La ciudad, que hace seis semanas albergaba a casi un millón de personas, ahora es un cascarón vacío. Cuando The Economist fue invitado el 14 de noviembre a unirse a un convoy de suministros militares israelí a al-Shati, un otrora abarrotado campo de refugiados en el norte de Gaza, ninguno de sus 90.000 residentes estaba allí. Muchos de los densos edificios de apartamentos del campo habían sido destruidos; otros sufrieron graves daños. Columnas blindadas de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) habían destruido las carreteras. Las infraestructuras de electricidad, agua y alcantarillado ya no existen. La situación es similar en gran parte de la ciudad de Gaza y en las ciudades periféricas.
Después de seis semanas de guerra y tres semanas de combates terrestres, Israel ahora tiene control efectivo del área al norte de Wadi Gaza, un lecho de río que divide la franja de 45 kilómetros de largo. La devastación presagia el fin de una fase de la guerra de Israel contra Hamas, que comenzó el 7 de octubre después de que el grupo islamista palestino llevara a cabo una masacre que terminó con alrededor de 1.400 israelíes asesinados o secuestrados. Semanas de intensos bombardeos israelíes y una ofensiva terrestre que comenzó el 27 de octubre han matado a más de 11.000 palestinos en Gaza. De hecho, también han desalojado a Hamas del poder, al menos en la parte norte del enclave: el grupo que controla Gaza desde 2007 está disperso y tambaleándose.
Todo esto plantea dos cuestiones importantes. Primero, y más apremiante, es cómo aliviar un desastre humanitario en el sur de Gaza. Casi la totalidad de los 2,2 millones de habitantes del territorio están ahora alojados en el sur. El asedio total impuesto por Israel y el anémico flujo de ayuda a través de la frontera de Gaza con Egipto han dejado a los habitantes de Gaza con una desesperada escasez de alimentos y agua. La escasez de combustible ha paralizado hospitales y agencias de ayuda. Y ha llegado el invierno, trayendo consigo temperaturas frías y lluvias que sólo aumentarán la miseria.
En segundo lugar está lo que sucederá a continuación en el campo de batalla. No son sólo los civiles los que huyeron al sur de Gaza: algunos de los combatientes de Hamas sin duda hicieron lo mismo. Israel aún tiene que encontrar al líder del grupo en Gaza, Yahya Sinwar, o a su jefe militar, Muhammad Deif, quienes se cree que están escondidos en el laberinto de túneles debajo del enclave. Las tropas israelíes pasarán las próximas semanas haciendo volar las entradas a esos túneles y recorriendo el norte en busca de armas y militantes. Sin embargo, en algún momento Israel tendrá que volver su atención hacia el sur. Cuánto podrá hacer allí dependerá de la política interna y la presión diplomática.
En los últimos días la atención se ha centrado en el hospital al-Shifa, el más grande de Gaza, y otras instalaciones similares. Israel dice que Hamas tiene un cuartel general subterráneo debajo de al-Shifa. También cree que algunos de sus 239 rehenes fueron escondidos allí, al menos temporalmente. El 15 de noviembre, después de rodearlo durante seis días, las tropas israelíes entraron en el recinto hospitalario.
La situación aún se estaba desarrollando cuando The Economist cerró esta edición, pero los informes iniciales sugieren que las FDI no encontraron ni a los líderes de Hamas ni a ninguno de los rehenes. La mayoría de los aproximadamente 60.000 palestinos que se habían refugiado en el hospital también habían desaparecido. Cuando las tropas israelíes entraron, sólo quedaban unas 1.500 personas, una mezcla de personal médico, pacientes y desplazados.
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