La rotunda victoria de María Corina Machado como candidata presidencial de las fuerzas democráticas para los comicios previstos en 2024, abre varios horizontes que celebramos con entusiasmo y fortalece la esperanza de que una transformación no solo política sino estructural es posible.
Se trata de mucho más que un cambio de gobierno para encauzar la transición hacia la democracia, hoy pisoteada por el régimen de Maduro y la camarilla militar civil mafiosa y criminal que lo acompaña. Es imprescindible un cambio de modelo en el plano socioeconómico.
También urge un viraje cultural que propicie la modificación del sistema de valores dominante impuesto por el proyecto chavista, modalidad militarista fascistoide y depredadora del populismo latinoamericano, nutrido de demagogia y corrupción. Desde hace 25 años la transgresión se convirtió en norma.
Sin sanción social, se han normalizado rapiña, saqueo de bienes públicos y anomia moral. La reconstrucción de un Estado Social de Derecho y Justicia implica dejar atrás la estructura clientelar del Estado, el amiguismo y la repartición de cargos públicos como cuotas de poder entre distintos actores políticos.
La victoria de María Corina Machado significó la derrota de las élites políticas hegemónicas actuales y de la tradición populista de los líderes que dirigieron la modernización del país sobre la base de un modelo hoy agotado, estatista, asistencialista y paternalista, que corrompió la iniciativa privada, generó dependencia de la sociedad hacia el Estado, pasividad y facilismo, tanto del empresariado, con muy baja capacidad de riesgo, como de la mayoría de la población, habituada a las dádivas gubernamentales.
Las heridas del exilio de millones de venezolanos, por razones económicas o por persecución política, la trágica situación de los presos políticos civiles y militares y de sus familiares, el colapso general de los servicios públicos -con énfasis en educación y salud- y de la infraestructura, vial, energética, de agua potable corriente y de la planta física de edificaciones oficiales, no serán curados si no se logra superar la crisis humanitaria compleja que padece hoy la gente en el territorio nacional.
El deterioro social creciente, el desamparo de los presos comunes, hacinados y con enfermedades que habían sido erradicadas como tuberculosis, la falta de asistencia pública de quienes la necesitan si el Estado cumpliera sus obligaciones constitucionales, el hambre y las carencias extremas en especial en la población infantil, no serán superados sin el quiebre de la dinámica perversa de un conglomerado criminal que asaltó las estructuras del Estado, domina a sangre y fuego mediante miedo y represión, manipula a los ciudadanos y se aferra al poder a cualquier precio.
El retorno a la democracia no es posible sin respeto a los otros, sin derechos humanos fundamentales. Sin Estado de Derecho la democracia es un cascarón vacío. Sin pluralismo ni tolerancia, sin la práctica de la cultura cívica ni el cumplimiento de las normas y la restauración de la confianza como soporte del tejido social, no lograremos construir cohesión en una sociedad atomizada, ni podremos articular un proyecto nacional común y compartido.
El daño más grande provocado por los desmanes y abusos de poder del régimen ha sido el envilecimiento de las mentalidades que pretendió imponer. Pese a familias fracturadas, despojo de bienes materiales, abandono del piso emocional y familiar de muchos hogares y desplome del sistema educativo público, que ha privado a los más vulnerables de un derecho inalienable, asombra la capacidad de resiliencia de la gente común.
El proceso de la primaria, conducido por la sociedad civil organizada, evidenció tres hechos decisivos para nutrir la esperanza de que el rescate de la democracia, la dignidad y la decencia no solo son posibles, sino que están anclados en el ánimo de la mayoría de la ciudadanía.
La respuesta casi unánime para participar, con obstáculos y zancadillas, reveló la actitud proactiva y desprendimiento de un voluntariado masivo que se capacitó para ejercer sus responsabilidades electorales, y de los votantes, que demostraron su vocación democrática. Hubo movilización y organización ejemplares de la sociedad civil en el país y en el exterior. Y, sobre todo, hay una lideresa inspiradora que, con valentía, fuerza moral y coherencia entre propuestas y acciones, despertó la aspiración libertaria y la adhesión multitudinaria del pueblo y de muchos sectores sociales.