Ramón Peña: De náufragos

Ramón Peña: De náufragos

La mar oceánica, en dos de sus aguas, una mediterránea otra atlántica, ha sido escenario de sendas historias de aventuras sobrehumanas, desafortunadamente malogradas al intentar retar a la naturaleza y a principios esenciales de la Física. Dos atrevimientos, alentados por motivos completamente distantes el uno del otro. En el primero, setecientos migrantes, hombres, mujeres y niños, huyendo de la miseria, en precarias e insostenibles condiciones de navegación, se dieron a la mar con la ilusión de poner pie en tierra prometida. En el otro, cinco hombres, pagando un ticket de precio pantagruélico, desafiaron los imprevistos de las profundidades abisales del Atlántico para observar, desde una ventanilla, los restos de un centenario cementerio submarino.

Aunque ya dicho, debemos repetir que el interés mundial que despertaron ambas tragedias fue obscenamente desigualdad, aun más grave en los esfuerzos intentados por rescatar sobrevivientes. La aventura de los cinco, sensacionalista en todos los aspectos, congregó la audiencia mediática del globo entero. La otra historia, por ser un déja vu dada la frecuencia sórdida de naufragios de pateras cargadas de migrantes africanos y asiáticos, en un comienzo apenas era cubierta por medios europeos.

Pero mencionemos al menos un hecho afortunado, también contrastante: del total de famélicos migrantes sirios, pakistaníes y egipcios, 104 salvaron la vida gracias a un espectacular yate de placer valorado en US$175 millones, de bandera mexicana, Mayan Queen, que navegaba en las cercanías y, fiel a leyes de mar, acudió al rescate de los infortunados.





Estas historias paralelas parecieran contarnos que los extremos de pobreza y de riqueza, pueden coincidir en engendrar pulsiones extremas que comprometan incluso la vida misma. En la miseria, quizás porque el hambre está a solo un paso de la muerte. En la otra, porque demasiado dinero puede conducir a la desmesura, la arrogancia y hasta a la sensación omnipotente de creerse insumergible. Como el lujoso Titanic que querían curiosear de cerca.