Desde hace un buen rato, ha quebrado la industria editorial en Venezuela. Huelga comentar que el fenómeno expresa la clara y nítida tendencia generalizada hacia la desindustrialización absoluta del país tan inherente al socialismo del siglo XXI, y el retroceso en los términos de una división internacional del trabajo impuesta por las (super)potencias a las que se ha asociado ya por décadas.
Por ejemplo, un reconocido editor, fundador de la revista Élite que marcó un hito entre nosotros, como Juan de Guruceaga, alertaba en torno a la proliferación de imprentas en las dependencias oficiales poniendo en peligro la industria gráfica del sector privado (El Nacional, Caracas: 17/10/1965). Ni remotamente imaginó lo lejos que llegaría el Estado monopolizador de la prensa escrita y sus insumos, ni de las imprentas adquiridas que prometieron un tiraje de veinte millones de libros, por no comentar sobre la inmensa brecha digital que sostiene, en la presente centuria.
A los más variados sectores de opinión, añadidos los académicos, ahora, se les imposibilita publicar obras de una mayor profundidad y aliento, intentando apenas esbozarlas a través de distintos portales noticiosos. Otros países de notable desarrollo, mantienen en pie la industria editorial, fuere o no convencional, dándole amplísima cabida a la literatura, a la política y a todo género que suscite la curiosidad de legos y especialistas: a modo de ilustración, en España, además Cayetana Alvarez de Toledo o Pablo Iglesias como de dos títulos contrapuestos por estos años, la experta en un ámbito – si se quiere – tan inhóspito, como el de la física cuántica, Sonia Fernández-Vidal, ha llegado lejos gracias a una producción bibliográfica tan creativa para la divulgación de la exigente materia, o una psicólogo tan competente, Sara Tarrés, cuenta con el reconocimiento de un importante desempeño profesional que tiene en su haber un libro de título elocuente, como “Mi hijo me cae mal”.
Contrariada una larga y rica tradición, entre nosotros, extrañamos un género que explicó muy bien los dos siglos anteriores: el político. Quedando chica la audiencia para los regulares artículos de prensa, se encontraba editorial para reunirlos al igual que los discursos edilicios o parlamentarios, si fuere el caso, dándole sistematicidad a los planteamientos circunstanciales, pero – asimismo – era prácticamente una obligación de todo dirigente de fuste escribir extendidamente sobre aspectos que, incluso, no tuviesen directamente que ver con la política, aún desde los tiempos del país predominantemente rural y analfabeto.
Todo el mundo exige experticia y sobriedad en el tratamiento de las materias aún más disímiles, pero suele estar conforme con las ligerezas que hoy, y tan interesadamente, caracterizan y explica la vida política venezolana. Echamos de menos, el ensayo político al que también le dimos un especial brillo por su calidad, contundencia y hasta elegancia, en épocas anteriores.
Independientemente del signo político e ideológico del autor, encontramos textos desde principios de los ´60 del ´XX que gozaron de un considerable número de lectores, porque expresaban perfiles muy importantes: planteamientos audaces muy bien escritos con una irremediable vocación polemista, firmados en aquellos tiempos por integrantes del relevo generacional que competían con antecesores no menos brillantes, como Rodolfo José Cárdenas y Domingo Alberto Rangel, por mencionar un par de casos. Ya no hay nada semejante, o la quiebra editorial esconde a los ensayistas políticamente inconvenientes e incorrectos para el status quo, y podrá sentenciarse que ni siquiera existen los revolucionarios de cafetín para preguntarse si la bebida proviene de un colador casero, una máquina de expreso, un artefacto para moka u otras que les ayuden a meditar un poco más sobre la degustación de una mañana que legitime la tertulia.
Falta alguna hondura en nuestros comentarios cotidianos, tan conformes con las versiones telegráficas en boga. Luego, es necesario reivindicar el ensayo político venezolano en cualquier formato que le sea posible.