Cuando Julio Cortázar escribió su cuento El Perseguidor no caben dudas de que lo hizo disparado por la vida y la muerte de Charlie Parker. Para aventar cualquier equívoco, el relato está dedicado a la memoria de “Ch. P.” y su protagonista es un saxofonista negro y genial, consumido por las drogas.
Por infobae.com
El Perseguidor fue publicado en 1959, cuatro años después de que Parker -Johnny Carter, en el relato- muriera de una neumonía asociada con una perforación intestinal que no le dejaron salida a un cuerpo que ya no daba más por la adicción.
Si el cuento hubiese sido escrito tres décadas después -algo imposible, porque para entonces Cortázar ya había muerto-, cambiando el saxofonista negro por un trompetista blanco y dedicado a la memoria de “Ch. B.”, cualquier lector amante del jazz no dudaría en identificar al protagonista como Chet Baker.
El Perseguidor es la historia de la búsqueda desesperada -la persecución- de un tiempo y una música inaccesibles para el resto de los mortales, pero sobre todo es la crónica de una caída fatal, que en la vida real fue lenta y progresiva en el caso de Parker y también en la de Baker, aunque en el caso del trompetista blanco tuvo un final abrupto que puede medirse en la distancia que media entre el balcón del segundo piso de un hotel de mala muerte en Ámsterdan y el asfalto contra el que su cuerpo golpeó la noche del 13 de mayo de 1988.
Hacía años que Chet Baker venía cayendo hasta que finalmente se estrelló. Había tenido casi todo -recitales a sala llena, discos premiados, protagónicos en el cine- pero ya no le quedaba casi nada.
Destino de músico
Chesney Henry “Chet” Baker Jr. nació en Yale, Oklahoma, el 23 de diciembre de 1929 en una familia de músicos. Su padre, Chesney Baker, era un guitarrista profesional, y su madre, Vera Moser, era pianista.
Sus padres lo querían músico como ellos. No tenía seis años cuando lo llevaron para que se sumara al coro de la iglesia y porque después, para un cumpleaños, le regalaron un trombón, aunque ese primer instrumento resultó un fiasco.
Al niño Chet no le gustaba porque el trombón era muy grande y pidió que se lo cambiaran por una trompeta, el instrumento que lo acompañó toda la vida. No solo sus padres le vieron un futuro ahí sino también sus maestros en la Glendale Junior High School, donde se convirtió en una suerte de rara avis musical.
A los 16 años se alistó en el Ejército y lo destinaron al Berlín arrasado de la posguerra. Corría 1946 y pasó allí dos años, hasta que pidió la baja para inscribirse en la Camino College para estudiar armonía y teoría musical.
Por entonces la música y la vida militar lo tironeaban con igual fuerza y para salir de esa tensión encontró una solución de compromiso: volvió a alistarse, pero como trompetista de la Sexta Banda del Ejército de los Estados Unidos, donde tocó hasta 1951.
El jazz y las drogas
Como trompetista ya era realmente bueno. Apenas dejó el Ejército empezó a tocar en clubes y a asociarse con muchos de los mejores músicos de jazz de los primeros años ‘50. Tocó con Vido Musso y Stan Getz, y también hizo una gira con Charlie Parker por la costa oeste del país.
En 1952, se integró a un cuartero liderado por el saxofonista Gerry Mulligan, donde también estaban el bajista Bobo Whitlock y el baterista Chico Hamilton. Grabaron un LP, donde la trompeta de Baker se destaca la versión de The Funny Valentina y tocaban prácticamente todas las noches en el club de jazz Haig, en Hollywood, donde el joven Chet tuvo su primera experiencia con las drogas, de la mano de Mulligan.
El cuarteto parecía tener un gran futuro por delante, pero la detención de Mulligan por consumo de drogas lo disolvió. Pocos días después, Chet también terminó detrás de las rejas por la misma razón. Tuvo más suerte que el líder del cuarteto, porque pasó solo una noche en la comisaría.
“Sucedió una noche durante un descanso, estaba sentado en mi coche, en el estacionamiento, drogándome con otros dos músicos. Llegó un patrullero y, al vernos, se detuvo. A los otros dos ya los habían demorado antes, así que decidimos entre los tres que diríamos que la droga era mía, ya que por un primer delito habitualmente se dejaba a la gente en libertad condicional. Salí a la mañana siguiente bajo fianza, pero se quedaron con mi coche”, contó en sus memorias.
De alguna manera, la disolución del cuarteto de Mulligan significó un salto en la carrera de Baker. Formó su propio cuarteto, con Russ Freeman en piano, Rd Mitchell en bajo y Bobboy Whote en batería, y grabó dos discos como líder, donde además de tocar la trompeta, empezó a cantar, algo que seguiría haciendo durante el resto de su carrera.
En 1955 debutó en el cine, con El horizonte del Infierno, rodada en apenas diez días y después emprendió su primera gira internacional, entre septiembre de ese año y abril de 1956, donde tocó en varios países europeos.
Al mudarse a Italia a fines de 1959, Baker trabajó con el compositor de música Ezio Leoni junto con la orquesta de este último y fueron conocidos como las Sesiones de Milano.
La adicción y los dientes
Las drogas se convirtieron en un verdadero problema para Baker con la llegada de la década de los ‘60. La adicción empezó a manejarlo y fue detenido en Italia, Francia e Inglaterra por tenencia y consumo.
Volvió a Estados Unidos y se instaló en California, donde una noche perdió tres dientes cuando intentaba comprar drogas. Salió de noche y se metió en una zona de traficantes. Nunca quedó claro cual fue el entredicho, pero terminó molido a golpes por un grupo de matones. Lo peor de todo fueron los golpes en la cara, que le hicieron saltar tres dientes. Estuvo meses sin poder sacarle un sonido decente a la trompeta.
Pero quería seguir tocando y él mismo desarrolló una nueva manera de tocar con la ayuda de sus prótesis dentales. Se mudó a Nueva York, pero ya sentía que los Estados Unidos no eran un buen lugar para él.
Decidió irse a vivir a Europa y volver a su país solamente una vez al año para hacer una gira. Fueron sus años más productivos pero, paradójicamente, mientras sus trabajos se ganaban los elogios de los críticos no llegaban a un público amplio.
Las drogas seguían haciendo estragos en él. Combinaba períodos en los que podía controlar brevemente su adicción a la heroína y la cocaína con otros en los que quedaba casi fuera del mundo.
Ya corrían los ‘80 y tuvo momentos brillantes, como la grabación de Noches silenciosas en Nueva Orleans, en 1986, o el álbum Chet Baker en Tokio, durante una gira por japón en 1987. Pero pasaba la mayor parte del tiempo recorriendo Europa y tocando en lugares de mala muerte, a veces a cambio de lo suficiente para comprar más drogas.
Así llegó en 1988 a Ámsterdam, donde conseguir cualquier tipo de droga era una de las cosas más sencillas del mundo.
También allí lo encontró la muerte, cuyas causas quedaron claras desde un principio -se estrelló contra el asfalto luego de una caída libre desde un segundo piso- pero cuyas circunstancias dieron lugar a muchas teorías.
Las cuatro muertes de Chet Baker
La noticia, tal como la publicaron los diarios de Europa y los Estados Unidos al día siguiente, se podía resumir así: “En la madrugada del viernes 13 de mayo de 1988, el legendario Chesney Henry Baker, más conocido como Chet Baker, de 58 años, fue encontrado muerto en una calle de la capital holandesa. Falleció después de caer desde la ventana del segundo piso del Hoter Prins Hendrik, en Ámsterdam”.
“Baker cayó poco después de las 3.10 AM y fue encontrado muerto en la calle por la policía, según un portavoz de la policía de Ámsterdam, que no dio información sobre las causas de la caída”, decía The New York Times.
Fuera de esas certezas, la muerte de Chet Baker quedó envuelta en una nube de sospechas.
La primera versión que se conoció fue la de una caída accidental. Pasado de drogas, Baker se encerró en la habitación del hotel, salió al balcón, perdió el equilibrio y cayó al vacío.
La agencia de noticias The Associated Press citó las palabras del portavoz de la policía holandesa, Klaas Wilting: ?Por lo que parece, acababa de consumir heroína. Se encontraron rastros de abuso de heroína en la habitación de hotel de Baker”.
?Tal vez comenzó a actuar de manera extraña. Estaba solo y empujó la ventana para abrirla y se cayó o saltó. No creo que sepamos nunca cuál?, le dijo el policía a la agencia de noticias.
Otra versión fue recogida por el periodista Tom Schnabel de boca del cantante de Jimmy Scott, cantante de The Water Court, que había estado en el hall del hotel con Baker hasta poco antes de su muerte. “Dijo que Chet estaba charlando con una mujer en el vestíbulo, subió a buscar cigarrillos o llaves y descubrió que se había encerrado fuera de su habitación de hotel. La puerta de la habitación de al lado estaba abierta. Entró, salió al balcón y trató de llegar a su propio balcón. Perdió el equilibrio, se cayó y murió”, explicó.
Otra versión sostiene que Baker cayó efectivamente al tratar de llegar a su habitación por el balcón, saltando desde la habitación vecina, pero por otras razones: el conserje del hotel le había impedido el ingreso a su cuarto por falta de pago y que decidió escalar los dos pisos para recuperar, al menos, su trompeta.
La última posibilidad es la del asesinato y fue recogida por el periodista español César Pradines: “La muerte de Baker habría sido consecuencia de un ajuste de cuentas por la deuda que mantenía con varios traficantes que, cansados de excusas, lo arrojaron por la ventana”, dijo.
El documental póstumo
Al final de El Perseguidor, Julio Cortázar le hace decir al narrador, un mediocre crítico de jazz, que acaba de enterarse de la muerte de Parker-Carter: “Todo esto coincidió con la aparición de la segunda edición de mi libro, pero por suerte tuve tiempo de incorporar una nota necrológica redactada a toda máquina, y una fotografía del entierro donde se veía a muchos jazzmen famosos. En esa forma, la biografía quedó, por decirlo así, completa. Quizá que no esté bien que yo diga esto, pero como es natural me sitúo en un plano meramente estético. Ya hablan de una nueva traducción, creo que al sueco o al noruego. Mi mujer está encantada con la noticia”.
Lo de Cortázar y su crítico es pura ficción. En cambio, los últimos meses de vida de Chet Baker dieron lugar a un documental dirigido por Bruce Weber, que lo siguió con un equipo en su recorrido final.
Su descripción de la producción de la película es una pintura de cómo fueron los últimos días de la vida de Baker: “Era en sus horas bajas, su peor momento, y de alguna manera creo que lo ayudamos. Para nosotros fue una experiencia vital. Fue un rodaje loco, no podía ser de otra manera con Chet. Él no tenía casa y nosotros lo seguíamos. Vivir a su lado no era fácil, siempre traía problemas; sin embargo, había algo en él que lo salvaba de las peores situaciones. En los aeropuertos, por ejemplo, siempre teníamos problemas con la policía por las drogas. Los perros descubrían la maleta de Chet, aunque luego aquellos mismos perros se enamoraban de él. Incluso llegó a adoptar alguno, era increíble”, cuenta.
El documental de dos horas, titulado Let’s get lost (Vamos a perdernos), fue nominado en 1988 al Oscar como mejor documental y ganó el premio Cinecrítica del Festival de Venecia.
En el Hotel Prins Hendrik, en Ámsterdam, todavía hoy se puede ver una placa en memoria del genio del jazz que recorrió allí los últimos metros de su caída en la vida.