La corrupción en Venezuela ha tomado niveles asombrosos, y visto este fenómeno como una degeneración y desvalorización de la conducta, la evidencia de que un funcionario del ejecutivo toma atribuciones que no posee en la Constitución Nacional, o peor aún, que manifieste públicamente una pretendida intromisión en funciones propias de un poder orgánicamente autónomo como lo es el Poder Electoral, resulta obvio que se oculta detrás de la amenaza y los “incentivos” a los que se adhieran a tal perversión; lo que realmente es un hecho subversivo.
Lo anterior es bochornosamente claro, pero la complicidad en los distintos niveles de organización con sus ejemplares, hacen el resto. Realmente ningún venezolano debería dormir tranquilo, solo con oír tales afirmaciones de funcionarios públicos. No solo con esto se convive; también con aquellos que cometen actos de corrupción, robos vulgares al patrimonio de la nación, tipificados explícitamente y quizás comúnmente en el código penal; cuyos autores han sido “desaparecidos”, ocultos o encubiertos de las actividades públicas sin el menor sonrojo.
Es que en Venezuela hay mucho por hacer, y aunque una cantidad de ciudadanos coincidan en que el país se “cura” en algunos meses, esto pudiera ser cierto en la emergencia y en frenar la desbandada de esta gerencia de corrupción y golpes a las instituciones, pero el trabajo de fondo, que transforma a la sociedad en una totalmente volcada a la ética y los valores humanos, es trabajo de largo aliento. Lamentablemente en el espectro político este tema se observa con recelo porque no genera “publicidad” en el individuo y la mirada a disponer del botín es muy tentadora, envolvente y notoria de inmediato.
Mientras se lee este artículo, desfalcos a la nación en sus distintos niveles de dependencias del Estado y con distintas medidas, se están realizando. Lo complejo del asunto implica la corrupción no tipificada en los textos destinados para ello, porque sencillamente ningún instrumento legal con este fin, puede incluir la subversión de una institución y el servicio a individualidades y grupos degenerados por parte de la propia estructura, más aún, la negligencia, la ineficacia, la falta a las funciones públicas y el ejercicio paupérrimo de competencias tampoco están tipificadas.
Por último y no menos interesante y concluyente del tema, la que engloba los males, la de una figura presidencial perfecta, incuestionable, poderosa en todos los ámbitos y sobre los otros poderes públicos, intocable, con un favor canonizante como el de una pobre reforma al código penal, por ejemplo, la que sanciona la ofensa al presidente, además de insignificantes artículos relacionados en la constitución; todos dirigidos a desvirtuar lo que significa realmente y en resumen, un jefe de Estado y administrador de la Hacienda Pública Nacional.
Estas nociones son poderosas y totalmente aplicables si los venezolanos queremos realmente un cambio de sociedad y no solo de figuras; aunque estas sean necesariamente promotoras y muy convenientes.