El 9 de enero de 1963 firmó contrato para sumarse como baterista a la banda. El respeto que generaba en el resto de los músicos y la fidelidad que mantuvo a su novia de toda la vida durante las caóticas giras de las décadas del 60 y 70
Charlie Watts fue pilar fundamental de los Rolling Stones. El baterista es quien logró mantener en sincronía a dos espíritus rebeldes como los de Keith Richards y Mick Jagger, aún en los peores momentos.
Por Infobae
“Babeamos por Charlie durante meses”, le contó Richards a la revista Variety en una entrevista reciente. “Él empezó a asistir a los ensayos, que era todo lo que hacíamos en esos días: ensayar”. Y así, el 9 de enero de 1963, Watts finalmente “firmó contrato” para convertirse en un Rolling Stone. Le prometieron pagarle un dinero fijo por cada show.
“Charlie aportó otra sensibilidad, el toque jazzero pero no tocaba muy pesado. A veces, si lo enojaba lo suficiente, lo hacía. Esa era la única forma en que podía hacer que tocara realmente pesado: enojarlo”, recordó Jagger. Juntos grabaron las mejores canciones de la historia hasta la muerte del baterista en agosto de 2021.
Los Stones, a las piñas
Entre las miles de anécdotas de las giras de la banda hay una que siempre le gustaba contar a Richards para describir a Watts. En 1984, una gira llevó a los Rolling Stones por Amsterdam. Mick Jagger y Keith salieron después del show. Volvieron al hotel ya de madrugada. Los músicos gritaban, se empujaban, planeaban grandes canciones.
Mick dijo que tenía que probar una canción que se le había ocurrido, que eso no podía esperar. Levantó el teléfono y llamó a la habitación de Charlie Watts. Keith trató de disuadirlo. Eran las 5 de la mañana. Charlie dormía desde hacía varias horas.
Atendió y escuchó que del otro lado, Jagger le decía: “¿Cómo está mi baterista?”. Watts no respondió y colgó.
Jagger y Richards siguieron divirtiéndose en la habitación hasta que veinte minutos después los interrumpieron unos enérgicos golpes en la puerta. Cuando Mick abrió se encontró a Charlie frente a él. Estaba impecable, como siempre. Camisa planchada, corbata con el nudo perfecto, pantalón pinzado y los zapatos destellantes. Pero todo eso no lo pudo notar Mick, ni siquiera se llegó a asombrar porque su compañero no tenía pijama. Charlie Watts le pegó una trompada sin siquiera saludarlo o insultarlo. Antes de irse, Charlie se acercó a él y con un dedo apuntándole a centímetros de la nariz le dijo: “No te lo olvides más: no soy tu baterista”. Y volvió a dormir un rato más.
Muchos años después, en “According to the Rolling Stones” recordó la historia y dijo: “No es algo de lo que esté orgulloso de haber hecho, y si no hubiera estado bebiendo nunca lo habría hecho”.
Charlie Watts murió a los 80 años el 24 de agosto de 2021. La tranquilidad y la quietud que siempre mostró no le llegaron con los años. La fama, los millones, los estadios desbordantes no cambiaron su forma de ser. Era el Rolling Stone discreto. El hombre sin estridencias pero con atributos.
“Me encantaba tocar con Keith y la banda -todavía lo hago- pero no me interesaba ser un ídolo del pop sentado allí, con chicas gritando. No es el mundo del que vengo. No es lo que quería ser, y sigo pensando que es tonto”, contó Charlie Watts en “According to the Rolling Stones”, el libro que cuenta la historia de la banda de rock más duradera de la historia.
El 2 de febrero de 1963, Keith anota en su diario que su banda dio un show magnífico. Se lo lee exultante. La base rítmica ya es la clásica: Bill Wyman y Charlie Watts. Los Rolling Stones tomaban su fisonomía definitiva.
Andrew Loog Oldham, productor en los sesenta de la banda, cuenta en Rolling Stoned, su libro de memorias, la primera vez que vio a Charlie Watts tocando con los Stones y la impresión que le causó: “El baterista parecía haber sido transportado por un rayo y daba la impresión de no escuchárselo tanto cómo se lo sentía. Yo disfrutaba la presencia que aportaba al grupo, así como su forma de tocar. A diferencia de los otros cinco que no tenían saco, él tenía los dos botones superiores del suyo meticulosamente abrochados por sobre una pulcra camisa de cuello con botones y una corbata, conjunto indiferente a la temperatura de la sal. Tenía el cuerpo detrás del set de batería y la cabeza girada a la derecha, con un distante y calculado desdén. Era el único, el eterno hombre de su propio mundo, caballero del tiempo, del espacio y el corazón. Había conocido a Charlie Watts”.
“No sé cómo diablos ese viejo imbécil llegó a ser tan bueno. Él sería el último en estar de acuerdo, pero para mí es EL baterista. No hay muchos bateristas de rock and roll que realmente hagan swing. La mayoría de ellos ni siquiera saben lo que SIGNIFICA la palabra. Es la diferencia entre algo que rueda por la carretera y nunca despega y algo que realmente VUELA”, llegó a decir sobre él Keith Richards.
Su origen de baterista de jazz se notaba en el escenario. Estaba en la economía de gestos, en el ritmo diferente, en la falta de rigidez. Keith dijo: “Tiene controlado el sentimiento, la soltura, y ahorra mucho. Como él es un baterista de jazz, nosotros en el fondo somos una banda de jazz”.
Charles Robert Watts nació en Londres el 2 de junio de 1941. Su padre Charles Richard era chofer de camiones y su madre, Lilian, ama de casa. Creció en Wembley, en un barrio que recibió bombardeos durante la guerra, y su primer contacto con la música fue un banjo que le regalaron sus padres.
No lo pudo tocar, no le daban los dedos, de modo que lo convirtió en una caja de percusión. “No me gustaron los puntos en el cuello. Así que le quité el cuello y, al mismo tiempo, escuché a un baterista llamado Chico Hamilton, que tocaba con Gerry Mulligan, y quería tocar así, con pinceles. No tenía un tambor, así que puse la cabeza del banjo en un soporte y toqué”, contó alguna vez.
Esa fue su primera batería, hasta que le regalaron una de verdad en 1955. Tenía 14 años y ya era un fanático del jazz que admiraba a Duke Ellington, Charlie Parker y Miles Davis.
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