“Todo estaba cubierto de humo, hollín y el hedor a carne quemada parecía ir directamente a los pulmones. Todos corrían hacia el valle mientras el fuego seguía. Había decenas de cuerpos quemados. Nos cubrimos la nariz con hojas aromáticas para evitar el olor. Durante varios meses después, no pudimos comer carne”, recordaba veinte años después Anna Kabeireho, una mujer ya mayor que vivía a unos doscientos metros del lugar donde se levantaba el templo del Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios en Kanungu, un distrito del suroeste de Uganda.
Daniel Cecchini
Los hechos del viernes 17 de marzo de 2000 nunca se borraron de la memoria de la mujer, sino que siempre anidaron en su mente como una pesadilla recurrente, con la diferencia de saber que era verdad. Que ese viernes vio como el templo se incendiaba, escuchó los gritos de terror y también vio gente que escapaba despavorida. La investigación posterior sumó casi 800 muertos en el interior de la iglesia cerrada a cal y canto, pero la cifra se disparó a 924, muchos de ellos niños, cuando la policía encontró una tumba colectiva en el predio que la rodeaba.
Las primeras noticias hablaron sobre un suicidio colectivo de los fieles de la secta porque ese 17 de marzo era el día que la virgen María les había anunciado el Apocalipsis y la inmolación en la tierra les abriría las puertas del cielo, pero luego aparecieron pruebas de que lo que allí se había perpetrado era un asesinato en masa.
Con el correr de los días, el número de muertos siguió creciendo porque cuando la policía investigó otras propiedades del Movimiento descubrió cientos de cadáveres en distintos lugares del sur del país. Se encontraron seis cadáveres sellados en la letrina del recinto de Kanungu, así como 153 cadáveres en un recinto de Buhunage, 155 cadáveres en la finca de uno de los líderes de la secta en Rugazi, envenenados y apuñalados, y otros 81 cadáveres yacían en la granja de otro de los jefes. Las autopsias revelaron que habían sido asesinados unas tres semanas antes del infierno de la iglesia.
No se tenían noticias, en cambio, del destino de los máximos líderes del Movimiento. Al principio se creyó ha habían muerto en el incendio del templo de Kanungu, donde se los vio la noche del jueves 16, pero sus cadáveres no pudieron ser identificados.
Habían anunciado el Apocalipsis, pero todo indicaba que habían decidido no participar de él.
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