John McGuire estaba contento. Se acercaba la noche de San Valentín y planeaba una cena sorpresa para su novia Amanda McClure. Había comprado carne, papas y una botella de un buen vino para celebrar el amor junto a su novia. ¿Qué podría ser más romántico que preparar una comida para la mujer que amaba?
Por infobae.com
Ese año, el 2019, la cena la prepararía en la casa de su suegro, ya que la pareja estaba de visita en la casa del padre de Amanda en Owatonna, Minnesota. Allí fue la pareja en la camioneta de John. Cruzaron los campos de trigo y se rieron al ver como las vacas miraban pasar los autos en el corazón del medio oeste de Estadoso Unidos. Nada hacía presagiar el horror que vendría en muy poco tiempo.
Amanda, de 31 años, y su hermana Anna Choudhary, de 32, vivían en Boone, Carolina del Norte. Las dos chicas habían crecido en familias adoptivas y estaban separadas de su padre biológico, Larry McClure. Ya de adultas se habían reencontrado con el hombre.
Los antecedentes del padre
Larry había pasado más de 17 años en prisión luego de ser declarado culpable de agresión sexual en primer grado a un menor. Fue encarcelado cuando Amanda y Anna eran niños, pero se volvió a conectar con sus hijas después de su liberación. Casi como si fuera un extraño, Larry y Amanda se empezaron a mirar con otros ojos. El plan para liberarse de John no tardó mucho más tiempo en ponerse en marcha.
Desde el reencuentro, Amanda y Larry habían empezado a ser amantes.
John se desvivía para mostrarle a su novia cuánto le importaba. Sin embargo, Amanda y Larry ya habían puesto en marcha el plan para matarlo. Anna, la hermana menor, también estaba por hacer su parte. Los tres persuadieron a John para que se uniera a un “juego de confianza”. Sería atado como señal de que confiaba en ellos, el trío del horror.
Los conspiradores le ataron los pies y comenzaron con preguntas de su pasado. Apenas, John intentó desatarse, Larry lo golpeó en la cabeza con la botella de vino. La misma que había comprado para sorprenderla en la noche de San Valentín. Tras el golpe y con la cabeza cubierta de sangre, los tres inyectaron metanfetamina a su víctima. Así, mientras estaba semidormido lo torturaron. Durante el juicio posterior, Larry calificó el hecho como “dos o tres días en el infierno”.
Tras las casi 72 horas de horror, Amanda envolvió una bolsa de basura negra alrededor de la cabeza de su víctima y Anna lo estranguló mientras Larry lo sujetaba. Luego lo enterraron en una tumba poco profunda en el patio trasero de la casa de Minnesota.
Amanda se casa con su papá
Con John fuera del camino, Amanda y Larry ya no se escondían. La pareja junto a Anna iniciaron un confinamiento en la casa de Minesotta en la que abundaron las drogas duras, el alcohol y la comida chatarra. Como en las escenas de esas películas de adictos, el rancho del medio oeste estaba infectado de jeringas, cajas de pizzas y botellas que rodaban por el suelo de madera gastado. De fondo, la tele siempre prendida en canales de deportes.
Los químicos hicieron que el trío se volviera cada vez más paranoico. Escuchaban una sirena y se escondían en el sótano de la casa y veían el fantasma de John deambulando por la casa durante las noches en las que se pasaban de drogas. Lo cierto que solo los dealers y el delivery de pizza los visitaban varias veces por semana.
La gira de drogas de John, Amanda y Anna continuó. John los visitaba todas las noches. El cuerpo ensangrentado de su víctima los perseguía y no los dejaba ver tranquilos los partidos de béisbol en la TV del comedor.
Entonces, una tarde mientras esperaban la próxima dosis de metanfetaminas, el trío decidió desenterrar el cuerpo de John para asegurarse que estaba muerto. Lo vieron ya en estado de descomposición, aún con el gesto de horror en la cara. “Es John, no tengo dudas”, afirmó Amanda como si pudiera ser otro cuerpo. Para asegurarse que el cuerpo no se “escapara”, lo desmembraron y le clavaron varias estacas. Lo volvieron a sepultar y arrojaron cal viva sobre la tierra para acelerar su desaparición definitiva.
Tres semanas después del asesinato, Larry, Amanda y Anna viajaron al condado de Tazewell, Virginia, donde el padre y la hija se casaron, ilegalmente, en una ceremonia metodista. Fue el 11 de marzo del 2019.
Usaron un nombre falso para registrar a Larry y evitar sospechas por tener el mismo apellido. Pronto, sin embargo, la familia de John comenzó a preocuparse. No sabían de él desde febrero, y en junio la madre de sus tres hijos mayores lo denunció como desaparecido.
Tras el casamiento, Larry se mudó a Kentucky con Amanda. Trataron de estar limpios de drogas por un tiempo y alquilaron una pequeña casa de madera en la que izaron una bandera de Estados Unidos en el frente, al igual que la mayoría de sus vecinos.
Cárcel y confesión
El cambio de dirección del hombre hizo saltar las alarmas del sistema judicial del sur de Estados Unidos. Esta omisión, que iba en contra de los términos de su libertad condicional, lo llevó a ser arrestado en septiembre de 2019.
Atrapado tras las rejas, no podía mover el cuerpo de John y creyendo que era solo cuestión de tiempo antes de que los restos fueran descubiertos y rastreados hasta él. Se dispuso a confesar todo lo sucedido ante la policía.
Nervioso por la abstinencia de metanfetaminas, Larry reveló todo el horror. Contó hasta los detalles más mínimos. Sentado en una pieza oscura con un espejo desde donde era filmado, el hombre reveló el asesinato de John y el lugar en el cual estaba enterrado el cuerpo. Los dos agentes ni siquiera tuvieron que hacer el eterno juego de policía malo y bueno para que el preso vomite toda la verdad.
Tres meses después, Larry hizo una confesión detallada por escrito. “Solo quiero que termine”, dijo en su carta. “Sin juicio, sin dinero de los contribuyentes gastado en un juicio… Me declaro culpable/sin oposición”.
Larry inculpó sin atenuantes a sus hijas. El hombre ante los policías que lo miraban sin entender demasiado al principio, afirmó que el asesinato había sido impulsado por Amanda. “Sigue cobrando los cheques de la seguridad social de John”, exclamó a los gritos el preso mientras se le ponían rojas las muñecas por las esposas apretadas. Amanda y Anna fueron arrestadas el mismo día. Admitieron su participación en el asesinato, aunque ambas intentaron culpar a la otra por el crimen.
“Todo lo que puedo hacer es esperar misericordia en esto – escribió en un texto posterior a su confesión-. Diré que lamento mi parte en esto”.
En su primera declaración, Anna dijo que la pareja había amenazado con matar a sus hijos si no la ayudaba a matar a John. Amanda sostuvo que su papá la había manipulado.
La condena al trío del horror
Pese a los intentos por culpar a otro miembro de trío del horror, Larry fue condenado a cadena perpetua, sin posibilidad de libertad condicional. Amanda y Anna fueron sentenciadas a 40 años de prisión.
La mamá de John habló en los Tribunales y entre llanto aseguró que el crimen y los detalles horrendos que tuvo que escuchar destruyeron a toda su familia. “Quiero saber por qué Amanda pensó que podía ser Dios y llevarse a mi hijo – afirmó entre lágrimas la mujer-. Rompió mi corazón y el de mis nietos. Lloran todas las noches por su papá”.
En el banquillo de acusada y después de escuchar a la mamá de su víctima, Amanda ensayó una respuesta. Dio alguna razón, pero le fue imposible explicar el horror que tuvo que sufrir la víctima. “La única respuesta que puedo darle sobre por qué sucedieron las cosas es que John era mi novio. Y mi papá no quería a nadie más cerca. John le dijo a Larry que me amaba y que nos íbamos a casar. Y eso desató todo lo que sucedió después”.
Pese a su intento de mostrarse como víctima de su padre, el juez fue inflexible con Amanda. El magistrado antes de dictar su condena afirmó: “No creo que estés asumiendo toda la responsabilidad por matar a John, le echás la culpa a tu papá. El tiempo que cumplirá no es una cantidad adecuada de tiempo para el dolor que causaste”.
La pareja que había criado a Amanda y Anna de chicas estuvo presente en la lectura de la condena. Allen y Gwen Holm escuchaban todos los detalles del crimen desde el fondo del salón de los Tribunales. Se agarraban fuerte de las manos y la mujer apoyaba su cabeza en el hombre de su marido. Los Holm eran una pareja que no había podido tener hijos biológicos y se sentían culpables por el destino de sus hijas adoptivas.