En un lugar remoto del desierto de Arizona, cerca de una brecha que se abría en el muro fronterizo, decenas de migrantes se acurrucaban junto a unas hogueras de leña.
Por: NY Times
Tras huir de la guerra en Sudán, de bandas violentas en Centroamérica o de los cárteles mexicanos, todos habían cruzado de manera ilegal hacia Estados Unidos, caminaron a pie por terrenos accidentados durante horas y habían llegado a este punto exhaustos, hambrientos y con frío.
Querían entregarse a las autoridades para pedir asilo, pero se quedaron varados aquí, a kilómetros de la ciudad más cercana, Sásabe.
El martes por la noche, cuando descendieron las temperaturas, llegó un grupo de agentes de la Patrulla Fronteriza, metió a los hombres en una camioneta para procesarlos y se marchó a toda velocidad, en busca de más personas que necesitaban ser rescatadas.
“No estamos equipados para hacer frente a esto”, dijo Scott Carmon, comandante de guardia de la Patrulla Fronteriza, mientras revisaba el campamento. “Es un desastre humanitario”.
Esta es la crisis que se está experimentando en la frontera sur, cuando los encuentros con migrantes vuelven a alcanzar niveles históricos y ponen a prueba la capacidad de las fuerzas de seguridad estadounidenses para contener un aumento de cruces ilegales con repercusiones de gran envergadura para el gobierno de Biden.
Todos los días llegan a la frontera miles de migrantes procedentes de los confines del planeta, desde África a Asia y Sudamérica, impulsados por la violencia implacable, la desesperación y la pobreza.
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