A Eduardo Fernández
El 4 de febrero de 1992 ocurrió lo que para muchos era inaudito, para otros imposible; y -en la degradación de las opciones,- posible, sobre todo para quienes a la sombra conspiraban contra Carlos Andrés Pérez (CAP), entonces presidente de la república: un pronunciamiento militar. Instigado por una variopinta coincidencia de personajes, no solo del mundo político, notablemente convertidos en voceros de críticas intencionalmente exageradas e irresponsablemente expuestas, a sabiendas que tal arremetida contra El Ejecutivo minaba las bases del sistema democrático. Tanto más por la debilidad de gobernabilidad con que arrancó el quinquenio a causa de la imposición de medidas económicas indispensables para detener el desbarajuste heredado.
Y ocurrió el fallido golpe militar esa infausta madrugada, con su saldo de muertos y heridos: mácula que marca la felonía contra la Constitución y que los actuales detentadores del gobierno -causahabientes del golpe- han querido borrar glorificando la violencia con la fementida razón de liberación popular, argumento hoy abatido por la dramática realidad.
El repudio del liderazgo democrático venezolano a tan temeraria y antihistórica aventura militar lo protagonizó -a primeras horas- Eduardo Fernández, líder demócratacristiano. Cobra relevancia su actitud de rechazo terminante al militarazo pues Eduardo fue el contrincante principal de CAP tres años antes, en un reñido proceso electoral que tuvo efectos cruciales para el destino político de ambos, más allá del resultado comicial: en esa madrugada, un convincente llamamiento de Eduardo Fernández basado en la alternativas que el pueblo tiene en la democracia para cambiar un régimen por la vía pacífica y civilizada; y con la autóritas de haber sido un contundente competidor de CAP y crítico de su gobierno, contribuyó a superar la crispación del momento y a fortalecer el resultado final, como fue la rendición de los alzados en armas.
Eduardo Fernández exhibió esa madrugada su conducta consecuente con la democracia y la constitucionalidad, y ejerció un liderazgo sin aspavientos para firmemente calificar con serena sensatez el proceso insólito que se vivía. Y más aun, con temple determinado rompió una práctica miserable e incivil de origen decimonónico de acuerdo a la “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”: institución de la mezquindad y el resentimiento que sí impregnaba a los notables instigadores de la defenestración de CAP.
El año pasado, en un foro universitario, en Barquisimeto, sobre las alternativas políticas para cambiar el régimen autoritario imperante, uno de los presentes -en una digresión a la agenda- le hizo un reconocimiento al recordar su conducta el 4F del 92, refiriendo incluso que arriesgó su prestigio de conductor político en parte de la opinión pública al apuntalar un gobierno defendiendo la democracia, el respondió : era mi deber. Se le tributó un aplauso.
Creo que la democracia, sus jóvenes como expresión genuina de libertad y sentido crítico, tiene en Eduardo Fernández un ejemplo a emular…y un reconocimiento pendiente para con él.