Entró a la “Puerta del Infierno” en busca de sus secretos: “Fue asombroso y aterrador a la vez”

Entró a la “Puerta del Infierno” en busca de sus secretos: “Fue asombroso y aterrador a la vez”

La Puerta del Infierno o el Cráter de Darvaza, en el medio del inmenso desierto de Karakum en Turkmenistán (Cortesía: George Kourounis)

 

La Puerta del Infierno, ya desde su nombre marketinero, despierta fascinación y pavor en partes iguales. En el desierto inmenso de Karakum en Turkmenistán, el décimo más grande del mundo, un pozo ardiente, con llamas incesantes, irrumpe en la monotonía del paisaje árido. Desde hace más de medio siglo, ese pozo que no deja de arder, técnicamente llamado el “Cráter de Darvaza”, preocupa a las autoridades, llama la atención de los visitantes y genera un sinfín de interrogantes.

Por infobae.com

Un artículo reciente publicado por Mark Davis, CEO de Capterio, una empresa británica dedicada a la reducción de emisiones, echa algo de luz sobre los orígenes y efectos del cráter. Hasta entonces, la mayoría de las hipótesis fechaban la aparición del pozo en 1971, pero Davis descubrió -gracias a los aportes de los locales- que se originó ocho años antes, en 1963.

La Unión Soviética sabía que debajo del desierto de Karakum se guardaba -y aún se guarda- una reserva colosal de gas natural. Por ello, envío geólogos para que perforaran la estructura denominada “Chaldzhulba” en busca de hidrocarburos. Pero el resultado no fue el esperado: por error, perforaron un vacío, un sumidero gigante lleno de gas y el suelo se estremeció hasta tragarse gran parte de la plataforma de perforación.

Tiempo después del accidente, los geólogos decidieron incendiar el cráter por el peligro inminente que implicaba el gas para el medioambiente, para la contaminación del aire y la salud de la población cercana. “Dado que el metano es hasta 83 veces más potente que el dióxido de carbono como gas de efecto invernadero, fue una medida astuta y ventajosa para el medioambiente”, consideró Davis en su artículo.

El correlato de ese percance fue lo que décadas más tarde se llamaría la Puerta del Infierno, un cráter inmenso de 69 metros de diámetro, 30 metros de profundidad y llamas que calientan hasta los 400 grados centígrados. El pozo se dibuja como un portal hacia otra dimensión.

Pasaron más de 60 años y el fuego nunca cedió. Fue -y sigue siendo- un misterio. Pese a su belleza exótica, desprende un perjuicio medioambiental evidente. Se estima que cada día el cráter pierde 55 mil metros cúbicos de gas natural. Allí dentro, en las profundidades, se descubrieron microorganismos que sobreviven en condiciones que serían mortales para los humanos en cuestión de minutos.

El riesgo tangible no lo frenó a George Kourounis, un famoso y osado explorador canadiense, que en 2013 pergeñó una expedición que nadie había hecho ni nadie volvería hacer: bajar a lo profundo del cráter de Darvaza, introducirse en las Puertas del Infierno durante 17 minutos.

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