Sin pretender ser Ortega Y Gasset, me remito a su reflexión hecha para los franceses, con el objeto de analizar el claro mandato que dio en las primarias la sociedad venezolana al liderazgo político que lucha con honestidad e inteligencia contra el régimen. Estimo que la asimilación del mensaje inequívoco que la ciudadanía está enviando a la dirigencia política resulta crucial para la racionalidad, honestidad e inteligencia con las que deberán tomarse todas las decisiones futuras necesarias para liberar a Venezuela de este tan oprobioso como desgastado régimen.
Que se hagan colas para votar contrariando a un régimen que manipuló y presionó para que no se votara en las primarias del 22 de octubre y que esas colas desaparezcan de la escena cuando el esfuerzo fuere hecho en sentido contrario para el referéndum consultivo del 3 de diciembre, más que un comportamiento electoral expresa una posición política de hondo calado, que más que honda y profunda, luce abisal, diciéndonos muchas cosas, entre ellas, que la sociedad se encuentra en una etapa culminante, indetenible e irreversible de un proceso de aprendizaje político. Una etapa en la que el conocimiento y la experiencia acumulada por una multitud de personas golpeadas en todas las formas, señalan que poco o nada puede hacerse, en un marco de actuación democrática, para reconstruir una base de apoyo perdida.
Muy triste resulta reconocer que la desgracia de esta realidad nacional y los trágicos momentos que las masas padecen, dentro y fuera de sus fronteras, hayan sido los despiadados maestros de esta politización y del proceso de aprendizaje político puesto de manifiesto por una ciudadanía irrevocablemente decidida a producir un cambio político en el país, que no solo está clara y que no se dejará confundir con distracciones y falsas maniobras, sino que está dictando cátedra política acerca de los objetivos políticos que quiere alcanzar y, en igual orden de importancia, también acerca de con quien quiere alcanzarlos.
Luce muy clara y fácil de entender la lección impartida por esta ciudadanía que sufre y padece con resiliencia la agonía diaria de vivir una inmerecida pobreza. Corresponde a la dirigencia opositora apreciarla con la misma claridad y facilidad que se ha dictado, pues resultarán reprobados, con la misma inclemencia que se ha recibido este aprendizaje político, todos aquellos que se muestren obtusos, necios y refractarios al mandato dado y ratificado por un pueblo cansado, agobiado, harto y desesperado.
Son los veinticuatro años de padecimiento y desgracia los que han conducido a este proceso de aprendizaje y comprensión de la realidad política tanto interna como externa. Nadie a estas alturas puede venir a echar cuentos ni a pedir disculpas por los daños causados. En el fondo es esto y el surgimiento de un liderazgo auténtico, honesto y valiente, como el de María Corina Machado, con ideas muy claras y un proyecto político viable para Venezuela, lo que ha reconciliado con la política las masas extenuadas y demandantes, generando por consiguiente que comiencen a salir a flote corrientes interiores, una inmensa fuerza en construcción, la esperanza que ya rompió la barrera del miedo y que hará posible en Venezuela llenar de libertad y prosperidad todos los espacios que hoy están cubiertos por la pobreza, la desgracia y la ausencia de los seres queridos. Aclaro que no solo expreso deseos o un pensamiento esperanzado, muchos elementos puestos en la mesa de análisis por las últimas acciones de la ciudadanía dan claros indicios que permiten defender el realismo de este diagnóstico.
Hace tan solo unos años, nadie hubiese considerado posible ganar una elección si recursos ni maquinarias políticas como las tradicionalmente conocidas, hasta la politología mas previdente y optimista lo habría excluido, pues el 22 de octubre la sociedad civil venezolana acabo con el “mito” de las maquinarias; fue ella las que participó en la conformación de las mesas de las primarias para ser representante de un candidato específico: María Corina Machado; fue la ciudadanía la que sirvió de garante en ese proceso. Todo apunta a que seguirá siendo como garante, ese muro de libertad infranqueable contra el que nadie podrá.
He aquí la esencia del mandato que debemos entender todos, especialmente los partidos y el liderazgo tradicional de este país: la ciudadanía ha puesto en la escena política un nuevo liderazgo, ha definido sin lugar a dudas una nueva líder y demanda en torno a ella un gran acuerdo nacional que va más allá de los partidos. En el contexto político que vivimos, padecemos y enfrentamos, constituiría un gravísimo error, que la ciudadanía no estará dispuesta a perdonar a nadie: el desoír su mandato, su grito desesperado de emancipación, la fórmula que está proponiendo para alcanzar ese objetivo. Por el contrario, el acuerdo o gran alianza nacional en este contexto debe asumirse como un imperativo inexorable.
Bien interpretadas esas señales, debe quedar claro también que la ciudadanía está más que resuelta a cumplir lo que ha ordenado, no tolerará la desobediencia ni la traición. Será implacable con quienes arruinen esta oportunidad, pues ya agotadas todas las prácticas que el régimen ha empleado para someterle, brotan desde todos los sectores manifestaciones contundentes que permiten comprender que el miedo se ha perdido y en lugar de este se ha instalado en esta atribulada ciudadanía un deseo irrefrenable y apasionado por rescatar la libertad y la democracia. Esa argumentación de que el régimen tiene recursos, tiene maquinaria, mete miedo, presiona, ya no funciona, la sociedad civil se decidió a cambiar.
Parafraseando a Ortega Y Gasset, a mi juicio, quien no entienda esta curiosa situación moral de las masas no puede entender y explicar nada de lo que hoy comienza acontecer en la política venezolana. “Es, pues, falso decir que en la vida ‘deciden las circunstancias’. Al contrario: las circunstancias son el dilema, siempre nuevo, ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter”. Los venezolanos hemos entendido que la desgracia que se vive no puede ser nuestro destino y hemos decidido rebelarnos y ya lo hemos hecho. La decisión de cambiar es irreversible.