El chavo-madurismo no atina en atajar el afianzamiento progresivo de la opción de cambio representada por la candidatura presidencial de Edmundo González Urrutia. Luce desconcertado ante la inteligente y audaz campaña desplegada en torno a las movilizaciones del candidato y de María Corina Machado, a las cuales se han incorporado activamente los dirigentes opositores más reconocidos.
Su mayor dislate ha sido insistir en la candidatura de Nicolás Maduro. Comprometido formalmente con la realización de elecciones competitivas en aras de romper su aislamiento y aliviar las sanciones en su contra, lanza a quien personifica, como ningún otro, la causa de las penurias que agobian a los venezolanos. Peor candidato imposible, rechazado por el 80% de la población. ¿Cómo se compagina tal candidatura con lo acordado en Barbados sobre condiciones mínimamente aceptables para la libre expresión de la voluntad popular, si su afán reiterado es no soltar el poder? ¿Pero, cómo patear el tablero para evitar su inevitable derrota, sin las consecuencias de haber traicionado ese acuerdo?
Para desgracia del madurismo, no se puede cuadrar el círculo. Como se sabe, el gobierno de EE.UU. decidió ratificar las sanciones a la comercialización de petróleo y de productos de la minería ilegal, y la Unión Europea, las sanciones contra personeros concretos del régimen. Pero, en vez de proponerse el control de los daños asociados, los fascistas parecen sentirse liberados de condicionamientos –“ya nos sancionaron, ¿para qué seguir cumpliendo?”—y se lanzan a hundirse aún más en el fango.
Así, el presidente del CNE, Elvis Amoroso, revoca la invitación hecha a observadores electorales de la Unión Europea, alegando que sus sanciones han ocasionado un daño patrimonial incalculable al pueblo,
“…afectando a la salud de niños y ancianos (impidiendo) …el acceso a medicinas y alimentos (…) igualmente afecta(n) la educación, el deporte, la economía, restringiendo a los empresarios, la adquisición de materias primas e insumos que es necesaria y que necesita la industria nacional, limitando además el ejercicio y el principio de libertad económica y su contribución al desarrollo de la nación”.
Las sanciones –dijo– habrían generado una pérdida de 125.000 millones de dólares “que, sin duda alguna, estarían destinados a la inversión social”. Semejante retahíla obvia deliberadamente que tales sanciones (de la UE) no son sobre la económica, sino a particulares, por violación de derechos humanos, corruptelas y lavado de dinero. Y luego afirmar que esos miles de millones en manos de Maduro hubieran sido destinados, “sin duda alguna”, a la inversión social, no es sino un muy mal y cruel chiste.
Sin sentido alguno del ridículo, copia a su jefe, Jorge Rodríguez, el furibundo, para hacerse el ofendido. Tilda de inmoral la participación de la UE, “conociendo sus prácticas neocolonialistas e intervencionistas contra Venezuela. (…) No son personas gratas para venir a este país mientras se mantengan las sanciones genocidas” (¡!). El hecho de que esta invitación, acordada en Barbados, se hizo estando en efecto las mismas sanciones, en absoluto lo abochorna. ¡Niño regañado que cree engañarse a sí mismo –y a los venezolanos–, armando una pataleta para desconocer sus responsabilidades!
Pero los dislates no terminan ahí. La vergonzosa persecución contra venezolanos humildes que han aparecido prestando servicios a la gira opositora –las vendedoras de empanadas de Corozo Pando, el canoero del río Apure, los modestos hoteles en que se alojan los dirigentes—no hace sino acentuar la convicción, compartida por cada vez mayor cantidad de gente, de que el chavo-madurismo encarna la maldad. Se afinca contra el pueblo venezolano, ¡pero, en su nombre! Y es que de eso trata el fascismo.
La incoherencia de sus acciones delata la confusión dentro de la oligarquía militar-civil. Entorpece sus posibilidades de respuesta. A todas éstas puede preguntarse, ¿qué impide que terminen de patear el tablero, suspendan las elecciones, eliminen las tarjetas de Edmundo González Urrutia o, peor aún, lo metan preso, junto con María Corina? Medidas drásticas, sin duda alguna, pero ¿qué es una raya más para un tigre? La razón está en el desconcierto mencionado. Dudas, enfrentamientos entre ellos respecto a la conveniencia, la efectividad e, incluso, la posibilidad real de ejecutar tales acciones.
Reporteros dateados señalan que el acoso al canoero, a las vendedoras de empanadas, como los otros atropellos, es cosa de Diosdado Cabello. ¿Será? Al menos coincide con la imagen que ha proyectado de si mismo. ¿Qué dicen los dirigentes regionales del PSUV que ven socavar sus bases de apoyo? Los guardias que permanecieron cerrando el paso por el puente sobre el Apure sin ser relevados, a pesar de que MCM ya había arribado a San Fernando en canoa, ¿qué opinan de ese alto mando que los obligó a semejante estupidez? Y los supuestos aliados internacionales, Lula y Petro, ¿cómo van a conciliar atropellos de tan claro perfil fascista con su proyección como líderes de una izquierda democrática, comprometidos con la transición pacífica? ¿Qué pensarán de la farsa de Amoroso contra la UE?
Más allá, aparecen interrogantes sobre la solvencia de la relación con Irán, luego de haber defenestrado a Tarek El Aissami, su principal agente en el país. Ante el reacomodo en la complicidad interna de otras bandas que seguramente ha producido esta acción, ¿qué queda de su lealtad, se podrá seguir confiando en ellas? Por su parte, el campo de maniobra ante EE.UU., la UE e, incluso, ante China, habrá de verse cada vez más acotados si se decide sabotear las elecciones. ¿Cómo queda aquello de “normalizar” el chavismo, de buscar su legitimidad como fuerza política en la región? Ante la banca multilateral, los acreedores, los potenciales inversionistas que tanta falta hacen para enderezar la producción petrolera, la incertidumbre y ausencia de garantías que habrá de reforzarse –propias de un Estado forajido– no será, precisamente, la mejor carta de presentación del chavo-madurismo en su estrategia por ser aceptado. Finalmente, aquellos comandantes que no se han manchado las manos reprimiendo en defensa de la dictadura, ¿estarán ganados para ello cuando sus acciones están tan a la baja, cuando se hace evidente un sentimiento tan mayoritario y convencido de que el cambio no tiene vuelta atrás?
De nuevo, conociendo a quienes se han apoderado del Estado, cualquier cosa es posible. Cuando se concibe a la política como una guerra contra la oposición, es decir, contra el pueblo, no existen escrúpulos, consideraciones morales, éticas o humanitarias, y mucho menos el imperio de la razón, que prevalezcan. Cometer barbaridades está en la naturaleza de quienes nos (des)gobiernan. La exclusión de la misión de la UE, con las absurdas acusaciones de Amoroso, es ejemplo preocupante. Pero ¿contarán con la cohesión requerida para reprimir despiadadamente y/o la indiferencia o complicidad externa para un fraude descarado? ¿A qué costo y por cuánto tiempo podrán disfrutar de su “victoria”?
Ante una perspectiva que, para algunos, parece suicida, se presenta la opción de negociar su salida en términos favorables (para ellos). A pesar de que la respuesta política racional no es, precisamente, lo que los caracteriza –de ahí su pérdida sostenida de apoyo–, la idea de aprovechar las posibilidades de negociar para disminuir al mínimo los riesgos de su futuro, debe estar en la mente de más de uno.
Nada está cantado. Pero, a juzgar por los aciertos de la movilización democrática y el estrechamiento cada vez más visible que ha generado en las opciones del chavo-madurismo, la tendencia parece favorable a que termine imponiéndose una salida negociada. La patada a la mesa se asoma cada vez más costosa y de resultados inciertos para sus perpetradores. El pueblo venezolano no los perdonará.
“Chivo que se devuelve, se ‘esnuca”. Válido tanto para el oficialismo como para las fuerzas democráticas.