El tema con la Inteligencia Artificial es lo que llaman “alucinaciones”: o sea que la propia máquina y su programa “elaboran” respuestas inventadas, propias, autónomas, no lógicas y peligrosas. ¿Se entiende? El sistema crea a partir de lo que posee como insumos, respuestas creadas por sí mismo, no necesariamente racionales. Este es el “turning point” en el que estamos. Este es el punto del debate central que hay que instalar. Acá está el problema, no es que la máquina responda según se le introdujo el conocimiento sino el riesgo está en que invente lo que no sabemos que será. Ese es el caballo de Troya.
Por Infobae
Si esas máquinas, además, tienen “poder” sobre los humanos, estamos en problemas.
¿Estaremos desde ahora siempre en problemas? No necesariamente, si las máquinas y los programas informáticos tienen algún nivel de regulación o control, los riesgos serán menores, acotados por lo menos. No creamos en al autocontrol empresarial, eso es imposible y lo sabemos todos. Sigamos. Hay que alcanzar algún nivel de control. Eso, justamente, no está claro cómo se producirá.
Lo que vivimos en los últimos tiempos es una atronadora aceleración del poder de las empresas tecnológicas en IA. Estas empresas no son la Cruz Roja, y está bien que no lo sean, no nacieron con objetivos altruistas, pero se están llevando el mundo a empujones de genialidad y construcción de oligopolios del conocimiento. Cuidado.
No ser necio sería necesario en esta hora: a la cabeza del consumo mundial está el conocimiento. Antes creíamos que la “demanda” no se inventaba, que era lo que el mercado solicitaba. Nos dimos cuenta (con el tiempo) que hay productos que nunca necesitamos y que de forma aspiracional se nos instalaron delante de nuestras narices y enganchamos. Allí, no estábamos satisfaciendo “necesidades básicas” sino otros asuntos menores que el “imaginario colectivo” mandataba. El hombre de Marlboro es la mejor imagen publicitaria que podemos recordar para ejemplificar el consumo de tabaco que no era una “necesidad”. Pero la creó el humano a esa -supuesta- necesidad. Y un día llegamos al colmo que hasta hubo médicos que defendieron el consumo de tabaco. (Habría que ver si el tabaco no oculta complejos, inseguridades y otras fragilidades humanas; es otro debate).
Sí, es un dato penoso: el consumidor le viene ganando al ciudadano. La gente parece ser mucho más consumidora que ciudadana. Los ciudadanos irrumpen en fases finales de la sociedad cuando cruje el tejido social, cuando se los convoca a decidir, pero en el día a día, se advierten más consumidores que ciudadanos en el mundo. No es una valoración, es una apreciación del comportamiento social que no necesariamente me gusta reconocer.
A diario, lo que vemos, son consumidores de lo que sea por todos lados. Y, en parte sucede esto porque necesitamos consumir para vivir, pero no todo lo que consumimos es necesario para existir, es más, mucho de lo que consumimos nos está matando.
Los consumos en las pantallas lo dicen todo: ropa, pornografía, estética hiperbólica, diversión, golosinas químicas, deportes a manera de alienación televisiva, formatos de entretenimiento y chismografía. Es verdad, son las mismas pantallas que también educan al mismo tiempo, pero el tiempo que pasa la gente perdiendo horas en escapismos asusta. (“Tiempo en pantalla” en su teléfono móvil, las cifras aumentan y aumentan y los teléfonos móviles nos están succionando la vida).
La conversación en las redes sociales tiene mucho más que ver con una esencia primitiva del ser humano que con un ser cooperante y comunitario. Se ruge allí adentro, es verdad, por eso apareció INSTAGRAM, como diciendo: déjame volver a un mundo agradable por un rato (aunque no sea real la foto de la playa con el filtro y el sol radiante). O TIK TOK que es humor, grotesco o liviandad estética. (Y que ya es fruto de una guerra comercial -entre las dos potencias más grandes del planeta- empezando a eventualmente estar prohibido en algún estado de Estados Unidos con multas que llegan hasta 10.000 dólares por su uso).
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