En el proceso migratorio las personas, una vez llegan a la sociedad de acogida, asumen la nueva cultura como propia, este paso puede resultar fácil o difícil, dependiendo de las condiciones y situaciones en las que se originó la movilidad.
Por Nora Sánchez – MigraVenezuela
En el caso de los niños, niñas y adolescentes tendemos a creer que el proceso de adaptación es menos complejo que el de un adulto y es la rutina escolar, un termómetro que nos puede decir cuán adaptado está el niño y su verdadera inserción a la sociedad y en el sistema educativo del país de acogida.
Lucero Rojas Farías es una jovencita de 15 años. Llegó a Medellín con 11 años y como todo niño, lo primero que buscó su mamá fue una escuela para que continuara sus estudios.
Hoy cursa el 8º grado (tercer año de bachillerato en Venezuela), pero recuerda con resignación que la retrocedieron dos grados porque no aprobó la prueba de nivelación “que nadie pasó”, asegura.
Su primer choque con la realidad de un migrante fue que la retrocedieran dos años, pues actualmente, si estuviera en Venezuela, Lucero estaría cursando quinto año de bachillerato y estaría en los preparativos de su grado de bachiller.
Aquí se llama, aquí se dice…
Experimentar la frustración y su acento zuliano muy marcado, influyeron en Lucero para que ella misma se excluyera del entorno estudiantil, pues confesó que cuando comenzó 5º grado, al hablar, sus compañeros le preguntaban ¿de dónde eres tú? Y ante la respuesta y tener que contar su historia para que la entendieran y no desencajar del grupo de estudiantes, prefería quedarse callada.
“Sentía que la gente me miraba raro porque soy venezolana, también me pasó que por las palabras me corregían feo, una vez llegué tarde al salón porque estaba comprando en la cantina de la escuela y cuando me preguntaron dije que estaba en la cantina y me regañaron, la profesora, me dijo: ¿cómo? Aquí se llama tienda, cantina es otra cosa”, expresó imitando a la persona que le hizo la corrección en un tono no muy amigable.
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