asimilación. ¿Y si se alcanzase lo que se ha denominado Artificial General Intelligence (AGI), artilugios capaces de aprender y hacer cualquier cosa que pueda el cerebro humano, conviviremos armónicamente con tales inteligencias?
¿Quién asegura que, en un futuro, no vivamos en la vida real dramas como los imaginados por Hollywood en Blade Runner o Terminator…?