Hoy el mundo de la Fórmula 1 se rinde ante los récords que batió Max Verstappen, flamante tricampeón mundial con la escudería Red Bull. Hace poco tiempo pasó con Lewis Hamilton. Antes, con Michael Schumacher, Ayrton Senna y Jackie Stewart. Pero hubo un corredor que logró una marca que ninguno de ellos pudo conseguir en mucho menos tiempo y hasta algunos lo ponen a la altura de Juan Manuel Fangio. Esta es la historia de Jim Clark, el mítico Escocés Volador, que fue considerado el mejor piloto del mundo y cuya leyenda terminó en una tragedia.
Por infobae.com
James Clark, Jr. vino al mundo el 4 de marzo de 1936 en el seno de una familia granjera en Kilmany, en el condado de Fife. A los 6 años se las ingenió para sacar y entrar el auto de su padre y dos años más tarde era un experto conductor de tractores. Fue el menor de cinco hermanos y el único hijo varón, por lo que estuvo predestinado a hacerse cargo de la granja. Aunque él tuvo otros plane:, a la edad de 20 años y pese a la resistencia familiar, se volcó a su verdadera pasión que fueron los autos de carrera.
Pero Jim mostró su fuerte personalidad desde muy joven y siempre tuvo claro que el automovilismo iba a ser su medio de vida. Comenzó en carreras locales de rally, luego en autos sports y en la Fórmula Junior Británica hasta llegar a la Máxima. Clark era magia en estado puro. Un velocista nato, aunque con un manejo perfecto que le impedía desgastar mucho el coche a diferencia de sus colegas. Su ritmo era feroz y por eso lo bautizado como “El Escocés Volador” en tiempos que los autos tuvieron sus cuatro ruedas en el aire –literal- tras tomar alguna subida. “Para mí tenía una aureola de invencible”, lo elogió Fangio. En una elección hecha en el GP de Brasil de 2017, su compatriota, Stewart, lo puso segundo detrás del Chueco entre todos los campeones mundiales.
Sin embargo, pese a su estilo temerario de manejo, el mismo Stewart aclaró que “correr contra Clark era ciento por ciento seguro”. En tanto que el australiano Jack Brabham, tricampeón mundial (1959, 1960 y 1966), sostuvo que “Jimmy siempre fue un piloto contra el que podías luchar sin temor a que te hiciese una mala jugada”.
Su gran rival fue el inglés Graham Hill, bicampeón mundial (1962 y 1967). En 1962 ambos tuvieron los mejores autos y el duelo se vio en su máxima expresión. Hill corrió con BRM y el escocés manejó la primera revolución de Colin Chapman, el dueño de Lotus, quien era ingeniero y su experiencia en la Fuerza Aérea Británica le permitió desarrollar sus inventos en el automovilismo. En este caso, el Lotus 25 motorizado por Cimax, el primer coche con monocasco de aluminio de una sola pieza lo que le dio una mayor rigidez que el resto. “Esto también permitía un menor peso y un tamaño más compacto. Colin venía pensando en algo nuevo desde fines de 1961, pero no me dijo nada hasta 1962?, reveló Clark, que perdió aquel campeonato, pero en el siguiente se desquitó con el Lotus 25 que llegó a su pico de desarrollo y no sufrió problemas de confiabilidad. Esto le permitió al escocés quedarse con siete triunfos sobre solo dos de Hill, quien al menos pudo plasmar el subcampeonato. Aquella temporada Lotus consiguió sus primeros seis títulos de Pilotos y siete de Constructores.
Más allá de que Clark y Hill tuvieron estilos diferentes siempre fueron prolijos, sin toques ni polémicas. Por eso los apodos de “gentlenman o caballeros británicos” resultaron atinados. “Lo que hacía Jim era tomar mucha ventaja al principio y, entonces, destrozaba tus ganas de ganar dándote a entender que era inútil intentarlo”, resumió Graham sobre la táctica que empleaba su rival.
Era una época en la que corrían en circuitos que eran el doble de extensos de lo que son hoy. Por ejemplo, el viejo Spa-Francorchamps tenía 14 kilómetros y mezclaba el actual circuito (7 km) con rutas abiertas. En el mismo trazado belga el 19 de junio de 1960 se mataron por sendos accidentes los británicos Chris Bristow y Alan Stacey. El furor por la F1 creció de tal manera que llegó al cine en 1966 con Grand Prix (ganadora de tres Premios Oscar), que es la madre de todas las películas de automovilismo. De hecho, Clark fue uno de los pilotos que participó en los sets de grabaciones.
Los monopostos (autos de fórmula) eran más chicos y livianos que los de la década anterior y ya todos contaban con el motor trasero, tendencia que marcó el Cooper T43 al ganar con Stirling Moss en la Argentina en 1958 (piloto y auto ingleses). Los impulsores también se caracterizaron por tener 1,5 litros y se dio la bienvenida a los V8 (200 HP de potencia). Aunque en el segundo lustro se elevaron a fierros de 3 litros (o 3.000 cm3), una potencia de 430 caballos y se vieron las primeras alas con cargas aerodinámicas traseras y delanteras. Además, sus ruedas era muy angostas, lo que complicó la adherencia .
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