El auge de nuevas tecnologías está revolucionando la naturaleza de la guerra y, por supuesto, de su continuación bajo otros medios: la política. A lo largo de la historia, la guerra ha sido el último instrumento de resolución de conflicto en las relaciones internacionales. La guerra presupone un sacrificio humano, un costo económico y un nivel de valentía o convicción ideológica. El auge de los drones o vehículos no tripulados, sin embargo, presenta una serie de consideraciones morales, legales y de legitimidad en el escenario internacional. El orden mundial liberal que nació tras el fin de la Segunda Guerra Mundial se construyó tras el enorme sacrificio humano, costo económico y sobre todo la valentía del mundo libre en derrotar a la tiranía. El nuevo orden mundial pareciera estar construyéndose en base a tácticas iliberales y no una estrategia moralmente legítima.
Guerra y política
No sería extraño pensar en guerras e inmediatamente pensar en la bandera de EE.UU. y sus portaaviones, bombarderos y marines. En los últimos 70 años, EE.UU. ha actuado como el policía del orden mundial liberal. Corea, Cuba, Vietnam, República Dominicana, Líbano, Granada, Panamá, Irak, Somalia, Haití, Bosnia, Afganistán, Libia, Siria, etc., todas fueron intervenciones militares con un grado aceptable de legitimidad y, por supuesto, un nivel significativo de costo humano y económico para todas las partes. La guerra en Vietnam y la segunda guerra del golfo pérsico son dos ejemplos en donde sabemos que la legitimidad se agotó a los ojos del mismo público americano y, desde luego, de la comunidad internacional.
Hoy, por ejemplo, es muy probable que las decisiones que les gustaría tomar a los líderes militares de EE.UU. y también miembros de la cúpula del poder político en cuanto a la guerra en Ucrania están limitadas por la tolerancia que tendría el electorado estadounidense y el de los aliados de Washington. Ningún político de EE.UU. se atrevería a sugerir enviar tropas a Ucrania, no porque no es lo moralmente correcto, sino porque no existe la convicción ideológica para asumir el sacrificio necesario para ser exitoso en una intervención militar. Las nuevas tecnologías parecieran haber dado a los líderes de los países más avanzados una opción unilateral sin mayor costo político interno: los drones.
En 2002, tras los ataques del 11 de septiembre, el presidente George Bush autorizó el primer ataque con drones armados. Más que un ataque, fue una orden de asesinato. En noviembre de 2002, la CIA, con la autorización del presidente, utilizó un dron tipo Predator, armado con misiles Hellfire, para asesinar a miembros de Al-Qaeda presuntamente involucrados en atentados contra EE.UU. Seis personas murieron en el ataque, entre ellos un ciudadano americano. Y si bien los medios de comunicación nos han acercado al campo de batalla en conflictos armados, los drones han revolucionado la naturaleza de la guerra y puesto una distancia significativa entre los operadores de guerra y los riesgos asociados a un conflicto.
Nuevas tecnologías
Durante los primeros 10 años del uso de drones equipados con armamento, los presidentes de EE.UU. (demócratas y republicanos) autorizaron más de 455 ataques, que resultaron en la muerte de más de 4.000 personas (combatientes y civiles). EE.UU. dio muerte a más de 4.000 personas sin poner en riesgo la vida de operadores militares. Más aún, un solo operador de drones en una oficina en Nuevo México, EE.UU., es responsable de haber matado a más de 1.600 personas en Yemen, Somalia, Pakistán y otros países del Medio Oriente. A estas cifras sumemos que EE.UU. mantiene más de 8.000 drones con capacidades bélicas.
Estos operadores de guerra despiertan en sus hogares con sus familias y asesinan a personas al otro lado del mundo a la hora del almuerzo, para luego volver a besar a sus familiares antes de dormir. El comentario no es un juicio al operador, sino a la dinámica de la guerra moderna. Esa desconexión entre el operador y el campo de batalla, esa distancia, hace que la guerra pierda peso moral y legítimo y que una operación militar se convierta en una táctica y no una estrategia ideológicamente sustentada.
Las nuevas tecnologías prometen a los líderes proyectar poder sin arriesgar vulnerabilidades. Estas nuevas tecnologías además exacerban la asimetría de los conflictos entre potencias tecnológicas y países menos desarrollados. Países enteros pueden ser dominados y gobiernos derrotados sin jamás ofrecer al enemigo la oportunidad para defenderse o vulnerar a su atacante. Lo más importante es resaltar también que los drones y tecnologías similares son herramientas tácticas que no ofrecen avenidas para resolver el problema de fondo. Más bien potencian el problema en muchos casos, como fue el ataque de drones el pasado 29 de agosto de 2021 en Afganistán, que resultó en la muerte de 10 civiles, entre ellos 7 niños. El ataque supuestamente estaba dirigido en contra de un miembro de ISIS-K, que había facilitado el ataque terrorista contra tropas americanas en el aeropuerto de Kabul días antes. El resultado total de la operación fue vergonzoso para la Casa Blanca, que tuvo que admitir haber autorizado una acción que produjo la muerte de 7 niños. Además, la narrativa antiamericana de los talibanes y demás enemigos de occidente en el Medio Oriente se vio respaldada con hechos concretos.
Nuevo orden mundial
El morbo por señalar las inmoralidades de Washington no debe cegarnos de la realidad más amplia. Más de 35 países del mundo tienen drones con capacidades bélicas. Estas capacidades bélicas pueden ser utilizadas internamente o a nivel internacional, sin ningún costo humano para los operadores, pero letales a los enemigos del poder constituido. En el caso de la OTAN, por ejemplo, es EE.UU. quien vende sus drones y presuntamente existen limitantes al uso de estas armas tecnológicas por parte de Washington. Irán, por su parte, develó su primer dron armado en 2010 y hoy vende su tecnología a Rusia y Venezuela, entre otros regímenes dictatoriales. La dictadura en Venezuela es el único país de Sudamérica que controla drones armados. Nigeria, por otra parte, posee estas capacidades gracias al Partido Comunista de China. Mientras que Arabia Saudita recibió drones tanto de EE.UU. como de China. Con estos ejemplos es evidente entonces que el mercado y la distribución de estas nuevas tecnologías altera el balance de poder a nivel mundial. La asimetría de poder se exacerba, pero, más grave, la legitimidad del orden mundial se degenera.
En 2020 cuando el presidente Donald Trump autorizó el asesinato del general de la Guardia Revolucionaria de Irán, Qassem Soleimani, también autorizó una acción violatoria al derecho internacional. Pocos en occidente criticarán el asesinato de una persona responsable por innumerables atentados contra ciudadanos europeos y americanos a nivel mundial…sin embargo, la acción suma a un precedente de uso unilateral de tecnologías avanzadas con propósitos bélicos. ¿Qué detiene a Maduro de usar drones para destruir supuestas células terroristas en Venezuela (o a sus opositores)? ¿Qué detiene a China de suministrar drones a enemigos de EE.UU.? ¿Existirá un orden internacional sustentado por ideologías y legitimidad o regresaremos a un sistema internacional anárquico en donde el más fuerte se impone?
Ahora sumemos inteligencia artificial, una herramienta que podría deslindar responsabilidad entre el operador, quien autorizó un ataque y el arma bélica en sí. El escritor J.R.R. Tolkien, en su famoso libro El señor de los anillos: Las dos torres, dejó claro un sentimiento histórico con respecto a la guerra: “La guerra debe ser, mientras defendemos nuestras vidas contra un destructor que lo devoraría todo; pero no amo la espada brillante por su filo ni la flecha por su rapidez ni el guerrero por su gloria. Solo amo lo que ellos defienden”. Sin embargo, hoy la tecnología nos permite librar guerras sin tener la más mínima idea de qué es lo que defendemos, y generamos un amor por la victoria sobre el enemigo mayor a un amor a nuestros principios.
Y más preocupante aún, si la política es la continuación de la guerra por otros medios, ¿será que las nuevas tecnologías sustituirán la necesidad de políticas internacionales complejas o universales?