Si me dan solo el presente y me colman de información, de imágenes y sentencias emotivas, y todo es transparente como un cristal, entonces, no tengo incentivos para indagar, para curiosear, para imaginar, para descubrir el lado oculto de la luna, las máscaras del alma, los destellos de la creación, el aura de la belleza en el ser humano, en la naturaleza y en el arte; así no puedo narrar, así, simplemente, no estoy en capacidad de vivir, estoy condenado a la más pedestre de las muertes: la de la conciencia.
El hombre, dice Byung-Chul Han, no va existiendo momento tras momento. No es un ser de instantes. Su existencia abarca todo el lapso que se extiende desde el nacimiento hasta la muerte. Marcel Proust, con En busca del tiempo perdido (1913-1927), en literatura, y Martin Heidegger con Ser y Tiempo (1927), en filosofía, escribieron para combatir resueltamente la atrofia de la modernidad que desestabiliza y fragmenta la vida.
Muchos de los derechos ganados por el ser humano a través de la historia, en largas jornadas de lucha motivadas por la sensibilidad, el sentido común, la inteligencia y las nuevas ideas, se han vuelto frágiles y vulnerables, y hasta los naturales, tales como comer, enamorarse, cuidar la salud, comulgar, discernir y narrar, poco a poco los ha ido socavando la tecnología hasta hacernos verdaderos títeres sujetos a su absoluto dominio.
Se comienza a hablar exageradamente de la narración, en el momento en que esta va perdiendo su fuerza vital, su misterio y hasta su hechizo.
Diferencia entre información y narración
En el último ensayo sobre La crisis de la narración, de Byung Chul-Han, aparece una reflexión tomada de El libro los pasajes de Walter Benjamín que contiene, en una preciosa metáfora, la extracción conceptual de ambos términos: narración e información.
Benjamín considera el tedio como el nivel superior de relajación que reclama el acto de narrar, el ave de ensueño que incuba el huevo de la experiencia, una sábana gris y abrigadora, revestida por dentro con un forro de la más cálida y colorida seda, en la que nos envolvemos para soñar. Pero el ruido de la información, los crujidos en el bosque de páginas, ahuyentan al ave de ensueño. En el bosque de páginas ya no se teje ni se hila. Solo se producen y se consumen informaciones a modo de estímulo.
En el bosque digital de páginas que es internet, afirma Chul Han, ya no quedan nidos de aves de ensueño. Los cazadores de información las han ahuyentado, pretendiendo usurpar su función alentadora de la tensión emocionante que crea verdad y vida.
El poder omnipresente de la información
El mundo está dominado por información que nos habla de lo inmediato. La atención de la gente es más curiosidad, en busca de la novedad, en lugar de posar la mirada en la lejanía y dejarla reposar en ella. El ser humano ha perdido la mirada prolongada, serena y afirmativa.
Para Byung-Chul Han, la sucesiva eliminación de la lejanía es un rasgo de la modernidad; la lejanía desaparece en beneficio de la evidencia de la falta de distancia, que hace que todo esté disponible. Y esto solo se logra mediante abundante y trastocada información.
Esa falta de distancia, rasgo exaltado de la modernidad tardía, aparentemente evidencia de mayores atributos libertarios acaba, en palabras del filósofo Chul Han, tanto con la cercanía como con la lejanía.
Cercanía y lejanía se requieren y alientan mutuamente. Precisamente esa combinación de cercanía y lejanía es lo que engendra, según Benjamín, el aura, que es el rastro, el síntoma de una cercanía, por muy lejano que pueda ser lo que lo dejó y el aura que es el mismo síntoma, pero de una lejanía, por muy cercano que pueda ser lo que la provoca. El aura es narrativa, porque está preñada de lejanía. La información, por el contrario, al suprimir la lejanía, por la falta de distancia, acaba con el aura y desencanta al mundo.
La información, tiene interés según Benjamín, tan solo en el breve instante en que es nueva. Solo está viva durante ese instante, y a él se entrega por completo sin tener ningún tiempo que perder. Pero la narración jamás se entrega, sino que al continuar, concentra sus fuerzas y, aun mucho después, sigue siendo capaz de desplegarse.
La información es el objetivo del periodista que recorre las sociedades en busca de primicias. Su figura está opuesta a la del narrador. Este no informa ni explica. El arte de narrar es el arte de transmitir una historia sin tener que explicarlo todo. Gran parte del éxito del narrador consiste en guardarse información para que se acreciente la tensión narrativa.
Modernidad e información
La crisis existencial de la modernidad, según Byung-Chul Han, como crisis de la narración, se debe a que vida y narración van cada una por su lado. En la modernidad tardía, la que identifica la era digital, para este emergente filósofo, la vida está más desnuda que nunca. Carece de toda imaginación narrativa. La información no se deja enlazar para componer una narración.
Si no puedo encadenar oraciones que den pie a una narración que sume todos mis tiempos, no puedo explicarme a mí mismo y menos puedo explicar al otro, simplemente no tengo destino. No puedo hacerme cargo de mi propio ser. Estoy abandonado al momento, carezco de historia. Soy un solitario, aislado y desencantado del mundo.
Esta es la razón por la que hoy se ha exacerbado la discusión sobre la decadencia de la narrativa, en la medida en que se pretende sustituir esta por los storytelling, que no son otra cosa que historias contadas emotivamente con el ánimo de sustituir la narración por una versión acomodada –esencialmente informativa– a las expectativas del mercado.
En otras palabras, una moda estrepitosamente impuesta detrás de la cual se esconde un vacío narrativo, que expresa un mensaje extraviado y carente de sentido, simplemente hecho para gustar al instante. Hecho a la mano y desechable tan pronto satisfaga el deseo inmediato y se promueva uno nuevo, para llevar, al gusto del consumidor.
Los famosos storytelling
En lugar de una historia para contar, consustancial con nuestra manera de estar cómodamente en el mundo para practicar la vida en comunión –y narrar desde nuestros orígenes, nuestra gastronomía, la manera en que nos enamoramos y vivimos y hasta la forma que damos con nuestra narrativa a las distintas percepciones de la muerte–, se promueven los storytelling, forma encubierta de storyselling únicamente concebidas como información para vender.
Usted podrá encontrar hoy en las redes y por las redes, miles de anuncios digitales con las siguientes propuestas: ¿quieres comunicar un mensaje de tu marca de forma emocionante? Inspírate en estos storytelling y cautiva tu audiencia. Luego de varios modelos supuestamente exitosos para capturar a sus potenciales consumidores vendrá la enumeración de los aspectos a considerar para montar una buena trampa para cazar incautos:
1) Identificar a quién vas a contar la historia (segmento del mercado). 2) Definir qué historia quieres contar (atributos del producto, la cosa o el artista a vender). 3) Vital resulta crear una conexión emocional (dependiendo de las características del producto, cuál de los sentidos tiene prioridad para explotar). 4) Dar vida a los personajes mediante la simulación, y, finalmente, la historia debe ser muy sencilla de manera que desde un cretino hasta un despierto consumidor, de esos que andan detrás de los avisos, pueda digerirlo con facilidad.
En ese caso, no hay nada que objetar sobre los mecanismos que sirven para promocionar los productos de las empresas y los emprendedores. El problema radica en que se pretenda inducir al individuo subliminalmente –mediante parches de información para uso inmediato y desechable totalmente contingenciales–, a sustituir la narración que constituye su visión íntegra y cambiante a través de la historia, para convertirla en una mercancía más, hecha de información, únicamente de puro presente, ausente de su destino.
La vida es narración
La historia de la humanidad es una narración continuada; es la luz que hace crecer y multiplicar todos los espacios y los tiempos habitados por nosotros y por los otros, es el érase una vez, dibujado en las cavernas del hombre prehistórico y después, desde el mito sumerio de Gilgamesh 2.750 a.C –el padre de todos los héroes mitológicos–, donde ya se anunciaba el diluvio, pasando por el Génesis, que narra el bello inicio que nace del caos y la oscuridad:
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. Entonces dijo Dios: Sea la luz. Y hubo luz.
Hasta llegar a Heródoto (484 a.C-425 a.C), el más grande e importante de los narradores para Walter Benjamín, al que se le atribuye la primera composición de un relato razonado y estructurado de las acciones humanas. Célebre resulta la narración del sometimiento de Psamenito, rey de Egipto, por Cambises, rey de Persia, y la tensión descrita en su discurso narrativo que carece de toda explicación, suscitando asombro y provocando todavía una singular reflexión.
La crisis de la narración
Para el profesor Byung-Chul Han, la declinación de la narrativa en la modernidad se debe principalmente a que el mundo está invadido de información. El espíritu de la narración se asfixia entre los violentos embates de su oleaje.
La modernidad, preñada en el pasado de una hermosa sensación de comienzo, de fe en el progreso, de énfasis en la novedad y deseo de acabar con todo, para empezar de cero y donde hasta el Manifiesto Comunista representó una narrativa de futuro que hablaba del derrocamiento de todo el orden social anterior, definitivamente perdió todo su encanto para tomar el cielo por asalto, como lo pensaron alguna vez los estudiantes del Mayo francés.
Según Byung-Chul Han, a diferencia de la modernidad –con su narrativa y sus pregones de futuro y porvenir–, con su deseo de una vida distinta, la modernidad tardía ya no conserva nada del pathos revolucionario de lo nuevo, del entusiasmo por volver a comenzar desde el principio.
Una vida sin encanto
La vida se ha vuelto enumeración de actividades, repetición de tareas, disolución del tiempo, asfixia de la cotidianidad por una pantalla que te entretiene y te sacude momentáneamente el aburrimiento y te mantiene en tensión espiritual, mientras terminan de producir las máquinas necesarias que harán el trabajo humano y terminarán de envilecernos.
En nuestra vida diaria cada vez nos contamos menos historias. La comunicación como intercambio de informaciones, para Chul Han, paraliza la narración de historias. La pérdida de la capacidad de narrar se achaca al desencantamiento del mundo; las cosas existen, pero enmudecen. La magia ha huido de ellas.
El desencantamiento significa, antes que nada, que la relación con los otros se reduce a la causalidad y sabemos que su totalización provoca la pobreza en conocimiento y experiencia. Un mundo mágico, dice Han, es aquel en el que las cosas entablan entre sí relaciones que trascienden el nexo causal y en el que intercambian confidencias. La causalidad es mecánica y extrínseca.
Hay muchos planos donde parece hacerse cada día más evidente la declinación de la narración como un medio básico para intercambiar ideas y experiencias sobre la vida, el amor, la salud, la gastronomía y la vida espiritual. Y aquí es poética la percepción de Chul Han, cuando confiesa: ningún storytelling podrá volver a encender el fuego del campamento, en torno al cual se congregaban personas para contarse historias.
Narrar y escuchar
Narrar significa que haya oyentes y lectores y siento que la informatización de la realidad, que no vivió Benjamín, provoca una atrofia de la expresión presencial. En nuestra época, con la digitalización de la información, ésta alcanzó un estatus radicalmente distinto, de total dominio sobre la realidad. En esta modernidad tardía, no hay ningún sueño de cambio en el que creer para volver a empezar, vivimos para acordar por conveniencia o condescendencia.
La comunidad narrativa es una congregación de personas que prestan oído con atención. Narrar y escuchar con interés se reclaman mutuamente. Quien escucha debe tener una disposición especial para oír atentamente y olvidarse de sí mismo. Mientras más abandonado este alguien de sí mismo, más focalizada está su atención y más profundamente se graba lo escuchado. Estamos perdiendo la paciencia, no solo para escuchar, sino también para narrar.
Lo triste del asunto es que en todas las actividades de la vida cotidiana inspirada en la información de los storyselling, cada día nos escenificamos más a nosotros mismos, nos escuchamos a nosotros mismos, en lugar de olvidarnos de nosotros mismos y abandonarnos a escuchar al otro.
Creo que estamos viviendo tiempos donde, aun estando juntos en reuniones, todos llevan conversaciones en paralelo con gente que está ausente, que no es otra cosa que hablar para uno mismo.
La gente ha perdido a tal extremo el sentido de la escucha, que ni siquiera los médicos, en su mayoría, tienen paciencia para escuchar. La lógica del rendimiento y la ganancia hacen incompatible narración y diagnóstico. Usted pasa directo a máquinas especializadas que le dirán al galeno cuál es su padecimiento a un costo bien elevado sin que tenga que encadenar una sola oración.
Creo que en estos tiempos sobresaturados de información, en el que cada uno se considera protagonista –y cuando todos son protagonistas nadie puede tener la atención–, todos están preparados, no para responder a uno de sus interlocutores, sino prestos a decir lo que inconscientemente deben comentarse a sí mismos sobre infinidad de mensajes, imágenes y noticias que hacen que cada uno viva en la nube.
Una de las conclusiones a la que podríamos arribar es que, en la época de los storytelling, usurpadores de la narración como storyselling, la narración es por antonomasia indiscernible de la publicidad. En eso consiste la actual crisis de la narración.
Información y transparencia. Juego de datos
En la sociedad de la información y la transparencia, según Chul-Han, la desnudez se acentúa convirtiéndose en obscenidad. Pero ya no se trata de la ardiente obscenidad de lo reprimido, de lo prohibido, de lo ocultado, sino de la fría obscenidad de la información que ya no tiene secretos y se torna pornográfica, pues se presenta sin envoltura.
En el caso de las plataformas digitales, estas se configuran para alcanzar una protocolización total de la vida. Se trata de convertir la vida privada de cada ser en un juego de datos. Cuantos más datos se compilen de una persona, más fácil resultará vigilar, manipular y sacar beneficios económicos de su vida.
Para los dueños de las plataformas, son mucho más provechosos económicamente los datos que las narraciones. Las reflexiones narrativas son mal vistas. Algunas permiten fuentes narrativas, siempre y cuando puedan configurarse de tal forma que luego puedan ingresar a un banco de datos.
Las plataformas digitales como Twitter, Facebook, Instagram, TikTok o Snapchat están situadas en el punto cero de las narraciones. No son medios para narrar sino para informar. Trabajan aditivamente, no narrativamente. Las informaciones concatenadas no se sintetizan para componer una narración.
Conclusión
El debate sobre la era digital está aún en una fase incipiente. En estos inicios, los ensayos de Byung-Chul Han, se han convertido en una referencia especial, de mucho peso, para los estudiosos e interesados en el tema.
En lo personal, encuentro en este último de 80 páginas, titulado La crisis de la narración, un muy ameno, esclarecedor y prolífico ensayo, ilustrado con ricas imágenes literarias, sobre las inquietantes implicaciones que tiene para la humanidad el desproporcionado dominio de las nuevas tecnologías sobre el futuro del desarrollo humano.
Me llaman la atención estas dos citas, las cuales comparto a plenitud, que aparecen al final, luego de su minuciosa lectura:
* Las narraciones generan cohesión social. Aportan sentido y transmiten valores sobre los que se puede fundar una comunidad.
* Las narrativas del régimen neoliberal impiden justamente que se cree una comunidad. Cada uno ve a todos los demás como competidores… La narrativa del rendimiento no genera cohesión social; de ella no nace un nosotros. Al contrario, acaba tanto con la solidaridad como con la empatía. Al igual que las narrativas de autooptimización, de autovaloración o autenticidad, desestabilizan a la sociedad aislando al ser humano.
El corolario: Ninguna sociedad estable se constituye ahí donde cada uno celebra la misa del yo y es el sacerdote de sí mismo y se exhibe a sí mismo.
A los narradores de la generación Z desafectos a la hegemonía absoluta de las nuevas tecnologías sobre los valores humanos y espirituales, les tocará hacer obra de arte la frase de Isak Dinesen: Todas las penas se pueden sobrellevar metiéndolas en una historia o contando una historia sobre ellas. La imaginación narrativa tiene poderes curativos.
A mi edad, narrar constituye el primer nutriente de las alegrías de mi alma y el más poderoso analgésico a su dolor.
León Sarcos, enero 2024