En una noche cualquiera, aproximadamente 3.000 migrantes duermen en catres alineados dentro de enormes carpas con calefacción en una pequeña isla que ofrece asombrosas vistas de los rascacielos de Manhattan.
Por AP
Pero mientras Nueva York batalla para dar alojamiento a un creciente número de migrantes que han llegado al estado desde la frontera sur de Estados Unidos, simplemente no hay espacio suficiente en el enorme complejo de la Isla Randall, que actualmente es el albergue más grande de la ciudad para solicitantes de asilo.
Así que afuera de las puertas del complejo, un puñado de personas han colocado sus propias tiendas de campaña en medio de las bajas temperaturas invernales. Muchas ya agotaron el tiempo en el que se les permite estar en el sistema oficial de albergues de la ciudad y no han podido conseguir otro espacio en el programa ni encontrar un lugar propio.
“Yo tengo muchos enemigos y a ninguno de ellos yo les recomiendo nada de eso”, dijo Eliana Trillo, venezolana que durmió en el campamento no autorizado la semana pasada durante algunas de las noches más frías del año. “El frío se te mete por cualquier parte”.
Cerca de allí, migrantes emprendedores montaron un mercado rudimentario a la entrada del albergue, en el que promocionan de todo, desde café casero hasta cigarros, zapatos deportivos y pantalones vaqueros. Aunque los residentes tienen prohibido cocinar en los albergues de la ciudad, algunos preparaban alimentos cerca de un baño público, cortando carne cruda en el lavabo del baño de hombres, junto a los mingitorios y retretes.
Brayann Ruedas, que vendía tazas de café por 1 dólar en un día muy frío esta semana, dijo que es lo único que él y otros pueden hacer para subsistir mientras aguardan recibir su permiso de trabajo.
“Vendiendo café, porque no conseguimos trabajo aún”, dijo el ecuatoriano de 27 años. “Llegamos en el invierno y en diciembre no hay mucho trabajo”.
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