A medida que nos acercamos al próximo máximo solar, la preparación global se intensifica para mitigar los efectos devastadores en nuestra infraestructura crítica
En 1859, un acontecimiento sin precedentes marcó la historia de la relación entre el sol y la Tierra. Auroras boreales, normalmente reservadas para latitudes polares, inundaron cielos desde La Habana hasta Roma, deslumbrando y desconcertando a observadores alrededor del mundo. A esta maravilla visual le siguieron repercusiones menos acogedoras: sistemas de telégrafo alrededor del globo, la tecnología de comunicación punta de esa era, se volvieron locos, según detallada The New Yorker en un informe. Algunos dejaron de funcionar por completo, mientras que otros parecían transmitir mensajes por su propia cuenta, incluso con sus baterías desconectadas, como si la misma Tierra se hubiera convertido inesperadamente en un dispositivo de mensajería instantánea. Este evento, posteriormente conocido como el Evento Carrington, nombrado así por el astrónomo británico que observó la llamarada solar que lo causó, fue la primera demostración de cuán vulnerable puede ser nuestra tecnología a las tempestades procedentes del espacio.
Por Infobae
Desde entonces, la humanidad ha avanzado en saltos tecnológicos. Lo que empezó con el telégrafo se ha transformado en una red global interconectada que depende de satélites, sistemas de comunicación avanzados y, en el núcleo de nuestra civilización moderna, una vasta red eléctrica que alimenta desde la lámpara más pequeña en nuestros hogares hasta infraestructuras críticas que sostienen nuestra sociedad. Pero, a medida que nuestra dependencia de la tecnología ha crecido, también lo ha hecho nuestra vulnerabilidad a los caprichos del sol, una estrella que, en sus momentos de ira, es capaz de lanzar contra nosotros tormentas solares de una magnitud devastadora.
El artículo cita a Ken Tegnell, un meteorólogo del espacio que sirvió dos períodos en el Observatorio Solar de Learmonth, en Australia, y que actualmente trabaja para el Centro de Predicción del Clima Espacial de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) en Boulder, Colorado, pasa sus días analizando imágenes en tiempo real del sol. Es uno de no más de una docena de estadounidenses con el título oficial de meteorólogo del clima espacial, una carrera tanto obscura para el gran público como esencialmente crucial para prácticamente cada sector de la economía. Junto con sus colegas, Tegnell trabaja incansablemente para descifrar lo que está sucediendo en el espacio ahora mismo, en un esfuerzo por adelantarse a los impactos potencialmente catastróficos en nuestro planeta. Su labor, sin embargo, es compleja dado que el clima espacial es un campo extremadamente desafiante, esencialmente aplicando la astrofísica, y relativamente nuevo, lleno de preguntas científicas que persisten.
Las amenazas derivadas de una tormenta solar severa son vastas y variadas, desde una posible interrupción de los satélites que comprometen desde las comunicaciones hasta la seguridad nacional de Estados Unidos, hasta daños extensivos en la red eléctrica que podrían comprometer todo: desde la atención médica y el transporte hasta la agricultura, la respuesta de emergencia y la industria financiera, según el extenso artículo publicado en The New Yorker. La Administración Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) llegó a la conclusión en 2019, tras evaluar el panorama de posibles desastres, que solo dos peligros naturales tienen la capacidad de afectar simultáneamente a toda la nación: una pandemia y una tormenta solar severa.
Este riesgo no es meramente hipotético, señaló Kathryn Schulz, autora del artículo. La noche del 13 de marzo de 1989, la Tierra fue golpeada por una tormenta solar; en noventa segundos, los transformadores en la red eléctrica de Quebec comenzaron a fallar, decenas de mecanismos de seguridad se desactivaron y toda la red se apagó, dejando casi a un cuarto de la población de Canadá en la oscuridad. Ese evento marcó un punto de inflexión en nuestra comprensión del impacto que una tormenta solar puede tener en nuestra infraestructura crítica. A pesar de ello, la preparación para un evento de magnitud Carrington aún plantea desafíos significativos.
Mientras el mundo avanza hacia el próximo máximo solar, con un pico de actividad esperado entre ahora y 2025, la cuestión no es si seremos golpeados por otra tormenta solar masiva, sino cuándo y si estaremos preparados para enfrentarla. La preparación abarca desde la implementación de sistemas de navegación y tiempo de respaldo hasta el desarrollo de tecnologías que puedan bloquear las corrientes inducidas geomagnéticamente de entrar en la red eléctrica. La naturaleza multifacética y global de esta amenaza requiere una respuesta igualmente compleja y coordinada, no solo a nivel nacional, sino también internacional.
Ante la incertidumbre de la próxima tormenta solar severa, la humanidad se encuentra en una carrera contra el tiempo, equilibrando los avances en nuestra comprensión del clima espacial con las mejoras necesarias en nuestra infraestructura tecnológica y eléctrica. Será la habilidad de nuestra sociedad para adaptarse y prepararse para estos eventos del espacio exterior la que determinará cómo resistiremos y, en última instancia, recuperaremos de un impacto potencialmente transformador.
La historia de nuestro enfrentamiento con el clima espacial, desde el Evento Carrington hasta nuestros días, no es solo una narrativa de vulnerabilidad tecnológica, sino también una de resistencia humana y de la búsqueda incesante de conocimiento.
Algunas imágenes de CBC (Canadian Broadcasting Corporation) del 13 de marzo de 1989 sobre el apagón en Quebec causado por una enorme erupción solar.
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