Por una parte, el régimen tiene en sus máximos voceros unos supuestos adalides de la protección de los recursos públicos y acusan e incriminan a todo aquel de quien quieren salir y se inventan tramas de corrupción de sus compañeros a los que quieren sepultar y de los opositores a los que quieren desaparecer. Algunas veces hasta la pegan en sus señalamientos a sabiendas ellos y todos en el país de los malos manejos administrativos en cada sitio. El caos provocado justamente para ocultar marrramucias también resulta inocultable. PDVSA ha sido la fuente de cuanto señalamiento ha sido posible. Pero no es la única.
Del otro lado también hay vocerías de la impolutez, agentes políticos señaladores y tachadores de otros políticos por supuestamente haber estado siglos anteriores involucrados en actos de corrupción de la carne o de las divisas. Seres supuestamente superiores e intachables, dueños de la moral y las buenas costumbres que divagan muy por encima de Manuel Carreño, el del Manual aquel. Parecen detectores de maldades, poseedores de varitas mágicas para medir el grado de corrupción de los demás. Y anulan y dejan de tratar, de saludar, de ver, hasta tanto les conviene la juntura.
Lo peor es que de lado y lado se aprecian hermandades nuevas y antiguas que distan mucho del apego al Manual. Fotos, reuniones sonrientes, negociaciones conjuntas, apoyos incondicionales, contaminados de quienes no pueden lanzar la primera ni la segunda piedra. Algunos voceros del régimen que han sido hasta gobernadores de principales estados que saquearon a más no poder, dueños de incalculables fortunas se ponen a cacarear descubrimientos de sorprendentes actos lesivos a la moral y la ética política. Del mismo modo siquitrillan desde la oposición.
Nadie sensato puede respaldar ni buscar ocultar la corrupción. Pero ésta, como discurso ha sido usado desde la fundación de la República para buscar eliminar competidores por el poder y eso es lo más lamentable. Como también lo es echar lodo y luego recoger con sonrisitas de yo no fui por interés de recabar apoyos de última hora. O decir: “jamás me sentaré en la misma mesa con”, y terminar tristemente bajando la cabeza comiendo con “con” en la misma mesa.
La moralina discurseada viene abundando más recientemente y el hallazgo de la caída de caretas no deja de causar risa y al mismo tiempo vomitiva repulsión.