Recientemente, supimos de una denuncia sostenida en torno a la privatización de las playas por los lados de LaGuaira (https://tyht.cgixix.com/2024/01/28/denuncian-la-privatizacion-de-las-playas/amp/). Nada extraña que ocurra en esta era del socialismo del siglo XXI, aunque sí ha de extrañar a las más recientes generaciones que hubo un liberador de nuestras costas absolutamente insospechado: Diego Arria, otrora popular gobernador del Distrito Federal.
De hacer caso al discurso marxista, jamás él hubiese decidido que todas las playas del Departamento Vargas, bajo su jurisdicción, fuesen real y efectivamente públicas, auspiciando el libre acceso de la población a las áreas de las que se apropiaron aquellas personas naturales y jurídicas que las disfrutaban exclusivamente, como una extensión de sus inmuebles, incluyendo a clubes y hoteles de élite. E, igualmente, recordemos que el mandatario prohibió la publicidad colgante e invasiva aún de los locales comerciales más prestigiosos, capaces de generar confusión y angustia de los transeúntes.
Ambas medidas afectaron determinados intereses, y fueron replicadas en el resto del país, imposibilitada la privatización de las playas por razones de seguridad y de defensa nacionales. Y fueron adoptadas e implementadas por alguien que solía aparecer de vez en cuando en las crónicas sociales, como aquella gráfica en la que está parado al lado de su abuela materna de mediados de los sesenta para Pedro J. Díaz y su conocida sección del diario El Nacional, si mal no recuerdo.
Lo conocí personalmente en una reunión casual de finales del primer gobierno de Caldera, en el que presidió la CONAHOTU, reencontrándolo en otro modesto sarao, un poco más delgado, ya cumpliendo responsabilidades en la primera campaña presidencial de Carlos Andrés Pérez. Éste, ganador de los comicios, le confió tan protagónica posición en la ciudad capital, cuyas gestiones iniciales le prodigaron tanta popularidad como para hacerlo presidenciable, aunque ya para principios de 1975, por ejemplo, Jorge Olavarría estaba a la caza de la compra de sendos autobuses en Londres, apersonándose a la redacción de la revista Resumen el flamante gobernador, al poco tiempo cuestionado por una operación hecha con terrenos de Antímano, parroquia foránea de la capital.
Polémica aparte, a la curiosa e irónica condición de liberador de nuestras playas, sumamos otra: Arria, después, personalmente gestionó y logró la liberación del socialista chileno Orlando Letelier, arrancándolo de las garras de la dictadura de Pinochet, aunque éste le dio alcance más adelante con un bombazo. Y permítanme una acotación: creo que también Diego, debe escribir y publicar sus memorias.