Por ahí vi una señora, antes teñida de rojo, hasta de turbante rojo y negros ojitos tristes en la franela. Ahora con trapos deshilachados, sin nada granate siquiera encima, como una mendiga. No paraba de gritar su furia bolivariana. Hago la aclaración de que todos en esta patria de algún modo somos herederos de las ideas libertarias de Bolívar. A todos desde la escuela nos han enseñado, antes con más énfasis que ahora y menos conducido políticamente, la importancia de nuestro héroe que desempeñó su gloria mundial en el siglo XIX, con respeto y admiración por su figura. Así que ese intentar separarnos en patriotas y apátridas no le luce nada a los del régimen en el poder. En tal caso, habría que evaluar quienes somos más patriotas y quiénes más vendidos a la corrupción y los más bajos intereses.
En fin, iba esta señora por la calle furibunda, sí, pero contra los déspotas que le ofrecieron una vida mejor. Y la traicionaron. Gritaba desaforada, hasta maltratar nuestros tímpanos, que nunca más se vestiría de rojo, mucho menos para ir a una de las marchas a las que convocan y ofrecen un pan y el trasporte ida y vuelta. Se preguntaba de dónde sacan los recursos para esas lides, si, como peroraba ella, en ese momento, estos días, ellos decían por todos lados que estaba secuestrado el dinero por los gringos. Se burlaba de las sanciones. Y gritaba exaltada. “¡Corruptos! ¡Corruptos! Eso es lo que son. Ellos llenos de dinero y bienestar y nosotros pasando hambre y necesidad”.
Estuve averiguando de su existencia, siempre tan curioso yo, y parece que fue maestra y está jubilada. Con razón hablaba tan bien. Se quejaba de los bonos que antes eran sueldo. Un sueldo que alcanzaba no sólo para comer, sino para todo, mientras los bonos le habían quitado no sólo la comida diaria sino la protección social. El seguro. La protección de la familia. “Toda mi vida perdida porque ni las prestaciones sociales me las pagaron al jubilarme estos desgraciados”. “Más nunca voto por ellos. Pero más nunca”. Y juraba haciendo la cruz con dos dedos que se llevaba con tanta energía a la boca y la besaba duro a la cruz.
La señora se degañitaba gritando, sacudiendo a la vez los harapos que la envolvían. Cualquiera diría que había perdido el juicio. Pero su lucidez demostraba otra cosa. Se refería también en sus tormentos emitidos a la carencia de servicios. “Ni agua para lavar, para tomar. Cuando llega el agua se va la luz. Para nada. A lavar en batea, porque la lavadora se me dañó sin como componerla, mientras estos terroristas sigan allí”. “El aseo ni el gas. Transporte imposible para buscar la pensión que ni para pagar el bus ida y vuelta alcanza”. ¡Maulas! ¡Maulas! ¡Ladrones miserables, paguen lo que deben!” Llevaba en la mano la foto de una de las camionetas de los funcionarios. Imprecaba sin límites contra la foto ya rota y escupida.
Pensaba yo que no hay mayor propaganda electoral que la que está a la vista. Al alcance de nuestros sentidos, con esta señora gritando como radio fiao en medio de la calle sus miserias impuestas desde el poder. No se necesita mucho experto en publicidad para hacer entender lo que toda la población conoce. “Se fueron mis hijos y mis nietos”. “Ando sola en este mundo y enferma sin atención”. Vive ahora de la caridad, porque no del sueldo inexistente. Sobrevive más bien con sus infinitas penurias diarias. ¿Será a estos actos clasificados por el régimen de “terroristas”, a los que se refieren quienes abusan infinitamente del poder al denominar su plan violento “Furia bolivariana”? Supongo que a la señora maestra no le quedará ningún miedo en medio de su iracundia que es real, no artificiosa. Los votos a los que temen este año como nunca demostrarán que la señora tenía razón.
Las furias griegas aplicaban castigo divino y perseguían hasta lograr su fin. Erinias, féminas. Estos se creen valientes en uso de su cobardía, invocando figuras griegas antiguas, femeninas, y creyéndose en el intocable altar de los dioses. Las verdaderas furias son esas mujeres maltratadas cada hora en sus más básicas necesidades, y los hombres y niños que las acompañan en sus vociferaciones permanentes, con maldiciones de todo tipo, que sin duda le caerán sin remedio a estos crueles, sanguinarios, sátrapas que pretenden así, además, continuar en el manejo del poder. Es año electoral y sí, las furias están desatadas en cada rincón, por donde uno va. Y ellos lo saben muy bien.