“Practiqué ritos satánicos con los menores que asesiné, lo hice a mi manera, pero no quiero explicar cómo lo hice; yo hice pacto con el diablo”, decía Luis Alfredo Garavito, “La Bestia”, cuando ya no tenía sentido que ocultara nada.
Por infobae.com
Ya había confesado suficientes crímenes como que se lo catalogara como el asesino en serie más letal de América latina, con asesinatos en tres países: su Colombia natal, pero también en Ecuador y Venezuela. Casi todos eran niños de entre 8 y 12 años, a quienes había violado antes de matarlos o al mismo tiempo que los mataba.
El relato del horror
En algunas de sus confesiones – que fueron muchas – no ahorraba detalles. “Empiezo a sentir esa fuerza extraña que me domina, saco el cuchillo, consigo unas cabuyas (cuerdas vegetales), llevo licor y me dispongo a andar por las diferentes calles aledañas. Había un niño llamado Julián Pinto cerca. Estaba vendiendo tintos, le hablo, lo convenzo para que me acompañe. Deja su termo y se va conmigo. Lo introduzco al cañaduzal, lo amarro, lo acaricio y después lo violo. Julián Pinto grita, lo acaricio, él sigue gritando y posteriormente lo mato. Me acuerdo tanto de este niño por una situación: en ese sitio hay una cruz, regreso para el pueblo y de un momento a otro siento una voz que me dice: ‘eres un miserable, no vales nada’. Regresé y miré lo que había hecho. En ese momento me arrodillé, me arrepentí, y enterré el cuchillo”, contó, por ejemplo.
Nunca se supo exactamente cuántos chicos violó y mató, no porque quisiera ocultarlo sino porque a veces la memoria le fallaba. La justicia colombiana lo condenó por 172 crímenes – perpetrados entre 1992 y 1999 – aunque Graravito tenía sus propios cálculos, que llegaban a “un poquito más de doscientos” y los investigadores aseguraban que si a eso se le sumaban los casos de Venezuela y Ecuador eran más de 300.
“Garavito colaboraba, era amable, creo que porque yo fui cordial con él porque necesitaba que hablara. Hubo algunos casos en los que tuve alguna duda y le preguntamos a él: ‘Alfredo, hay un caso de tal lugar, ¿usted fue el autor?’. Él era contundente en decir ‘sí fui’ o ‘no fui’. Aceptar uno o aceptar 200 para él significaba lo mismo, porque en Colombia hay una sola pena. Y si decía que sí, quería demostrarnos por qué. Fue ahí cuando decidimos entregarle las evidencias, los calendarios, fotos, boletos de bus y diarios. Se los poníamos sobre la mesa e iba argumentando y él contaba los detalles”, explicó en una entrevista con el diario colombiano La Tercera el detective César Arenas, jefe del equipo que lo capturó y quien dirigió todos los interrogatorios.
A “La Bestia” – como lo apodaron los medios – también lo estudiaron peritos de todo tipo, algunos por orden del tribunal, otros – en general psiquiatras y psicólogos forenses – por el desafío científico de descifrarlo. Así se comprobó que fue abusado de niño, que no podía matar sin antes tomar alcohol hasta llegar casi al borde de la borrachera, que tenía alucinaciones psicóticas, persecuciones típicas de la paranoia y que solía caer en depresiones profundas de las que solo podía salir bebiendo, violando y matando.
Ninguno de esos diagnósticos le sirvió para que lo declararan inimputable y los jueces lo penaron con el mayor rigor: por sus crímenes en Colombia recibió una condena de 1853 años, la mayor de la historia penal del país, aunque en realidad se trató de una cifra simbólica, porque la ley no permite que nadie cumpla efectivamente una condena mayor a los 40 años.
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