-¿Qué le pasa a usted?- preguntó en voz baja, con tono confidencial, el guardia de esa prisión checa.
-No sé. Me han dicho que mañana seré fusilado.
-¿Se asustó?
-Descontaba que iba a suceder- respondió el prisionero.
El guardia Kolínský miró una vez más por sobre su hombro. Comprobó que sus superiores se entretenían vejando a otros detenidos, no le prestaban atención. Tomó aire y dijo: “Por si acaso… si quiere usted enviar un recado para alguien… O si quiere escribir… No para ahora, ¿comprende?, sino para el futuro: para que todo lo que sabe no se marche con usted”. Julius Fucík le hizo caso.
Testimonio del horror
Julius Fucík, periodista y escritor, nació en 1903 en Praga. Fue redactor del diario comunista de esa ciudad, el Rudé Právo, y de la revista política-literaria Tvorba. Desde muy joven se sumó al Partido Comunista. En las divisiones internas se inclinó por el ala más dura, por el stalinismo. Escribió críticas literarias y crónicas de sus viajes por la Rusia comunista. Tras la ocupación alemana desarrolló una intensa actividad clandestina. Fue una de las figuras más relevantes de la resistencia checa. La Gestapo lo capturó en 1942. Fue de casualidad. Alguien violó la seguridad de una cita. No lo buscaban a él. Días después, ya en la prisión de Pankrác, descubrieron a quien tenían entre sus manos. Alguien se quebró. Lo delataron. Los miembros de la Gestapo apenas creían su suerte. El profesor Horák (ese era el seudónimo que utilizaba) había caído bajo sus garras.
Fucík hizo en la guerra lo que había hecho en sus casi cuarenta años de vida. Comportarse con dignidad y luchar por su causa. Y escribir. Reportaje al pie de la horca es el libro que escribió en esos papeles que le alcanzaba el guardia Kolínský. Un libro sobre su prisión y sobre sus compañeros, sobre la libertad y la injusticia, sobre el amor y la traición. Un libro esperanzador.
Todo empezó con Adolf Kolínský, un policía checo que trabajaba para los nazis. Estaba asignado a la prisión de Pankrác, en Praga. Las fuerzas de seguridad de los países ocupados representaban lo peor de esas sociedades percudidas moralmente por los SS. Pactaban con el enemigo con el fin de obtener ventajas efímeras. Ejercían sobre sus compatriotas una violencia sádica fruto del colaboracionismo. No sabían todavía que la enloquecida violencia nazi recaería, inexorable, también sobre ellos.
Kolínský, al día siguiente de ingresar a trabajar a la prisión, se acercó a Julius Fucík, el preso más peligroso de los allí alojados. Peligroso es sólo una forma de decir. Su condición física era la peor posible. Lo habían torturado hasta la agonía. El silencio y la lealtad solían hacer pagar esos costos. El prisionero apenas se mantenía en pie. Sus actividades conspirativas en los primeros tiempos de la ocupación nazi lo habían llevado hasta allí. Los interrogatorios y las vejaciones estuvieron a punto de matarlo. El guardia comenzó a revisarle los bolsillos del andrajoso traje de prisionero. Mientras realizaba esta tarea fútil –nada podía llevar encima, ellos ya le habían sacado todo- le habló casi sin mover los labios, con una voz apenas audible, con tono cómplice, le dijo que escribiera sus vivencias, lo que le pasaba por la cabeza, que él se encargaría de conseguirle algún lápiz y unos papeles.
Julius Fucík aceptó la oferta de inmediato. Era su “más ferviente deseo” (así lo anotó luego). Unos minutos después, tenía en su celda lápiz y papel. Para hacer aquello que había hecho toda su vida. Escribir. Narrar. Dejar testimonio.
Esos papeles casi nunca eran hojas blancas y limpias. Escribía dónde podía, en lo que le conseguían. Papel higiénico, el margen de algún periódico, el reverso de los paquetes de cigarrillos.
La resistencia checa con ayuda de algún guardia sacó los manuscritos de Fucík de la cárcel. Luego de la guerra llegaron a su esposa, sobreviviente del campo de concentración de Ravensbrück. Ella los publicó y el libro se sigue reeditando hasta hoy.
La captura del escritor
Lo atraparon sin que él lo previera. Fue una cita en una casa. Para nada, sólo para cumplir. Ninguna novedad importante que transmitir. Al llegar, Fucík encuentra un matrimonio que no debería estar allí. Una imprudencia, piensa. El clima es cordial. Todos están enfrascados en la misma lucha. También está Mirek, su asistente y hombre de confianza. El clima cambia abruptamente. Golpes atronadores en la puerta. Corridas en el pasillo. La puerta se abre. Nueve agentes de la Gestapo los rodean. Fucík queda fuera de la vista de los nazis. Lleva un arma. Duda. Piensa. Sabe que él y Mirek están perdidos. Él solo no puede contra los nueve. El matrimonio, si dispara, morirá. Él y Mirek ya están condenados. A la tortura y a la muerte. Los apresan a todos.
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