En Estados Unidos, país forjado a golpe de precedentes, los hay hasta para Donald Trump, cuya presidencia rompió todos los moldes. Para responder a la pregunta, recurrente estos días en Washington, de si podrá presentarse a las elecciones de 2024 o incluso mudarse por segunda vez a la Casa Blanca si gana en las urnas y si prospera alguna de las tres imputaciones a las que se enfrenta, hay que remontarse más de un siglo, hasta el oscuro caso de un candidato llamado Eugene Debs.
Por El País
Hizo en 1920 su campaña desde la prisión. Aspiraba a dirigir el país como miembro del Partido Socialista de América mientras cumplía una pena por violar la Ley de Espionaje de 1917 por pronunciar discursos críticos con el papel de Estados Unidos en la I Guerra Mundial. Solo sacó un millón de votos. En aquella cita, arrasó el republicano Warren Harding.
La Constitución estadounidense no solo no impide a Trump aspirar al cargo, tampoco contempla la prohibición de ser presidente a un condenado por la justicia federal, ni siquiera si ya está en la cárcel, salvo si ha acabado entre rejas por un delito muy concreto: insurrección. Es material de debate filosófico si el papel del expresidente en el asalto al Capitolio cae en los límites de esa definición. En el ámbito de la discusión judicial, está descartado: no ha sido acusado por ese delito en ninguna de las tres imputaciones a las que —por el momento— se enfrenta.
No, desde luego, en la primera, planteada en abril por el fiscal del distrito de Manhattan, el demócrata Alvin Bragg, por el supuesto pago de un dinero en negro por los abogados del expresidente a la actriz porno Stormy Daniels, con la que, según afirma ella, Trump mantuvo una relación extramatrimonial, que él niega. Los delitos electorales de los que se le acusan en Nueva York no son federales.
Para leer la nota completa, aquí