Suele pasar que los regímenes autoritarios, aún de distintos matices, falsifican a más no poder la realidad. Lo peor es que, a veces, se tragan su propia demagogia y se creen que convierten al país en una suerte de paraíso terrenal. Se cree que es normal, pues es parte de la cultura populista, que las masas ?alienadas, empobrecidas y carcomidas por la realidad más deplorable?, se crean el cuento de hadas que les vende el régimen autoritario; sin embargo, no es nada normal que los sectores más inteligentes del oficialismo así lo crean y juren que tenemos una promisoria situación económica en el país, como si las causas estructurales de la inflación hubiesen desaparecido, o que ya se ha consumado la justicia social en Venezuela.
A este espejismo forzado, y hasta cierto punto comprensivo porque al fin y al cabo están y ejercen el gobierno, se une una manifestación de autoengaño en algunos de los cuadros de la oposición que creen que el triunfo electoral está a la vuelta de la esquina porque realmente estamos en unos de los mejores momentos para producir un cambio, para falta aún tela por cortar. Sobran los ejemplos históricos como la supuesta victoria electoral de Wolfgang Larrazábal en la Caracas de diciembre de 1958. El candidato popular y sus seguidores creyeron que Miraflores era mango bajito, pero Rómulo Betancourt le ganó con los votos de la Venezuela profunda.
Por supuesto que, hoy día, la impopularidad del régimen es demasiado evidente. Toda la población está consciente de la gravísima situación de los últimos años, el fracaso de las políticas sociales y económicas, los niveles de la delincuencia sea o no de “cuello blanco”. Esto no significa que automáticamente la oposición tenga el triunfo asegurado si no presenta una fórmula alternativa, seria y atractiva, un convincente programa de gobierno, un candidato como viva expresión de la unidad, demostrando la entera disposición de corregir todos los entuertos y errores de los últimos años, con los mejores hombres y mujeres de este país, probos, “capaces y honestos”. Y todos estos elementos hay que trabajarlos, más que proclamarlos. Es más fácil presentar un artículo de opinión, más parecido a una pieza publicitaria y propagandística que a un ejercicio de reflexión, que bregar real y eficazmente por el triunfo opositor.
Tenemos un candidato que, en primer lugar, encarna la unidad opositora, el motivo fundamentalísimo de su creciente popularidad; sobrio, experimentado y calificado que ofrece un rápido contraste con el candidato oficialista; en segundo lugar, un liderazgo que se ha formado con su constancia y su gran esfuerzo por generar un cambio antes y después de las primarias la cual gano; tercero, y por último, un liderazgo político plural con sectores que aún son representativos, que deben evitar la tentación del narcisismo, porque el candidato es Edmundo; el pantallerismo, porque no hay tiempo ni debe haber disposición de montar unas rosquitas; y el espejismo que les hace creer que un esfuercito por aquí y otro por allá son suficientes. No podemos pensar que esto se gana solo y sobrado, que no hay que defender el voto y, mucho menos creer, que no habrá dificultades para un gobierno de transición.
Romper el espejismo y tocar tierra de la realidad a la cual nos enfrentamos es parte de nuestra función como políticos, porque si bien es cierto que podemos generar el cambio a la vuelta de la esquina, también es cierto que para ello necesitamos el esfuerzo de todos los sectores que puedan ayudar a que se capitalice. La misma idea de insistir, resistir y persistir nos obliga a mirar para realmente ver, oír para escuchar con claridad y aglutinar para tomar en cuenta a esa Venezuela profunda las voces olvidadas que todavía quieren aportar y ayudar al triunfo de las venideras elecciones. Sé que todavía después de 25 años de este mal gobierno esa ciudadanía profunda y relegada insiste, resiste y persiste en su pasión por retomar la democracia.
IG, X: @freddyamarcano