Un ejemplo de esto último lo constituye el discurso del presidente francés Emmanuel Macron justificando la posibilidad de enviar tropas al campo de batalla. Una propuesta que de llevarse a cabo constituiría y así lo entendería estamos seguros el presidente Putin, una declaración de guerra al pueblo ruso y que afortunadamente no ha contado con el respaldo de Alemania ni de la OTAN, no obstante que el canciller germano Olaf Scholz vaya a tener que dar muchas explicaciones sobre una grabación comprometedora, hecha pública por Rusia, en la que oficiales alemanes discuten un supuesto apoyo a Ucrania, que incluiría el uso de misiles Taurus. El tema si bien ha quedado cerrado por el momento con la intervención del presidente norteamericano Joe Biden que acaba de darle un rotundo no al envío de tropas a Ucrania por parte de los Estados Unidos, expone una vez más, tal como ocurrió con la pandemia del Covid19, la hipocresía tras bambalinas, así como el criterio irresponsable con qué algunos de los máximos líderes, y otros que no lo son tanto, de la política mundial, manejan cómo si fueran dioses las vidas de los hombres y mujeres que están bajo su responsabilidad.
El problema de fondo es que desde el comienzo del conflicto se alentó a Ucrania, más allá de su derecho a defenderse, a convertir su territorio en un campo de batalla, bajo la premisa de que una ayuda en armas y dinero sería suficiente para que Ucrania ganará la guerra o frenara a Rusia en su propósito de continuarla, pero cuando el conflicto armado entra ahora mismo en su tercer año todo indica que sucederá lo contrario y que una Ucrania asediada por el ejército ruso y agotada por el terrible esfuerzo que realiza será irremediablemente vencida, una circunstancia qué algunos políticos también franceses y alemanes ven con preocupación porque ello equivaldría a la derrota de Europa y de Occidente, un peligro que alimentaría las ambiciones del señor Putin por invadir otras ciudades europeas bajo la excusa de qué hay también ciudadanos rusos que requieren su protección cómo ocurrió Ucrania y que ya está mostrándose como una realidad con Transnistria, franja entre Moldavia y Ucrania, donde la mitad de la población es prorrusa.
El gran dilema de los europeos es que no saben si el miedo que entraña ese dicho popular de “ahí viene el lobo” es tan real como lo pintan algunos de sus dirigentes políticos, pues Putin a pesar de la guerra y del apoyo visible que algunos países europeos como Alemania y Francia han venido dando a Ucrania ha seguido vendiéndole a los países de la UE grandes cantidades de gas licuado y de paso financiando su invasión con el dinero europeo. Por otra parte, seguir corriendo ese riesgo puede salir muy caro, tanto como continuar ampliando la fuerza de la OTAN en toda Europa para cercar a Rusia, una estrategia que puede resultar igual de peligrosa si de prender la mecha de la tercera guerra mundial se refiere y con ella de destruir el mundo conocido.
La pregunta que muchos se hacen es qué pasará, cuando Putin anuncie su jaque mate, con la situación territorial y política de la nueva Ucrania y las condiciones de paz que se acuerden y en las que por supuesto la UE y la OTAN, o sea, los Estados Unidos, tendrán la voz cantante cómo valedores de Ucrania, pero sobre todo qué pasará con la población ucraniana diezmada, envejecida por la muerte de los más jóvenes (la edad media hoy en día de los soldados en el frente es de 44 años), de los miles y miles de heridos y lisiados, así como de los once millones de ucranianos que están afuera como refugiados (más de la mitad) o como emigrados el resto. Pero la verdadera pregunta, la que la mayoría de la gente sensata se hace y se viene haciendo desde que este conflicto comenzó es si valió la pena sacrificar a Ucrania y en todo caso ¿para qué?, sí era necesario haber llegado hasta aquí, y si no se podía haber hecho algo más para evitarlo.