Como otras, esta historia empieza en un garaje.
Por Infobae
1945. La Segunda Guerra Mundial había terminado y el mundo parecía –al menos desde los ojos de los vencedores- luminoso y lleno de posibilidades. Así lo entendieron Elliot y Ruth Handler, un matrimonio joven que, convencido por el aire de época, intentó ganarse la vida fabricando marcos desde su casa. Él era diseñador industrial y ella había escapado de la persecución en Europa y se había ganado la vida sola desde muy joven. Ruth era la menor de diez hermanos pero una temprana enfermedad de su madre hizo que fuera criada por su hermana mayor y el marido. Tuvo varios empleos y cuando se casó con Elliot trabajaba como dactilógrafa para un estudio de Hollywood. La pareja se había casado hacía poco y con el empuje de Ruth decidieron darle un giro a su oficio. Hacía años que fabricaban marcos pero ahora los harían de plástico y de plexigras, los que les permitiría producir en serie y en materiales que eran novedosos. Montaron un pequeño taller/fábrica en el garaje de su casa. Después de un periodo de zozobra, les comenzó a ir mejor. Empezaron, también, a fabricar algunas sillas y muebles de exteriores. Hasta que a Ruth se le ocurrió probar un mercado inexplorado. Muebles y piezas varias para las casas de muñecas que habitaban las habitaciones de la gran mayoría de las nenas norteamericanas.
Ya para ese entonces, tenían un socio Harold “Matt” Matson y la empresa era la combinación de los nombres de los hombres. La fusión de Matt y Elliot derivó en Mattel. Ruth fue nombrada presidenta de la sociedad. Al principio se trató de una formalidad, tal vez de esquivar alguna cuestión impositiva, pero fue una iniciativa de ella la que iba a convertir a Mattel en un gigante de la industria del juguete que cotizaría en bolsa.
En el medio, Matson, la otra mitad de Mattel, tuvo varios problemas de salud y algunas desavenencias con el matrimonio. Los Handler le compraron su parte y se quedaron con la totalidad de la empresa. Del socio sólo quedaría su impronta, su marca, en la mitad del nombre, en el Matt.
Ruth y Elliot tenían dos hijos: un varón y una nena. A nadie, a esta altura, le sorprenderá enterarse que sus nombres eran Barbara y Kenneth.
Barbara, o Barbie como la llamaban en su casa, solía jugar a la mamá con las típicas muñecas aniñadas que en distintos materiales animaron la infancia de muchas generaciones. También con muñecos que simulaban bebés gordinflones. Pero la hija de Elliot y Ruth también jugaba con unas figuras de papel que ella misma hacía. Eran unas chicas, posiblemente adolescentes, que ella dibujaba y hacía interactuar en situaciones diferentes. Para ello les cambiaba el atuendo constantemente y hasta les creaba accesorios en papel. Ruth propuso que Mattel hiciera muñecas de ese tipo. El razonamiento no parecía alocado: si su hija –y algunas de sus amigas cuando iban de visita- jugaban con eso, seguramente lo harían muchas otras niñas. Si las chicas jugaban a ser madres, también podían jugar a ocupar otros roles de la vida adulta de una mujer; Ruth insistía que la maternidad no era la única dimensión que la vida adulta le podía deparar a una mujer. A la directiva de Mattel le pareció un planteo disparatado. La idea fue rechazada de plano. Su marido le dijo que nadie compraría una muñeca que representara más edad que la dueña con la que era imposible jugar a la mamá. Y agregó otro argumento: “¿Quién va a querer que sus hijas tengan una muñeca con los pechos marcados?”.
Ruth olvidó la idea hasta que en 1956, la familia fue de vacaciones a Suiza. Era un viaje pensado para esquiar pero terminó cambiando el destino de los Handler y de la industria del juguete de la segunda mitad del Siglo XX. Ruth y su hija Barbie vieron en un vidriera una muñeca, de casi 30 centímetros de altura, rubia y estilizada, que vestía ropa de esquí. Eran en realidad seis. O la misma, llamada Lilli, con seis atuendos diferentes de esquí. Cambiaban los modelos de las camperas, el color de los pantalones, los anteojos. Compraron una. Y con Lilli, Barbie Handler, a pesar de que ya tenía 15 años y que parecía que su tiempo para jugar a las muñecas había pasado, pudo replicar los juegos y situaciones que creaba para las muñecas que antes pergeñaba en papel.
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