Román J. Duque Corredor reunía tres atributos que hacían, de él, un jurista único.
El primero es su sólida formación jurídica, que no se limitó al ámbito del Derecho Constitucional y Administrativo, sino que abarcaba a todo el sistema jurídico, en especial, de acuerdo con sus bases en la tradición legal clásica.
El segundo era su profunda convicción ética. El Derecho no era solo una profesión: era una herramienta al servicio de la justicia. En su larga trayectoria como abogado de Estado, magistrado y profesor, Román J. Duque Corredor demostró que el Derecho es una noble profesión, en tanto se coloque al servicio del bien común.
El tercero era su profundo amor por Venezuela. Desde su querida Zea, pasando por su admiración a Alberto Adriani -otro hombre de Estado integral- Duque Corredor fue un defensor del Estado de Derecho en Venezuela. Primero, en sus importantes roles durante la Venezuela Democrática, y luego, en la resistencia ante el avance autoritario que ha sufrido el país desde 1999.
Aun cuando lo conocía hace algún tiempo, mi relación con él se estrechó, precisamente, con ocasión a este último atributo. Román J. Duque Corredor fue un faro que arrojó luces en uno de los momentos de mayor oscuridad en el Derecho Constitucional venezolano, y de allí su lúcido apoyo a preservar la institucionalidad democrática. Con su proceder, Duque Corredor demostró que su único partido era Venezuela y la unidad de quienes luchan, día a día, por restablecer la democracia.
Estos atributos le llevaron, en los que serían los últimos meses de su vida, a proponer un acuerdo nacional para la defensa de Citgo, hoy en riesgo por las reclamaciones de la deuda pública legada de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Estos riesgos se han agravado debido a las graves fallas de gobernanza en el seno de la Asamblea Nacional, lo que llevó al profesor Duque, en genuino amor patriótico, a bajar a la arena de los acontecimientos. La historia -escribió en redes sociales- “reclamará a Gobierno y Oposición que no se acuerden cómo salvar a CITGO”.
Este es, tan solo, un ejemplo de su constante lucha por la justicia en Venezuela, librada desde la Administración Pública, el Poder Judicial, el aula de clase y como ciudadano. Pues el profesor Duque Corredor, con su ejemplo diario, demostró por qué la justicia es la reina de las virtudes republicanas.
En nuestras últimas conversaciones, dedicados a pensar en soluciones a los complejos problemas legales derivados de la deuda pública externa venezolana, el profesor Duque Corredor me insistía en la importancia del optimismo realista, y de perseverar en la adversidad, con sabios consejos que, desde el exilio, me animaban a seguir. Pues los golpes de la adversidad -como en alguna ocasión reciente le escuché, citando a Renan- son muy amargos, pero nunca son estériles.
Hace unos años, desde la Universidad Valle del Momboy, decía el profesor Duque que él moriría en una carretera, en una tribuna, en una cátedra o un paraninfo, pues es lo que sabía hacer: predicar la fe en el Derecho. Y así fue: la muerte le encontró en su permanente lucha por el Derecho y la democracia en Venezuela. Su obra, pero, sobre todo, su ejemplo, son fuerzas que deben animarnos a continuar su lucha por la justicia en Venezuela.