Juan Guerrero: Las paticas de cochino

Juan Guerrero: Las paticas de cochino

Todo (o casi todo) me ha estado saliendo mal desde que solicité mi jubilación hace ya más de diez años. Pensaba que, con mi sueldo de profesor universitario y mi pensión del Seguro Social venezolano, podría viajar por el país visitando pueblos y lugares hasta ahora desconocidos para mí. En ese proyecto también se anotó mi esposa, profesora universitaria como yo.

Pero resulta que ha sido una realidad cada vez más cuesta arriba y hasta cruel. Tanto, que, a esta fecha, la precariedad de vida nos toca la puerta para enseñarnos el camino próximo: la sobrevivencia alimentaria. De nada ha valido tanto esfuerzo y sacrificios de trabajar, poco más de 23 años (mi esposa 32 años), en la academia universitaria nacional, y 7 en otras instituciones del Estado. Desde hace diez años mi esposa se dedicó, viendo el negro horizonte acercarse, a vender tortas, galletas y suspiros. Hasta he tenido que hacer transporte con mi viejo vehículo, que ahora está a punto de venta.

¡Nada! La dramática realidad social y económica impuesta por el “Carnicero de Miraflores” me ha colocado en la cocina, esta mañana, frente a lo único que nos queda de carne: las paticas de cochino que tenía reservadas para una ocasión especial. Mientras las sacaba del refrigerador pensé en las escasas combinaciones que podía hacer: le sumaría media cebolla (La otra parte quedará para mañana), pensé mientras encontraba varios dientes de ajo y pimentón. Encontré dos puñados de frijoles blancos (Hacer un potaje sería mejor con rojos, pero no tengo) Total, que los frijoles y las paticas fueron a dar al fondo de la “olla de presión” que, por cierto, ya está “trabajando sobre tiempo” (Debe ir a mantenimiento) Mientras me concentraba en este particular arte culinario, pensaba en quienes, como nosotros, jubilados profesores universitarios, están en peores condiciones.





Jamás en la vida me podía imaginar caer en semejante incertidumbre de vida. A la fecha, debo confesar que he perdido poco más de diez años de los mejores tiempos que un ser humano pueda desear: ser un jubilado. Porque 23 años de trabajo ininterrumpidos al servicio de la educación universitaria venezolana, se dice y cuenta relativamente fáciles. Pero, para comenzar, el Estado me descontó, religiosamente, cada mes de mi sueldo salario durante treinta años, para garantizarme una jubilación digna con una vejez sin incertidumbres ni humillaciones.

Pero ahora cuando no existen, ni Estado ni gobierno ni mucho menos instituciones creíbles donde poder recurrir para exigir el justo, digno y humano derecho a una jubilación que cubra una vida decente y acorde con el esfuerzo realizado, ¿dónde un ciudadano puede recurrir para que se cumpla lo que la ley suprema indica y las leyes y normas especifican?

Los reclamos, huelgas, protestas, manifestaciones de apoyo, guarimbas, trancones, para exigir las justas reivindicaciones de los profesores universitarios a un salario justo y digno, se han realizado en cientos de miles de actos de todo tipo. A la fecha la realidad se impone: miles de jubilados y profesores universitarios activos, a más de millones de trabajadores de la administración pública venezolana, en promedio, tienen un sueldo-salario que no sobrepasa los 15 dólares mensuales. Sin posibilidades de acceder a los servicios de hospitalización, cirugía, maternidad ni otros beneficios inherentes, como ahorro y préstamos, sea para adquirir vivienda, vehículo o para recreación.

Así pasamos los días quienes dedicamos más de la mitad de nuestras vidas, como profesionales al servicio de la excelencia académica de la educación universitaria en Venezuela. Hoy nos despertamos por la mañana con la incertidumbre a flor de piel, y contamos la cantidad de pastillas que nos quedan, para la tiroides, para la hipertensión, abrimos el refrigerador para revisar cuántas cebollas quedan, si el ají dulce de hace cinco días todavía sirve para darle, aunque sea aroma al caldo sin presas de carne. Nos tomamos el cafecito mañanero con poca azúcar y café para rendirlo y poder alargarlo hasta la próxima quincena. Salimos al frente de la casa y vemos si todavía la pared sigue levantada y la otra ya se cayó, y nos quedamosmirando la casa que se ve cada día más en ruinas y no tenemos cómo hacerle mantenimiento. Uno implora a los dioses, santos y hasta las ánimas del Purgatorio para que no llueva, porque el techo del depósito ya tiene agujeros por donde se filtran, la luz del sol y el agua, pero hay prioridades, como comprar comida y medicinas. Entonces uno se reinventa, se transforma en plomero, electricista, jardinero, técnico improvisado de aires acondicionados, aseador de baños, mecánico de vehículos, chofer de transporte, fotógrafo de gastronomía, y pare de contar (-acá cada quien le agrega la mejor manera de su ‘reinvento’)

En esta pensadera (-o peladera) ¡el caldo de mi potaje se secó! Bueno. Toca ahora agregarle más agua y hacer como mi madre, cuando el 31 de diciembre hacía su famoso hervido ‘levanta borrachos’ Los primeros salían suculentos y con bastantes verduras y presas. Ya por la madrugada solo quedaba el hueso pelado que apenas le daba sabor al caldo aguado.

(*) camilodeasis@hotmail.com TW @camilodeasis IG@camilodeasis1 FB @camilodeasis