La transición, es una obra colectiva que nadie tiene el derecho de apropiarse, tiene memoria y no olvida. La leyenda de que es imposible en un marco constitucional, es una falsa tontería. Las transiciones dejan interrogantes abiertas y asuntos sin resolver. La reforma o ruptura con el sistema autoritario que de paso a una democracia abrirá para muchos un mar de oportunidades.
En el ámbito político, social, económico, cultural y ambiental, la palabra “transición” se ha convertido en un comodín que se utiliza para describir un proceso de cambio hacia un estado más deseable; muletilla para disfrazar la inacción o falta de compromiso. Es como si, al pronunciarla, se condonara de responsabilidad para tomar decisiones e implementar soluciones duraderas. Sin embargo, también es objeto de diatriba por su imprecisión y uso para evitar providencias peliagudas.
Algunos críticos argumentan que la “transición” se utiliza con el fin de ocultar la falta de voluntad para proceder, en lugar de tomar medidas concretas para abordar un problema; a menudo se habla de un proceso sosegado de cambio que puede durar años o incluso décadas. Generando frustración entre quienes exigen acciones inmediatas, en especial, cuando se trata de la urgencia para legitimar y contrariedades apremiantes como la desigualdad social.
Otros señalan, que se utiliza para restarle importancia a los cambios que se están produciendo. Al conversar de un proceso calmoso, da la impresión que la permuta no es significativa o disruptiva como en realidad lo es. Muy problemático cuando se trata de conmutaciones que afectan a los Derechos Humanos o medios de vida de los ciudadanos.
“Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que en tiempos de crisis moral mantienen su neutralidad” Dante Alighieri
¿Qué se puede hacer?
La palabra “transición” no es una solución mágica. Hay que ser conscientes de sus limitaciones y utilizarla con cautela. En lugar de simplemente hablar de un proceso de cambio; los políticos y líderes sociales deben articular una visión clara de lo que se desea alcanzar con un plan concreto para tener éxito. Ser transparentes, decir la verdad sobre los desafíos que se avecinan y estar convencidos para tomar decisiones por difíciles que sean.
Presentan una “transición de la economía”, “de un sistema educativo y de salud justo” o “de una sociedad equitativa”, sin hacer nada y usando la palabra de manera irresponsable, prometiendo sin respaldo explícito. Por eso, el programa Tierra de Gracia que promueve María Corina Machado, es un magnífico ejemplo de compromiso ciudadano; hay planes precisos y plazos específicos de ejecución que hacen a sus promotores responsables de sus promesas.
La transición no es lineal ni automática. No es suficiente pronunciar la palabra mágica para que las cosas cambien. Habrá tiempo de progreso y momentos de retroceso. La clave, es seguir adelante con arrojo, determinación y coraje, no dejarse desanimar por impedimentos para cumplir reformas apremiantes y transformaciones inaplazables. Dejar de lado la complicidad y comodidad del statu quo y abrazar el cambio. El tiempo se agota y el mañana de Venezuela está en juego.
La palabra “transición” es una herramienta útil para describir un proceso de cambio, no para justificar la demora en tomar medidas y una excusa para la inacción o falta de visión. El liderazgo está en la obligación de ser ético, digno, decoroso y cristalino sobre los retos que se avecinan con la contundente disposición de fortaleza para enfrentar la complejidad y lograr un cambio positivo.
Es absurdo e inadmisible postergar lo inevitable. Un mejor futuro aguarda. Actuemos con inteligencia, talento y agudeza, para descubrir una Venezuela libre, democrática, justa, sostenible y próspera.
“Nunca se rindan, nunca cedan, nunca, nunca, nunca, en nada grande o pequeño, nunca cedan salvo por las convicciones del honor y el buen sentido. Nunca cedan a la fuerza; nunca cedan al aparentemente abrumador poderío del enemigo”. Winston Churchill
@ArmandoMartini