El incumplimiento de las promesas, la demagogia y la conducta inconsistente entre la retórica y la realidad, entre la teoría y la práctica por parte de los políticos hacia sus electores con frecuencia pone de manifiesto la falta de compromiso en la conducta de estos. Al anteponer al bien común el interés propio como norma suprema, ya sea de agentes económicos, partidos políticos, instituciones, solo para beneficiar sus intereses particulares o a su clientela como si fueran los mandatarios únicamente de su electorado inmediato, se falsea la función de la política. Esta consiste en encauzar razonablemente los conflictos sociales y conciliar intereses naturalmente divergentes en medio de una gran incertidumbre, en medio de la pluralidad de valores y preferencias estimativas, como ocurre en sociedades democráticas estables.
Si los políticos no tienen claro que la esencia del ejercicio de la política es el uso limitado del poder social, con lo que debería ser la búsqueda de unos objetivos realizables en colaboración con los otros; si se pretende conseguir objetivos diseñados sin atender a las circunstancias reales, sin tener en cuenta a los demás, incluso a quienes no los comparten, o fuera de la lógica institucional, -mero voluntarismo- no solo la política deja de cumplir su misión civilizatoria, que se logra cuando se entiende como compromiso, pacto o acuerdo, sino que, en lugar de pacificación, la incapacidad para el acuerdo, para transigir, para la adaptabilidad siempre se paga con un precio demasiado alto.
No se trata de conseguir un consenso absoluto; este solo podría darse mediante la violencia impositiva, como precisa Daniel Innerarity, o porque lo que se plantea es demasiado obvio o trivial para discrepar. La política es lo contrario de la guerra, de la violencia; es un instrumento de paz. Sin embargo, fracasa cuando los grupos rivales pretenden objetivos que según ellos no admiten concesiones y se consideran totalmente incompatibles. Es el fanatismo, contrapuesto a la posibilidad de persuasión política, al diálogo, a la incapacidad de escuchar y aceptar como plausibles los argumentos de la otra parte.
Por eso, la acción política implica transigir. Así lo afirma Daniel Innerarity. Esas limitaciones significan reconocer que otros intereses sociales u otros poderes de grupos tienen tanto derecho como los de uno mismo para alcanzar la concreción de esos objetivos. Así: “Quien habla continuamente el lenguaje de los principios, de lo irrenunciable y del combate se condena a la frustración o al autoritarismo”. Lo opuesto a la política es la intransigencia. Por eso, agrega Innerarity: “El hombre de las reivindicaciones absolutas es incapaz de negociar y termina no obteniendo nada”.
La política como compromiso es el título de uno de los capítulos de la primera parte, “El concepto de lo político”, del libro de Daniel Innerarity, La transformación de la política (2002). Es indispensable, para pensar la función de la política en el siglo XXI, entenderla como compromiso; es un reto que se plantea hoy de modo crucial a los políticos profesionales y a la dirigencia, para que no se produzcan el desinterés, decepción y desafección de los ciudadanos con respecto a las instituciones democráticas mediante las cuales se organizan las necesidades y demandas sociales. Ellas sirven de correas de transmisión entre los individuos y el Estado y se convierten en instrumentos para la toma de decisiones, acciones y discusiones en función del bien común. Son las reglas de juego que rigen las relaciones de poder y la distribución de las cargas sociales.
Ulrich Beck ha sostenido en su libro Antídotos. Irresponsabilidad organizada, que la política es cambiar la disyunción por la adición: “La buena política transforma el ‘esto o aquello’ en ‘esto y aquello’; sustituye la dicotomía amigo-enemigo por relaciones de cooperación.” Lo contrario de la política es la violencia. En cambio, siguiendo a Innerarity, “La política es la resistencia…contra la imposición, la confrontación y la exclusión, el empeño por resolver los problemas sociales en términos de integración, un combate contra la incompatibilidad”. En este sentido, el análisis teórico de Daniel Innerarity nos deja una gran lección para el presente y el futuro que deseamos construir juntos.
Las tareas fundamentales de la política son, dice, “la mediación, la convergencia, la cooperación y el acuerdo”. Como no se puede complacer a todo el mundo, ni hacer valer los intereses de todos, lo que importa ante la inevitable parcialidad de una decisión es el que haya “estado precedida por un momento deliberativo en el que no ha dejado de ser tomado en consideración ningún interés legítimo”. Subrayamos el término “legítimo”. Es lo que hoy corresponde hacer y está en juego con la candidatura presidencial de Edmundo González y el liderazgo de María Corina Machado para impulsar y hacer crecer las fuerzas democráticas a favor de un cambio estructural en Venezuela.