La obsesiva furia de los clérigos gobernantes de la República Islámica de Irán, que obligan a las féminas a cubrirse el cabello con el hiyab, so pena de terribles castigos por su desacato, ha sido plasmada recientemente por el parlamento en una ley draconiana, bautizada como Ley de la Castidad y el Hiyab. Una obligación, por cierto no prescrita en el Corán, que solo ordena a las mujeres modestia, decencia y pudor a la hora de mostrarse públicamente.
Esta nueva legislación, fue aprobada semanas después del aniversario de la muerte de Mahsa Amini, la joven asesinada a golpes por la policía de la moral, por no llevar correctamente el velo islámico. En esta ley se equipara el rechazo a llevar el hiyab en público a la “desnudez” del cuerpo femenino. Fija multas cuantiosas, despido del sitio de trabajo, prohibición de conducir automóviles, negación de servicios y oportunidades en instituciones públicas y, en lo penal, prisión de hasta diez años para las violadoras. Las sanciones alcanzan también a aquellos empleadores que toleren el impropio uso del hiyab por las damas.
Es tan absurdo e irracional, social y hasta religiosamente, este maligno apartheid misógino, que nuestra imaginación vuela al Freud psicoanalista, que apuntaba cómo la libido se puede dirigir fijamente a un objeto de deseo, sea una persona o una parte de ella y, por su ímpetu, padecer una terrible relación de dependencia. Es como si los embatolados clérigos iraníes, presa de una fijación incontrolable con el cabello de sus coterráneas, las obligasen a cubrirlo para no tener que auto flagelarse. Tan patético todo que nos ha dado para recordar aquel film de Luis Buñuel (1977), del cual tomamos el título de este artículo.
Visto desde otro ángulo, es bochornoso que las auto denominadas combatientes oficialistas, revolucionarias y feministas, ignoran y callan ante este crimen de género de sus geopolíticos aliados iraníes.