Recuerdo al amigo que se incorporaba a su segunda sesión en la cámara baja del Congreso de la República, después que le costó tanto colarse como suplente en las muy reñidas planchas de su partido. El jefe de la fracción parlamentaria, por entonces, le advirtió que la bancada tenía por tradición el traje completo, obscuro y los accesorios del caso.
Eran los tiempos de La Causa R y el desenfado de no usar la bendita corbata, por cierto. El amigo en cuestión incurrió nuevamente en la informalidad y más nunca fue incorporado en los restantes cuatro años y pico, demostrando el poder de un jefe de fracción.
El asunto llegó a lo impensable en el presente siglo, porque en todos los parlamentos con los que ha contado el país, he visto diputados en chancletas las veces que me invitaron al palco del hemiciclo, por poner un caso, tendiendo la oposición a imitar a los chavistas, excepto acudieran alguno en camisa y zapatos de goma en previsión de una sesión riesgosa, como sucedió a los electos en 2000, 2010 y 2015. Valga acotar, es ahora, en la que se eligió o dicen que así ocurrió en 2020, donde las cámaras de televisión privilegian la vista de los que van tanto o más elegantes que el presidente de la corporación.
Es en este siglo, donde las cámaras parlamentarias, añadidas las regionales, como las edilicias, se reúnen formalmente con integrantes muy informales. El hábito no hace al monje, pero un cierto decoro que ha de caracterizar a algunas instancias del Estado, por lo menos.
Por supuesto que aplaudimos las exigencias, aunque debemos tener cuidado con sobrepasarnos, ya que está en juego la libertad. El país de Leoni se escandalizaba con la minifalda, claro, nunca como ocurrió con Caldera uno, y hasta una modelo fue obligada a esperar por el avión en un automóvil, o a taparse, en el aeropuerto internacional de Maiquetia hacia 1967: Maritza Agusti que, después, senos hizo tan familiar por las portadas de los semanarios, como Bohemia o Momento.
A cualquiera le puede parecer una ridiculez, y lo era, excepto el alboroto que se armó en Maiquetía, pero – en fin – todo depende de la época y de las ideas, percepciones y prejuicios que tengamos. De igual manera que se vería y mal que alguien vaya a una misa regular en traje de baño, en una iglesia convincentemente organizada y estructurada, se supone que las oficinas públicas, tribunales, etc., requieren de cierto rigor.
Cuentan que el código de vestimenta del SAIME sigue vigente y el problema es que el público asistente debe emplear el atuendo adecuado, así no llegue a utilizar la ropa de marca de muchos de los empleados públicos. Sin embargo, ¡cuidado con exagerar!, porque en este país las personas se arropan hasta donde le llegue la cobija.
En efecto, solemos quejarnos por el costo de la cesta básica de los alimentos, pero no se mide parecidamente, haciéndole el correspondiente seguimiento, al costo de la ropa y de los zapatos. Mucho menos para los niños y adolescentes en permanente crecimiento, como ocurre cada vez que se inicia el año escolar: cuesta y demasiado, comprar un par de zapatos deportivos que imitan las mejores marcas del mundo, resultando tan de cartón como los de Manacho.
@SosolaGuido