Pero este nuevo aspirante exhibe otro perfil. Es racista, xenófobo, misógino, encubridor de sus actos como presidente, instigador de una violenta insurrección para desconocer el resultado legítimo de una elección democrática y acusado de masivo fraude fiscal para su enriquecimiento personal.
De regresar a la Casa Blanca, Trump ha anunciado, entre otros propósitos, usar el Departamento de Justicia para investigar a sus adversarios y criminalizarlos, ordenar una deportación masiva de inmigrantes sin precedentes, militarizar las calles contra la delincuencia, pena capital para shoplifters, purgar la nómina de empleados públicos. Liquidará la némesis que lo obsesiona, el llamado “Estado profundo”: medios de comunicación hostiles, “justicia corrupta”, adversarios a la sombra, y acabar con los “Republicanos solo de nombre” (RINO) como llama despectivamente a sus camaradas republicanos moderados.
En cuanto a política exterior, ya advirtió que finalizará la guerra en Ucrania en un día y liquidará la OTAN, lo que allanaría el camino a la ambición expansionista de su amigo Putin en los países bálticos y otros. Por afinidad, inferiríamos que dejará a Taiwán a la voluntad de China. En Oriente Medio apoya a Israel irrestrictamente, pero sin interés alguno en la solución de los dos estados.
No sería aventurado presagiar para EE.UU. un Estado y una democracia disfuncionales en manos y a capricho de un narcisista, elegido por fieles seguidores ajenos a evaluar la autoridad moral, y también la psique, de su líder.