La increíble historia de Ham, el primer chimpancé entrenado para operar los comandos de una nave espacial

La increíble historia de Ham, el primer chimpancé entrenado para operar los comandos de una nave espacial

Ham tiró con éxito de su palanca en el momento adecuado, actuando solo un poco más lento que durante las prácticas en la Tierra

 

A principios de la década del ‘60, las tensiones de la Guerra Fría estaban en uno de sus puntos más altos y se manifestaban a los ojos del mundo no solo con posicionamientos geopolíticos sino – y de manera mucho más manifiesta – en dos competencias que no tenían nada de deportivas: la carrera armamentística y la espacial.

Por infobae.com

Para Estados Unidos y la Unión Soviética, poner el primer hombre en el espacio era un objetivo estratégico y quien lo lograra antes se anotaría una victoria tecnológica y científica sin precedentes que, además, sería una demostración de poder.

Guerra Fría y carrera espacial

Las dos potencias llevaban más de una década enviando animales al espacio. El primero fue Albert I, un macaco que la NASA hizo despegar el 11 de junio de 1948 y perdió la vida en el intento. Después de él, siguieron más monos, ratones, conejos y perros.

De esa etapa, el animal astronauta cuyo nombre todavía hoy se recuerda es Laika, una perrita callejera lanzada en la cápsula Sputnik II por los soviéticos en 1957 que murió pocas horas después del despegue debido al estrés y las altas temperaturas.

Producto de esos ensayos con aciertos y errores se llegó a una primera conclusión: en un vehículo adecuado, un ser vivo podía ser enviado al espacio, sobrevivir allí y ser traído de regreso a la Tierra.

No era, como se suele decir, un dato menor, sino también que abría una puerta inmensa hacia el espacio exterior: si un animal era capaz de sobrevivir y, además, volver sano y salvo, un ser humano también podría hacerlo.

En las palabras que hacia el final de la década pronunciaría Neil Armstrong al poner sus pies sobre la Luna, ese paso anterior también sería un gran salto para la humanidad.

El animal de prueba

Sin embargo, antes de poner un hombre – en ese momento a nadie se le ocurrió enviar a una mujer – en el espacio era necesario desvelar otro interrogante: qué podría hacer en condiciones de gravedad cero. O, más precisamente, ¿sería capaz, en esas condiciones, de operar una nave espacial?

Eso no se podía probar con ratones, conejos o perros, y tampoco era cuestión de mandar un ser humano casi a ciegas. La única posibilidad era enviar un animal entrenado para que pudiera operar los controles.

La elección no resultó difícil: había que entrenar y mandar a un chimpancé, el animal cuyo ADN es el más parecido al del hombre – a diferencia del resto de los monos, es un homínido – y capaz de aprender y realizar acciones relativamente complejas.

Para probar eso, el chimpancé Ham fue lanzado al espacio – como parte de la misión Mercury – el 31 de enero de 1961, hace hoy 63 años.

El número 65

Ham no se llamaba entonces Ham sino que se lo conocía solo por un número, el 65, del lote de chimpancés traído por la fuerza Aérea estadounidense desde África para entrenarlos en el Holloman Aero Med (HAM), cuyas siglas le compondrían luego el nombre con que pasaría a la historia de la conquista espacial.

Nacido en Camerún en 1957 – el mismo año en que la perrita Laika murió en el espacio – Ham llegó con decenas de sus congéneres a los Estados Unidos en 1959 para ser examinado y luego entrenado en el centro de medicina espacial.

El entrenamiento consistía en que aprendieran a tirar de una palanca de acuerdo con una serie de estímulos provocados con luces y sonidos. Por ejemplo, si se encendía una luz azul, los chimpancés debían de tirar de una palanca en los 5 segundos siguientes.

Fue un aprendizaje cruel para los chimpancés, con el método de premios y castigos. Si realizaban la acción que les “ordenaba” la luz o el sonido – por ejemplo, tirar de la palanca – les daban una banana como recompensa, pero si se equivocaban recibían una descarga eléctrica en las plantas de los pies.

También fueron sometidos a simulaciones de exposición a la gravedad cero, algo que también se estaba haciendo por entonces con los primeros candidatos humanos a astronautas.

No todos los chimpancés reaccionaron igual y hubo algunos que se desempeñaron mejor que otros durante el entrenamiento. Para fines de diciembre de 1960, el equipo del Holloman Aero Med seleccionó a seis – cuatro hembras y dos machos – para ser enviados a la base de lanzamiento de Cabo Cañaveral el 2 de enero de 1961.

Hasta el mismo día del vuelo el equipo de Cabo Cañaveral no definió cuál sería el chimpancé astronauta que iría al espacio. La decisión fue tomada a último momento, cuando – según documentos que hoy están en el Smithsonian National Air and Space Museum de Estados Unidos – vieron que el número 65 se veía “particularmente luchador y de buen humor”.

Para que se sintiera todavía mejor, le dieron un desayuno especial: cereales, leche condensada, vitaminas y medio huevo.

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