Joyas, carros lujosos, guardaespaldas y hasta un zoológico privado con hipopótamos: Pablo Escobar y sus socios impusieron una estética machista y desmesurada que sobrevivió a la desaparición de los grandes capos narcotraficantes de Colombia.
El narcotráfico es más que un negocio ilegal, cruel y millonario. Su vasto impacto cultural se resume paradójicamente en el prefijo narco: narco-estética, narco-novelas, narco-música.
“NarColombia“, así lo abrevia con ironía Omar Rincón, uno de los académicos que más ha investigado sobre el fenómeno.
No obstante las campañas oficiales para limpiar la imagen del país, la influencia del narco está presente en el lenguaje, la arquitectura y el entretenimiento. “Consumo luego existo. No hay nada mejor que exprese el gusto y la ética capitalista que el narco”, añade en declaraciones a la AFP.
Una actividad ilegal que representa del 2 al 3% del PIB de Colombia, según estima la Comisión Global de Política de Drogas, y que construyó una estética “ostentosa, exagerada, grandilocuente”, aunque de “mal gusto” para otros, señalan Rincón y otros académicos en su texto “NarColombia“.
– Culto a la masculinidad –
En 2005 el escritor Gustavo Bolívar, escandalizó con su novela “Sin tetas no hay paraíso“, la truculenta historia de mujeres pobres que aumentaban a punta de bisturí el tamaño de sus senos para deslumbrar a los mafiosos.
La estética narco “siempre está contada en clave masculina, en la exhibición de la virilidad, en la exhibición del consumo (..) nunca podría tener una estética feminista, del empoderamiento o la autonomía corporal de la mujer”, anota Rincón.
Pero para los “traquetos” (mafiosos) y sus matones, muy influenciados por la religión católica, la figura materna es sagrada incluso en Medellín, cuna de Escobar. En los años ochenta los narcos adoptaron como patrona a la Virgen de Sabaneta conocida como la “Virgen de los Sicarios”, un culto ampliamente documentado por la academia y la literatura.
– Series, canciones e hipopótamos –
En diciembre de 1993, huyendo sobre el tejado de una modesta casa en Medellín, cayó el mayor barón colombiano de las drogas. Responsable de no menos de 3.000 homicidios en su guerra abierta contra el Estado colombiano, Escobar moría a manos de policías en un operativo con el apoyo de agentes estadounidenses y enemigos del capo.
Casi tres décadas después de su muerte, Escobar sobrevive en la cultura popular. Un sinnúmero de libros, películas, series y canciones recuerdan el terror y fascinación que provocaba su figura.
De las girafas o elefantes y otros animales exóticos que introdujo ilegalmente para el zoológico privado que se montó en la llamada Hacienda Nápoles, subsisten hasta hoy los famosos hipopótamos, que se siguieron reproduciendo a buen ritmo tras la desaparición del más famoso capo de la cocaína.